LOS LUGARES INTACTOS
Cuando
hablamos de poesía de la memoria amalgamos en el mismo concepto los ámbitos
espaciales y los temporales del suceso recordado, cumpliéndose en ello paradójicamente la Teoría de la Relatividad, y en concreto la
definición espacio-tiempo que recoge la noción de que el espacio y el
tiempo ya no pueden ser consideradas entidades independientes o absolutas. Y
en realidad así sucede generalmente en el poema, en la emoción recordada que
aunque esté producida por el recuerdo de un instante o al revés, de un lugar,
arrastra irremediablemente consigo al otro parámetro.
Sin embargo eso no se produce siempre y, salvo en la poesía
intensamente intimista, prevalece en el recuerdo la presencia de los lugares
donde se cobija la emoción. Dice Juan Carlos Mestre: “Siempre
se regresa al paraíso perdido. Lo cierto es que uno vuelve al territorio de la
infancia, a los “loci memoria”, a los lugares de la memoria. Son los espacios
donde tuvo uno por primera vez conciencia de la palabra árbol, de la palabra
río; donde vio por primera vez una mariposa, un relámpago…” Y Borges dirá: “Se que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas
perdiciones, ahora, son lo que es mío …
No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.”. Es decir se canta
lo que se pierde, pero esas pérdidas tienen un espacio…Todo paraíso estuvo
ubicado en ese ámbito físico de la dicha. Tomás
Segovia escribe en sus Diarios: “Cuando evoco alguna época mía, tengo la
sensación de que esa época no está en el tiempo, sino en el espacio…”.
Cuando Juan Cobos Wilkins dice en
Biografía impura: “Un niño mira sombras en la
pared. Ignora/ aún qué es sombra…/…/ Es su relámpago, el inicio de su memoria/…”
está definiendo el proceso de transformación de un fenómeno que se produce en
el espacio en la raíz emocional de la memoria. Cuando Coriolano González en el poema de Códice de la ciudad de su
libro Otra
orilla (2004-2007), se pregunta: “¿Dónde aquel banco en el que fui besado/ por vez primera/ y el tiempo
se detuvo?, ¿Dónde están aquellas plataneras/ que desbordaban de luz y olor/ la
travesía por el barranco…”, no hace sino reconstruir esas
emociones sobre la planta real del espacio recordado. Y si Víctor Jiménez en El tiempo entre los labios desciende a la memoria lo hace al espacio
ineludible de sus emociones: “Puente
aquel de San Bernardo,/todavía pasa el tren/ de mi infancia por debajo.”. A
veces el espacio, el “loci memori”, es
la propia carne, la inmediatez de la emoción es tan profunda que la memoria
tiene argumentos para su recuerdo:“ La
piel tiene memoria. Cada rayo/ de sol, cada caricia, cada brizna/…/ Piel con
piel, en la tuya/ redescubro esas páginas / que el terco tiempo escribe/…/”dice
en Intermedio Juan Lamillar.
La mirada del poeta hacia el pasado no
es hacia algo perdido, ya que permanece en el corazón, emoción reconocida en el
sueño de un mar, en las imágenes recobradas de una luz que viene de nuevo desde
un cielo topacio, desde unas nubes, desde las montañas lejanas en los húmedos
alisios, una vida que se hace dolor y presencia. :
“Soy
poeta de la distancia. Escribo hacia el pasado. Miro a mis islas desde ese mito
inaprensible, desde esa inaccesibilidad que trastoca mi alma…”
dirá el poeta canario José Carlos Cataño en Lugares que fueron tu rostro.
Y el tangible lamento del muecín le devuelve a Encarna León en Lluvia de Aljófar unos espacios
de la tierra que la memoria aviva: “El muecín me trae otras tibiezas calmas/ de
amigos que se fueron,/ amantes, ellos, de minaretes/ acequias, escarcha y
palacios. De jardines de té, de hierbabuena/…”.
En el recuerdo de lo inmediato, de los lugares donde se
estructura la memoria de la sensibilidad, es bastante frecuente y además es el
primer estadio en la elaboración de esa emoción que permanecerá para siempre en
el poema, al margen de que cohabite con el recuerdo del tiempo; pero el tiempo
pasa, quedan intactos los lugares de la memoria…
©F.Basallote
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