lunes, 14 de enero de 2013

OPINIONES SOBRE MI POESÍA-XIX



Francisco Basallote: “cazador de instantes”


Antonio José Trigo





 “Gotas de lluvia” (Guadalturia Ediciones, Sevilla, 2012), otro nuevo ciclo poético que se superpone a la obra que Francisco Basallote produce en círculos concéntricos a modo de impulsiones.

Con el mismo estilo conciso, escueto, parco, cristalino, de siempre, horro de ínfulas, este libro lo pone bajo la advocación de la poesía japonesa, tan querida por él, siguiendo en alza su inclinación a la transparencia, la sugestión y la llaneza, tres de sus metas deseadas, aunque su lírica no alcance —no es su propósito— una actitud orientalizante que transmita serenidad ni calma. El poeta no consigue estar en paz con el mundo, porque sigue pesando la tristeza.

“En este instante vuelve/el cielo a ser el mismo/que una tarde lejana/cubriera mi tristeza”

El título del libro lo extrae de un haikú de Ueshima Onitsura, que pone como epígrafe en “El retorno de los ánsares”, primera parte del libro, donde Basallote contempla el ritmo de las tardes grises del invierno, protegido y a la vez recluido en su habitación, su cuarto:

“el frío,/el vendaval, las nubes,/la lluvia, el prodigioso/deslumbramiento del ocaso, …”

Expresión directa del instante, que queda fijado en un solo trazo, en la primera pincelada. No en vano, Basallote se define en este libro como “cazador de instantes”. ¿Acaso la memoria no guarda sólo el instante?

“… resplandor/de un instante que permanece/encendido en el flash/de su deslumbramiento.”


¿Cómo no recordar la célebre frase de Gaston Roupnel, según la cual “el tiempo sólo tiene una realidad, la del instante”?. Idea metafísica decisiva de su libro “Siloë”, y que fue tan bien estudiada por Gastón Bachelard en su celebrado libro “La intuición del instante” (1932), donde afirma categóricamente que el tiempo “es un polvo de instantes”.

Pues bien, en esta primera parte del libro, Basallote afirma que “todo se ha detenido…, todo está quieto…, salvo el tiempo que nos engaña… en el débil reloj de nuestro pulso”. Como “cazador de instantes”, logra en su poesía una suspensión del tiempo y una condensación del espacio.

Está detenida la hiedra sobre la tapia, la niebla tras la ventana, el poniente que viene del mar, el vuelo del cernícalo “en el aire frío de enero”, las ramas que se mueven del pino, el pararrayos doblado por el viento, el lirio que crece en la cuesta, y el gorrión en el alféizar. Imágenes que confirman el aislamiento trágico del instante, porque —como bien dijo Bachelard— “el instante es soledad…, (y) el tiempo limitado al instante nos aísla no sólo de los demás, sino también de nosotros mismos, puesto que rompe con nuestro más caro pasado.”

En la segunda parte (“La lluvia de los montes”), bajo la advocación de Issa Kobayashi, vuelve la mirada atrás,

Y he de volver/a mirar hacia el tiempo/ que se esconde en espacios/remotos, en los ámbitos/dispersos del olvido…”/

“por si al volverme/quedara algún instante/desprendido del tiempo,…”

Un tiempo que produce un dolor “como agua que pule”. La “persistente lluvia” del invierno, una vez “atravesado los mismos senderos de niebla”, le traslada a su infancia, y entonces (“en la turbia memoria / donde me pierdo”) el viento hiere, pero venciendo al tiempo.

“—no sé porqué todo el recuerdo/son días eternos de lluvia—”

¿Acaso no es el pasado una perspectiva de instantes desaparecidos? ¿Acaso la lluvia no es una evidencia del fluir del mundo, elemento que conecta el presente con el pasado?

“Ésta es la misma lluvia/de aquellos días,/con igual persistencia…”/

“No ha cesado la lluvia/como no lo ha hecho el recuerdo,”

“En la lluvia regresa,/tiempo perdido.”

En la tercera parte, y última (“Alquimia”), bajo la advocación del Taniguchi Buson, se recrea en la “excelsa incertidumbre” de la tarde, rumbo cierto “hacia la perenne ceguera” de la noche. Y aquí, de nuevo (como en otros libros anteriores), Basallote sólo ve lo oscuro: “oscuro destino”, “espejo de la nada”, “prisma negro”, “espejo oscuro del olvido”, “cárcava oscura de la raíz de la nada”.

“Sólo eres un reflejo/de tinieblas, imagen/de oscuridad, hueco/que abandona la luz…/
(…)
Sólo eres el vacío/donde la incertidumbre/halla la clave oculta/de su espejo, el azogue
perdido de su envés.”

Por eso entendemos que el uso de la palabra “alquimia” como título para esta última parte del libro, es correcto siempre y cuando se refiera (sin ser consciente de ello el poeta) a la fase alquímica de la “nigredo”, donde la materia se repliega en sí misma. Porque la “nigredo” no es sólo el estado inicial de la obra alquímica, sino la cualidad de la materia prima, existente antes del caos o de la “masa confusa”. Dicho con palabras del argot alquímico, la materia negra se hace blanca cuando se rocía con azogue. Esto es, la fase de la “nigredo” llega a la primera meta del proceso (la fase de la “albedo”, el alba), si se purifica con el azogue.

“En el creciente/de Piscis, es la luna/un resquicio de luz,/filamento curvado/en el traslúcido matraz/donde se disuelve lo oscuro/en la incógnita alquimia/de los deseos.”

“… en el mármol oscuro/del friso de las sombras,/frontera de las nubes,/ejerce su liturgia/en los altos ciriales/de los ángeles, arco/creciente de la luna,/claridad o misterio,/alquimia de la luz.”

Sin duda, Basallote, sin ser consciente de ello, está describiendo la fase alquímica de la “albedo”, esto es, el estado argénteo o lunar, pero ahí se queda, ignorando que esta fase debe abrir el camino a la unión y a la fecundación, hasta llegar a la fase final, la “rubedo” o, lo que es lo mismo, la salida del sol. Por el contrario, se queda en el estado lunar, circunscribiendo la alquimia a la concepción dinámica de la transformación de los colores, donde el gris de la tarde vira hacia el negro de la noche.

“Alquimia de azabache/la transmutación del ocaso.”

Y persistiendo en el tono pesimista de siempre, donde las nubes y los pájaros van

hacia un lugar sin fin/donde habite la nada,/tan oscuro destino.”

“donde juega la luz/a ser estrella/en los vivos fractales/de su desolación.”

Encadenado siempre a la continuidad de los instantes desaparecidos, aunque sin participar en ningún lamento, el concepto del tiempo que tiene Basallote es clásico, en el sentido quevedesco: el tiempo se concibe en su fluir hacia la muerte (la “hora irrevocable”). No es un “tiempo recobrado” (por decirlo a la manera de Marcel Proust), ni es un “tiempo disecado y conservado mágicamente” (a la manera como Borges concebía el libro). Por el contrario, alude en todo momento a la naturaleza corrosiva del tiempo. Los “instantes muertos” son:

pétalos encerrados/en el espejo oscuro del olvido.”

De ahí su desolación —tras descubrir “la raíz de la nada” en la “cárcava oscura” de la noche—, no de que su “verbo cercenado” esté asediado por el silencio, sino de que pueda estar amenazado por una vigilia estéril, por:

“el dolor de magnolia/herida en los senderos/ocultos del poema/que nunca escribirás.”

Antes ya había advertido que sus pasos

“escriben/sobre oscuros renglones/de olvido, tan silentes,/en la noche del tiempo.”

Y aunque no se atrinchera en el solipsismo con gesto trágico, siente el tránsito que se dirige sin remedio a la nada, la angustia de saberse un ser efímero.

como sombras de un tiempo/erramos por este ámbito/en busca de los hilos/de la luz, de la urdimbre/de su trama”

Versos que nos trae a la memoria aquel aserto de Píndaro, según el cual el hombre es “sueño de una sombra” que se esconde en los pliegues del tiempo.

Como conclusión, nos atrevemos a afirmar que los elementos que constituyen la base de la unidad de la poesía de Basallote son: la contemplación de lo circundante como vivencia, en la que la poesía forma parte de su acontecer cotidiano, como una suma de impresiones del instante; y la incertidumbre constante como forma de indagación y exploración del mundo y del hombre vistos como enigmas.

En este sentido, Basallote utiliza la pregunta retórica para expresar su voluntad de saber a pesar de la imposibilidad de la respuesta, compartiendo así su angustia con quienes leen sus poemas.

“Qué pasa con el cielo azul/que queda allá tras ese manto/liminar que cercena el horizonte.”

“Hacia qué negra esquina/de la noche esas nubes/vuelan, …”


”Quién rasgará la seda/oscura que te envuelve,/qué mano poderosa,/qué cuchillo de luz/hendirá las volutas/de ese cuerpo de niebla,/de ese negro arquitrabe/de excelsa incertidumbre/en que te eriges, vana/ubicuidad de sombras,/en las altas cimeras/donde nace el olvido./

Quién, qué arcángel fluyente/de espadas encendidas/descenderá a tu seno/de sellados vitrales/para descifrar signos/y cábalas ocultas /en los altos linderos /donde el tiempo culmina/la sed de su vorágine.”

Con estas preguntas retóricas el poeta no espera respuestas, por tanto, no hay conclusiones. Perdón, sí hay una conclusión: la poesía para Francisco Basallote tiene como función la de ser elemento compensador de la incertidumbre que genera la soledad, la vejez y la muerte.



Antonio José Trigo. antoniojosetrigo.blogspot.com


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