viernes, 18 de enero de 2013

PRÓLOGOS DE MIS OBRAS - Naturalezas Muertas




NATURALEZAS MUERTAS:

por

Ángeles María Vélez Melero






Con esta nueva obra Francisco Basallote continúa una serie de libros dedicados a Vejer, la población gaditana que le vio nacer, motivo de su inspiración poética en reiteradas ocasiones. Ahora  nos presenta un poemario transido de sentimientos y emociones de un tiempo ya pasado que, al recordarlos, produce en el poeta un quiebro en el alma. La vida pasa deprisa y a veces parece necesario realizar esos ejercicios de la memoria, aunque puedan resultar dolorosos. Cuando mira al pasado siempre aparecen sus raíces y su pueblo natal: “A qué tiempo regreso/ que no seas tú”.

En el año 1988, vio la luz Frontera del aire, su primer poemario dedicado a Vejer e iniciador de un camino que siguieron estos otros: Retorno a Mellaria (1999), En las colinas de Bashir (2001), Cuaderno de Buenavista (2003), Palimpsesto de Plazuela (2004) y, ahora, Naturalezas muertas. En esta ocasión, el tono literario es muy distinto. Como dice el propio autor ahora se trata de “una especie de oración fúnebre por lo que se ha perdido, en el ámbito de la ciudad y de su historia, de su medio ambiente, de su arquitectura y asimismo en parámetros de lo personal, de las emociones de un tiempo perdido para siempre”.

Este tema, convertido en el hilo conductor del poemario, sugiere cierta vinculación con la corriente filosófica existencialista que surgió en Alemania el pasado siglo, allá por los años 30. En muchos versos encontramos una voz poética dolorida: “Recuerda la memoria colectiva/ imágenes, como signos/ […] Su pérdida es vacío,/ negación de ser, la abolición de sus esencias.”  Así el poeta se siente tal como decían los existencialistas “arrojado al mundo”, arrojados a un mundo inhóspito, que ya no es casa del hombre, arrojados de la seguridad de sus creencias, valores e ideales. Y todo ello por el efecto del tiempo en lo físico, en lo material, pero también en lo espiritual, en lo más profundo del ser: “Casi todo perdimos/ en la batalla/ del tiempo”. No obstante, Basallote no dejará que perdamos totalmente la esperanza ya que añade “tan sólo/ nos salva la memoria”.

Y será esa memoria precisamente la que traiga a colación los recuerdos que a modo de retazos o piezas de un puzzle vayan apareciendo. La memoria es selectiva, ese horizonte de recuerdos se compone fundamentalmente de lugares importantes para el poeta, por los que paseó, corrió, rió y cometió mil tropelías de niño y adolescente, en los que sufrió emociones irrepetibles y, sobre todo, serán lugares que se convierten en protagonistas de momentos intensos de su vida. Así nos llevará por edificios civiles como la casa de la Tribuna, propiedad de la familia Amaya; edificios religiosos, como la ermita que  representa Hoefnagel en su grabado en la cuesta de los Remedios, el convento de San Francisco, la Iglesia del Divino Salvador y ,en concreto, su sillería de caoba. Mencionará una serie de lugares que tendrán como elemento común el agua: la Oliva con su fuente perdida, el molino del duque, el paraíso perdido de la playa de los Caños, con esos frescos, puros y diáfanos caños de agua, la Fuente Chica de la Barca. Se podría advertir que este elemento está revestido de una intensa simbología ya que el agua va unida al principio y fin de todas las cosas de la tierra.

La luz, tema constante en su obra, también aparece en algunos poemas en los que se insiste en la idea de que “Siempre nos queda la luz”, “Tan sólo esa luz”. Y es por eso por lo que el poeta sigue adelante alentando esas imágenes revividas en las que aparecen esas calles, esa silueta del pueblo, ese personaje…revestido siempre de esa luz que hace tan característico y singular a Vejer para el poeta y para los que con él revivimos momentos de nuestro pasado.

Paco Basallote conseguirá evocar muchos recuerdos en aquellos que compartieron con él esos años y recuerden los jinetes en las carreras de cintas de San Miguel, la ceremonia casi ritual de apagar la cal; todo esto de la mano de personajes como Cuarterón con sus humanas irregularidades, el afilador augurando el consabido levante, esa señora de pañolón negro –pañolón que actuará a modo de cobijo y protección de todo el peligro que conlleva consigo el discurrir de la vida-.Seguramente Paco habrá tenido que hacer un esfuerzo por seleccionar entre tantos recuerdos que inundan su mente: “salvamos sólo/ instantes teñidos de sepia/ que en fugaces destellos/ vida recobran”.

Destacaría en la parte formal que se trata de poemas breves, sintéticos, concisos en los que sin adornos excesivos nos presenta esa visión, esa imagen. Muchos de ellos se articulan en dos partes, el antes –donde se intenta dar más detalles- y el ahora –donde de forma lacónica  se dibuja esa imagen en la actualidad. En esa antítesis hay un denominador común, en el ahora hallamos muchos paraísos perdidos, muchas cosas irrecuperables que han dejado su vacío y su honda angustia en el poeta que las revive con el dolor propio de su ausencia, de su olvido y de su pérdida definitiva. 

“La poesía es un asunto que se resuelve en soledad”, cita de Antonio Gamoneda que Paco Basallote comparte y hace suya, es una soledad necesaria para que el poeta pueda hurgar en las emociones de su pasado que compartirá generosamente con nosotros. Y al mismo tiempo esa serie de estímulos externos conseguirán un efecto catártico en nosotros  que haremos nuestra esas sensaciones, emociones y sentimientos que aparecen por cualquier resquicio en el libro.

En definitiva, con Naturalezas muertas, el poeta pretende llevarnos de la mano a un mundo perdido pero hallado en la memoria, memoria colectiva a veces, reflexión dolorosa ya que nos hace pensar que nuestro mundo está movido por el tiempo, “ese río del tiempo hacia la muerte” en palabras de Blas de Otero.

Como todo ser humano, intenta el poeta dar sentido al mundo, a la historia y a su propia vida reconstruyendo retazos del pasado. Se hace presente en todo esto el tópico del “homo viator”: la vida misma es un movimiento, un río que pasa –la más universal de las metáforas según Borges-, “el río que nos lleva”. La vida tiene de por sí una dirección. Pero, ¿cuál es su sentido, cuál es su destino, qué valor tiene? Quizá quiera el poeta llegar a responder todos esos interrogantes a través de los versos que nos regala en este poemario y en los que estén por venir.

Francisco Basallote empezó siendo un gran poeta y llega a ser en la actualidad un poeta inevitable para cualquier vejeriego que ame su  tierra. La serie de poemarios dedicados a su pueblo demuestra  que el largo viaje personal y colectivo que es su obra no lo ha hecho solo, sino en compañía de los que con él somos amantes de nuestra tierra y de la buena literatura.

Ángeles María Vélez Melero
Sociedad Vejeriega de Amigos del País

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