sábado, 12 de enero de 2013

OPINIONES SOBRE MI POESÍA-XI




VEJER EN LA MEMORIA



JOSÉ SARRIA

 




          Escribía el poeta checo Jaroslav Seifert que “recordar es la única manera de detener el tiempo”, y es este el recurso que utiliza Francisco Basallote en su última entrega lírica para anular el conjuro del destino y hacer posible el prodigio de la resurrección a través del extraordinario acontecimiento que se materializa desde la luz de la memoria: “Casi todo perdimos / en la batalla / del tiempo, / desde su recuerdo / salvamos sólo / instantes teñidos de sepia / que en fugaces destellos / vida recobran. / Casi todo perdimos. / Tan sólo / nos salva la memoria” (p.50). Este precioso poema del libro Naturalezas muertas, de Francisco Basallote, puede suponer el resumen de todo un poemario que es un canto dolorido, casi elegíaco (“A qué tiempo regreso / que no seas tú”), a otro tiempo más sosegado, más quieto, pero más intenso que el actual y que el poeta redescubre (escondido en la memoria) en el abrevadero blanco (p.18), en la Ermita de San Sebastián (p.19), en los molinos del duque (p.23), en las bóvedas del coro de San Francisco (p.29), en la Fuente Chica (p.39) o en las calles de su Vejer natal. Naturalezas muertas supone el descubrimiento de un mundo, que el autor creía malogrado (“Qué fue, decidme, / de aquellos soñados centauros”, p. 35, “Todo yace cegado / de escombros e inmundicias. / Otro paraíso perdido”, p. 39) y que es salvado, rescatado, a través del milagroso recurso de la memoria (“Paseo las viejas calles / de la infancia y acaricio / el tiempo detenido”, p.46).

          A veces, establecer el análisis crítico de un texto (poemario o novela) puede suponer un examen meramente formal, en el intento por desvelar el valor técnico del libro y las capacidades de oficio del artista. Nos perdemos en fuegos de artificios llegando el forraje a ocultar la hermosa visión que puede existir detrás de la maleza. Hablamos, entonces, de laberínticos conceptos y obviamos aquello que decía Wilde: “el hombre no ve las cosas hasta que ve su belleza”. Y esta es la cuestión. Podríamos quedarnos en el poemario de Basallote solamente con el magnífico oficio de poeta que demuestra, sobradamente, el autor, con la perspectiva de un profuso conjunto de perfectos versos construidos, casi todos ellos con el suave ritmo que imprime el heptasílabo, el eneasílabo y los endecasílabos armónicamente argamasados, con un dominio magistral del verbo y del sustantivo que se estiliza y se doblega al antojo del escritor mediante encabalgamientos espléndidos, con un texto hondo, a la vez que claro y transparente, con una gran intensidad en las imágenes y metáforas utilizadas, así como con un enfrentamiento dialéctico dual magnífico que plantea los poemas, muy breves, sobre la base de la dicotomía entre el ayer y el hoy, entre el olvido (muerte) y la memoria (vida) (p. 44, p. 46 y p.48).

          Podemos quedarnos en las formas (que en este texto son extraordinarias y plenas de oficio), y habremos perdido la oportunidad de profundizar, realmente, en el que para mí es el gran logro del poemario: hacer de su historia personal testimonio plenamente estético, perdurable, universal. Escribía Rilke en sus Apuntes de Malte Laurids Brigge que: “para escribir un solo verso es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a los animales... es necesario pensar en caminos de regiones desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas... es necesario tener RECUERDOS de muchas noches de amor, en las que ninguna se parece a la otra, de gritos de parturientas, y de leves, blancas, durmientes paridas, que se cierran. Es necesario aún haber estado al lado de los moribundos, haber permanecido sentado junto a los muertos, en la habitación con la ventana abierta y los ruidos que vienen a golpes. Y tampoco basta con tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar que vuelvan. Pues, los recuerdos mismos, no son aún esto. Hasta que se convierten en nosotros, sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no se les distingue de nosotros mismos, hasta entonces no puede suceder que en una hora muy rara, del centro de ellos se eleve la primera palabra de un verso”.

          Y es, precisamente, este milagro el que se experimenta al leer los poemas de Naturalezas muertas. El autor hace funcionar la memoria como método, como motor del libro. La historia no es un mero acta notarial de su vida, ni una crónica o una autobiografía, sino una realidad transubstanciada por el recurso de los recuerdos, de donde van emergiendo imágenes, experiencias, la alquimia de la cal que ejercía abuela (p.17), los jinetes armados para las carreras de cintas (p.35), los sogueros (p.36) o los juegos en el altillo del viejo compás (p.33), que el poeta convierte en tiempo detenido: “No miramos atrás, / nos miramos a nosotros mismos / en el espejo infalible / de tu luz, allí somos / el tiempo detenido” (p.48). El poeta es un fantasma que ha ido entrando y saliendo del salón de la memoria, atravesando el laberinto del tiempo, para recorrer con el paso de las páginas un álbum lleno de estampas que, a modo de impresiones, han quedado grabadas en el corazón de quien ha adquirido madurez y las contempla como un todo gracias al recuerdo, a la evocación del niño que le mira desde el otro lado del espejo para rescatar los paraísos perdidos (p. 39 y p.46).

          Y éste es el arte del poeta Basallote: la maestría para contar sus experiencias que se universalizan en el momento en que los personajes se convierten en nosotros mismos y nos identifican, y nos llevan también a nuestros recuerdos, y nos sanan, y nos redimen, y nos salvan.

          Dice Silvia Adela Kohan que “el poema no es un fragmento de la vida del poeta, sino una realidad transfigurada” (Cómo se escribe poesía, p.17) y en los treinta y siete poemas que componen Naturalezas muertas, el autor irá desgranando la visión de la realidad que perdura en el recuerdo (“Siempre nos queda la luz”, p.42) para hacer fabulación de lo adyacente y conjurar el milagro: “Casi todo perdimos. / Tan sólo / nos salva la memoria” (p.50).      


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