Navegación interior de Francisco Basallote
por Antonio José Trigo
(A propósito del libro de poemas “Aguja de marear”, de Francisco Basallote, publicado por Ediciones Asociación Amigos de Juan Alcaide, Valdepeñas, 2012, tras ganar el XXXII Premio Internacional de Poesía Juan Alcaide, 2011)
Porque
un poema no se escribe sin otros poemas, una vez más sale un nuevo libro de
poemas de Francisco Basallote. Un nuevo libro de poemas que surge como
respuesta a otros libros de poemas suyos. Porque podría decirse que toda su
obra poética parece el borrador de un extenso poema que intenta recuperar una
determinada luz, a saber: la luz primera. Porque para él la “claridad perdida”
es la “claridad primera”, como dijo en su libro “Como agua sobre piedra” (2007).
En
este servicio a la luz primera, libro a libro, se advierte siempre cómo el
discurso se fuga, se dispersa en múltiples direcciones, ocurriendo que un poema
de un libro suyo, para llevarse a cabo, recuerda otro poema anterior, como si
toda su poesía fuera un único poema laberíntico. Porque en todos ellos
encontramos las mismas recurrencias, las mismas incursiones verbales, las
mismas asociaciones, las mismas imágenes, las mismas cadencias, las mismas
inflexiones tonales, las mismas sonoridades, los mismos temas reiterados, las
mismas cavilaciones melancólicas, la misma atracción por la desesperanza.
Y
todo por su parquedad expresiva (tan afín en muchos momentos a la de José Ángel
Valente, quien heredó la “otredad del decir” del poeta judío Paul Celan), por
su apuesta de huir de alambicados juegos verbales y evitar la multiplicación
connotativa, por la aparente modestia de su dicción, su falta de solemnidad, su
rechazo de la pompa retórica y el exhibicionismo técnico. El hecho de que le
fascine el lenguaje como un lugar, más que de experimentación, de búsqueda de
la identidad, y de que neutralice siempre cualquier atisbo de estallido
pasional, puede decirse que escribe poemas, no como registros de una historia,
sino como salidas a una presión interna, donde el autocontrol no elimina la
vibración emocional. Por tanto, son poemas donde hay emoción sin efusión,
destacando la brevedad y el despojamiento de los mismos como un resultado, no
una búsqueda. Ahora bien, no porque el poema breve se desembarace de todo comentario
interno supone que sea bueno. Dicho con otras palabras, la sencillez y la
levedad de la escritura poética no interesa nada, si carece de hondura.
En
este nuevo libro (“Aguja de marear”), como no podía ser de otra manera, “la luz
primera” está ahí (“desde lo más profundo del tiempo”) como “enseña erguida en
la batalla”, y también:
“invicta
claridad /sobre los últimos despojos/de los días.”
“Qué
dolor de la luz/perdida…”
“…la
lejana luz/de las llamas perdidas/en los linderos/de sus últimos incendios.”
“Gozo
es el recuerdo del arribo a la /primera luz amanecida.”
En
consecuencia, este nuevo libro podría definirse como un mapa o ruta de
navegación donde la voz poética se ubica “en ese territorio lejano de la
nostalgia”, “sin más aguja de marear que la memoria”, yendo, “por última vez,
en busca de la luz”. Es indudable que el poeta halla en la metáfora marinera un
aspecto y una situación comparable a la navegación poética, en tanto que el mar
separa de la tierra natal.
Mientras
va descubriendo el signo del viaje (esta travesía de la vida a la muerte que
representa), Francisco Basallote va
dejando poemas como emblemas en miniatura de la desolación, del desgarramiento
de la nostalgia, sosteniendo una cadencia de gran lirismo, por el que se le
disculpa la falta de riesgo formal y de compromiso de evolución.
Frente al mar (reino de lo incierto, de
la naturaleza indomable y temible), el poeta, “piloto sin derrotero”, con sus “cartas de navegar en la nostalgia”,
describe un viaje “en tanta noche oscura” con “tan ligera nave”, llevando“en el
arco del compás la constancia de la duda”; hurgando una vez más:
“en las heridas /que el tiempo deja/en la
sensible piel/de los recuerdos.”
Ya lo había dicho anteriormente en el
libro “Derrotero de la quimera” (2007):
“Los días como estigmas,/como heridas
lacerantes/en el recuerdo.”
Por tanto, los recuerdos encontrados de
los pasos anteriores no sirven al poeta para el camino de retorno a la luz
primitiva perdida. Porque no la recrea en sí mismo, no la reinventa. Porque no
ha emprendido un “viaje de descubierta”, esto es —según conocido concepto
naval—, no ha salido a determinada caza, ni a reconocer el horizonte o
comprobar si hay enemigos en las inmediaciones. Por el contrario, el periplo
que describe se aliena en la nada. No hay correspondencias. No hay
restablecimiento de ninguna armonía original. No hay viaje de regreso, porque
no tiene esperanza, no cree que retornar sea algo más que reencontrarse. En el
mar no hay más que senderos imposibles, no cabe hallar más que rumbos,
proyectos de viaje, trayectorias, insignificantes frente a las potencias de la
naturaleza. En el mar el barco sólo cede al empuje del viento, que nunca
resulta favorable.
En este contexto, Basallote se sabe
“huésped de la niebla”, según conocida expresión de Gustavo Adolfo Bécquer, porque él también, “embriagado de niebla”, se adentra “en esta
singladura por la niebla” (“la herida de niebla / sobre la mar”),
“en
el dédalo /inevitable de tu niebla,/la noche de tu propio/laberinto…”
También procura:
“Hendir
la niebla o diluirse en ella,/ser niebla también, inmensa nube/a la altura del
corazón, /isla tenebrosa, simulada senda estigia…”
Entre
“los celajes de la niebla” (imagen ya empleada en otros libros anteriores, por
ejemplo, en “Como agua sobre piedra”, 2007), el esfuerzo por recuperar lo
irrecuperable es destinado, fatalmente, al fracaso. Aquí, de nuevo, como en
anteriores libros, Basallote:
“anda
sin otro derrotero/que tus indecisiones./No existe otra salida.”
“en
su medida la rectitud de la derrota/que diseñaba el viento ausente, ”
“De
humo y nada/tu derrotero.”
“en
esta derrota de cartas previamente marcadas/por los designios del azar…”
“Como
aguja de marear/el hilo de la luz /que me sostiene/en la derrota exacta…”
Está
claro que para Basallote el retorno a los lares es un camino inexorable que
conduce a la nada, al fracaso. Estamos, por tanto, ante un rehusar cualquier
definitivo reconocimiento de sí mismo hasta su derrota, pero sin teleología,
sin valor o anhelo trascendente, de ahí que quepa decir que cuando uno se
desembaraza de esa realidad que hay más allá de nuestro mundo sensible se cae
en una desoladora confirmación nihilista. Porque el hombre vuelve a ser lo que
ya es de suyo cuando desciende al fondo oscuro de la memoria y recupera la luz
primordial a partir de los “momentos privilegiados” o epifanías.
Enfrentándose,
por el contrario, al derrumbe abrumador de todo lo que le ha sostenido,
arrancadas sus raíces, rotos sus sueños, el poeta se refugia en la poesía, no
sin antes considerar la conveniencia de hacer una somera delimitación del
sentido de su “creencia” sobre el azar y el destino.
“Hacia
donde el azar te lleve, /allí tu sitio al viento del destino”
“No
cambiarás tu suerte/el rumbo, acaso/el desliz hacia el lado de la luz/sea sólo
argucia del sextante,/un juego del azar_/a que te acostumbra el destino”
“aunque
supieras/con toda exactitud tus coordenadas_/sólo conocerías:/un nuevo punto de
partida, /más no el destino”
“sortilegio de las cartas /es el destino
del viento”
Queda
claro que para él la noción de “destino” (que en su origen, no se olvide, es
estrictamente “religioso”) no se relaciona con lo mágico, con lo fantástico y
con lo sobrenatural, mucho menos con la noción de “predestinación” de parte de
Dios. Porque el hecho de que relacione el “azar” con el “destino” significa que
para él no hay existencia paralela a la vida terrenal. Muy lejos de él la
creencia de vivir de una manera mágica la cotidianidad. Por el contrario,
contrarrestando cualquier pensamiento determinista o finalista, proyecta en el
“azar” o la “suerte” la responsabilidad del presente, echándole la culpa de las
desgracias o de las fatalidades (no se olvide que esta palabra proviene del
latín “fatum”, que significa “destino”). A este respecto, el siguiente poema es
concluyente:
“Seguir
avante, sólo, como pluma/en brazos del azar o de los vientos/hacia los puertos
que el destino asigne/en esta singladura por la niebla,/perdido para siempre el
horizonte/
de
los deslumbramientos, sin sentido/ya, en tanta noche oscura, sin más luces/que
esa estrella que arriba se/desprende/de sí por compasión o solidaria / ayuda,
referente de los sueños/perdidos en inútiles derrotas/ por los mares lejanos
donde muere/la luz y todo es duda, territorios /de incertidumbre y de
ignominia, /oscuros/senderos de mi suerte, que se quiebran/en la inútil esfera
de tu brújula.”
En ningún momento deja margen el poeta a
lo que solemos llamar “el misterio” de la realidad. Digamos que tiene fe en el
“destino” y el “azar” por temor a lo desconocido, lo indeterminado, lo
verdaderamente inexplicable; en el fondo, más sencillamente, por desconocer la
realidad. El hecho de dejar al relato de azar como única salida frente a la
determinación externa de la vida, aparta de sí toda posibilidad de que el
carácter sea destino, esto es, de que la determinación venga dada por la propia
constitución del ser. Porque tener destino es alcanzar, llegar a sí mismo.
Si
el hombre no es más que un “juguete del azar como la vida”, y el destino una “derrota
de cartas previamente marcadas por los designios del azar”, ¿esta vida es real?
Si todas las acciones humanas están ya, de antemano, marcadas (o, lo que es lo
mismo, cumplidas en alguna otra dimensión),
¿esta vida cuenta, pesa?
He
ahí el dilema de quien no cree, porque si esta vida está trazada (es decir,
pre-establecida), deberá estarlo en alguna parte, y por un “ser superior”. En
consecuencia, esta vida es el trasiego de “la otra” (vida), de lo contrario, no
tiene sentido la responsabilidad y la confianza para transformar las
situaciones.
Por
el contrario, Francisco Basallote vuelve la mirada atrás con desolador
desgarro, como siempre; anota una y otra vez la conciencia irrevocable e
infinitamente sombría de la pérdida (“un
acre sabor en la memoria”); la inutilidad de la esperanza de regresar al
pasado, porque los días son “fantasmas de sus sombras en el cuaderno de
bitácora”; en definitiva, la “perdición en la nada a expensas del azar”.
“Triangulabas
en la carta tu destino,/a compás y a escuadra los límites del azar/y tu vida,
como siempre, a expensas/de una incógnita/la de tan larga e irresoluble
ecuación/
que
todavía te empeñas en resolver”
“el signo de tu paso/el anagrama de la estirpe del azar.”
Ya en su libro “Como agua sobre piedra”
(2007), donde hay un poema titulado “Derrotero”, apelaba “al azar de una
ventura”, confesando que “el tiempo que detienes entre las manos” es,
finalmente, “la precedencia de la nada”. En un libro anterior (“Tiempo
deshabitado”, 2006), en el que afirmaba: “Desolación / en el templo de la
memoria, / desolación y muerte /en el vacío”, una desolación que es “reducto de
derrota”, y en el que —“en el camino hacia la noche”, ya descrito en otros
libros, y que “es vaticinio de la nada”— pedía: “condúceme por los senderos /
ignotos del vacío / hasta el núcleo exacto de la nada”. Y aún en el libro
“Derrotero de la quimera” (2007), el azar de nuevo le asedia en una nueva
encrucijada, y empleando igualmente términos marineros, “a su destino otorga, /
con resignación más que valentía, / el imposible timón de su suerte”, porque “qué difícil es navegar / a barlovento
del destino”. “Sólo tú, noche, / me salvarás / si yerra el astrolabio”.
Así pues —continuando con el libro
“Aguja de marear”—, “navegando hasta el puerto / donde el destino pone / la
palabra final”, el poemario parece tener una atmósfera de despedida. Tras la
sombra luminosa de la muerte, el poeta intensifica la angustia ante el carácter
irreversible del tiempo y su fluir. Resulta significativo, a este respecto, que
la segunda palabra más repetida en el poemario (tras la palabra “luz”) sea el
apócope del adverbio “tanto”. Un apócope que se usa —según el DRAE— “para
modificar, encareciéndola en proporción relativa, la significación del
adverbio”, esto es, para modificar intensificando. Es lo que hace en todos los
casos: “Tan ligera”, “a tan blanda”, “de tan larga”, “tan gris”, “tan frágil”,
“tan prematura”, “tan alta”, “tan sola”, “tan suave”, “tan embriagadora”, “tan
prematura”, “tan breve”, “tan sólo”, “de tan suave textura”, “tan cerca de ti”,
“tan breve”; siendo empleado el adverbio completo en sólo tres casos: “bajo
tanto esplendor”, “en tanta noche oscura”, “de tanta blancura”.
Pero incluso en este proceso de
modificar intensificando, entiende el poema como “arma herrumbrosa”,
“Como una música/que vuela en alas de la
tarde,/como una brisa/que duda de su soplo
esperando
la noche, /como deseo que se quiebra,/como todo lo incierto/que nace sin
destino…/
Así
el poema,/inacabado en su incertidumbre.”
Ya
en su libro “Tiempo deshabitado” (2006), perdido “una vez más / con mis
enigmas”, y aún sabiendo que “sólo te salvará / el viento / que teje las
palabras”, pese al “innombrable destino / para mi nombre”, confirma:
“A
la sombra de un dios vencido/tus armas herrumbrosas./Es tu desolación/reducto
de derrota.”
Y
es que para Basallote escribir un poema es como emprender “rumbo a lo incierto,
como siempre, ceñido al viento de ventura”, donde “llegar no apremia, sólo el
gozo de un sol [poema] nuevo”; “pluma, al fin y al cabo, al aire, juguete del
azar como la vida, enjoyada y estéril arboladura”; “…la interminable ruina de
los naufragios, inconstante Erato.”
Con
esta “inconstante Erató” (Erató, “la amable”, “la amorosa”, la musa de la
poesía amorosa para los griegos), Basallote
se refiere, sin duda alguna, a la inspiración. Ya se refirió a ella Shelley en
su “Defensa de la poesía” comparándola con un “viento inconstante”, al decir
que “la creación es como carbón apagado que una invisible influencia, como
viento inconstante, despierta a transitoria brillantez”. Por tanto, Basallote
se identifica, como Shelley, con “la influencia que no es impulsada, sino
impulsora”. El hecho de invocar a la musa de la poesía amorosa (Erató) muestra
su obsesión con una poesía que aún está por escribir. Se consume “en las
palabras / que nunca pronunciaste, / en el poema / que nunca escribirás”, como
dijo en su libro “Tiempo deshabitado”. Porque “la inspiración —en palabras de
Octavio Paz— no está en ninguna parte, simplemente no está, ni es algo: es una
aspiración, un ir, un movimiento hacia delante: hacia eso que somos nosotros
mismos” (El arco y la lira, FCE,
México, 1992, p. 179). De ahí que un poeta se salve del desaliento escribiendo
el siguiente libro, haciéndolo posible. Y así hasta el final de sus días. En
definitiva, se trata del patetismo heroico de quien se niega a claudicar.
Es más, esta necesidad de escribir un
libro de poemas tras otro, oyéndose a sí mismo sin querer (a pesar de los
desánimos) o, lo que es lo mismo,
“representando” el papel de poeta (aunque ronde la sombra del fracaso),
se entiende como un ejercicio continuo para exorcizar la tibieza de la
melancolía y afirmarse contra la muerte, cuando de lo que se trata es de servir
a la luz, anulándose, para transmitirla de la manera más pura. Porque el poeta
consigue restituir la luz originaria, la luz primera, que contiene el ser de
las cosas, y así salvarlo del tiempo, si sorprende su verdadera intimidad. Esa
“santa luz de la serenidad heroica, en el destino más desarraigante o más
constante de una tierra natal”, según los términos con que Hölderlin dio
testimonio del esfuerzo del poeta por mantener su dignidad. Porque la poesía no
es más que la encarnación heroica de la lucha y del rechazo del sufrimiento
como la base de la existencia del ser humano, del triunfo sobre el dolor y la
mortalidad, y sobre la injusticia social y la soledad. Por el contrario, quien
no lo consigue, seguirá buscando el trato que —según él— merece como poeta,
mientras se ahoga en las incertidumbres y decepciones que el paso del tiempo le
entrega.
Antonio
José Trigo . antoniojosetrigo.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario