TIEMPO DE CENIZA
El tema de la destrucción, la ceniza y
la muerte ha sido un recurso común en la historia de la poesía. Desde aquellos
extraños libros del medioevo, los llamados Danzas
de la muerte,- en los que había
una desesperada llamada a ese tiempo de ceniza que precede a todo fin-, al Dies irae del franciscano Tomás de Celano, a la poesía de Paul Celan y su invocación de la ceniza,
pasando por poetas como Alejandra Pizarnik : “En
mis huesos la noche tatuada/ la noche y la nada…” o Antonio
Gamoneda : “ ..la desaparición envuelve
la ceniza de mi rostro…”, la inminencia de la destrucción ha
levantado en el poeta el grito unánime de salvación.
En Cineraria, (Amargord, 2008), Juan Soros (Santiago de Chile, 1975) nos
sitúa en el día en que los siglos se
reduzcan a cenizas, con un lacerante y extremo gemido de
desesperación que hacen de este poemario un importante hito en el panorama
poético actual en el que instala su desolación con una evidente fuerza que sólo
surge del centro mismo del fuego de la verdadera poesía. En este poemario, la
palabra es el residuo de todo lo que ardió, la ceniza aún incandescente de una
lengua de fuego destructora: “Asediado
por la muerte/ el silencio está en llamas..”, “Cegado por la noche, sólo/ me
resta tu sombra/ en cenizas…”, “ Me golpeaste con tu cayado, /pero de mi roca/
solo pudo brotar ceniza…”, “…este es mi holocausto de cenizas.”, un
destino en la destrucción : “Tierra del
abismo de tus tinieblas/ es la ceniza a la que regreso.”
Rubén Martín (Granada, 1980) más en la línea del “malditismo”, en Radiografía del temblor (Renacimiento,
2007) dice: “…Ven,/entra conmigo en el
desgarro; acuéstate sin miedo en la ceniza/ de todo cuanto pueda suceder…” .En
Locos de Altar (Alea Blanca, 2010)
escribe: “…en la proximidad del tacto y
del presente, antes que se disuelvan en ausencia de futuro o de pasado, ahora
que los muertos resucitan moribundos
Desde su contundencia experimental, enriquecida de matices
semánticos en los que la palabra adquiere a veces una consistencia de antigua
rabia, escribe José Manuel Prado-Antúnez (Baracaldo, 1963) en Perdurablemente Anfetamínico (Ed. Gran
Vía, Burgos.2009), un poemario en el que profundiza sus constantes poéticas con
una acentuación de las fuerzas que enriquecen las raíces de su poesía. “Te derramé salitre en la frente...”, “...Marchita
tierra, ombligo estéril,”, “Salitre y sangre, muere la ola y yo nazco/ de un
ojo mustio,…”, poeta vivo, que en su dolor arrastra la grandeza de
su herida y la enseña absoluta de la verdad: “Vomitaré
escorpiones a la herida/ en una oblicua agonía…”
Ha escrito Sandro Luna (L´Hospitalet de Llobregat, 1978) un
libro ¿Estamos todos muertos? (Pre Textos, 2010) que trata de modo casi
exclusivo sobre la muerte y un sentimiento de pérdida en el que está presente
el rito exequial, el escenario de la muerte, ese tiempo muerto en el que tanto
las flores como los cantos son el trampantojo
que quiere disimular la certeza final: “Recogí pétalos del suelo/ y al juntarme en su piel me fui sumando, con
mis cuatro cadáveres de lirios…” , “…Ahora
dos crisantemos se descuelgan/ del menudo racimo de una lágrima.”, “ Le llevan
las canéforas/ sus elevadas flores, todo vuela alrededor del muerto.”, hasta
tal punto de ofrecerse como alternativa a Caronte: “Caronte tiene sueño, está
cansado,/ ponedle la moneda hoy al barquero / y ya la llevo yo su barca mía…”.
Actuales y contemporáneos danzantes de la muerte en la ceniza de
estos poemas, frutos de la emoción creadora
en la voz de estos poetas emerge un transfondo antropológico y social
importante. ¿Estamos todos muertos?
se pregunta Sandro Luna, y persistiendo en el contenido de la pregunta y en el
análisis posterior ¿no habremos llegado a un punto donde la ceniza sea lo único
importante que nos queda…?
F.Basallote
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