miércoles, 26 de junio de 2013

ARTÍCULOS. Tiempo de ceniza




TIEMPO DE CENIZA








El tema de la destrucción, la ceniza y la muerte ha sido un recurso común en la historia de la poesía. Desde aquellos extraños libros del medioevo, los llamados Danzas de la muerte,- en los que había una desesperada llamada a ese tiempo de ceniza que precede a todo fin-, al Dies irae del franciscano Tomás de Celano, a la poesía de Paul Celan y su invocación de la ceniza, pasando por poetas como Alejandra Pizarnik : “En mis huesos la noche tatuada/ la noche y la nada…” o Antonio Gamoneda : “ ..la desaparición envuelve la ceniza de mi rostro…”, la inminencia de la destrucción ha levantado en el poeta el grito unánime de salvación.

En Cineraria, (Amargord, 2008),  Juan Soros (Santiago de Chile, 1975) nos sitúa en el día en que los siglos se reduzcan a cenizas, con un lacerante y extremo gemido de desesperación que hacen de este poemario un importante hito en el panorama poético actual en el que instala su desolación con una evidente fuerza que sólo surge del centro mismo del fuego de la verdadera poesía. En este poemario, la palabra es el residuo de todo lo que ardió, la ceniza aún incandescente de una lengua de fuego destructora: “Asediado por la muerte/ el silencio está en llamas..”, “Cegado por la noche, sólo/ me resta tu sombra/ en cenizas…”, “ Me golpeaste con tu cayado, /pero de mi roca/ solo pudo brotar ceniza…”, “…este es mi holocausto de cenizas.”, un destino en la destrucción : “Tierra del abismo de tus tinieblas/ es la ceniza a la que regreso.”

Rubén Martín (Granada, 1980) más en la línea del “malditismo”, en Radiografía del temblor (Renacimiento, 2007) dice: “…Ven,/entra conmigo en el desgarro; acuéstate sin miedo en la ceniza/ de todo cuanto pueda suceder…” .En Locos de Altar (Alea Blanca, 2010) escribe: “…en la proximidad del tacto y del presente, antes que se disuelvan en ausencia de futuro o de pasado, ahora que los muertos resucitan moribundos

Desde su contundencia experimental, enriquecida de matices semánticos en los que la palabra adquiere a veces una consistencia de antigua rabia, escribe José Manuel Prado-Antúnez (Baracaldo, 1963) en Perdurablemente Anfetamínico (Ed. Gran Vía, Burgos.2009), un poemario en el que profundiza sus constantes poéticas con una acentuación de las fuerzas que enriquecen las raíces de su poesía. “Te derramé salitre en la frente...”, “...Marchita tierra, ombligo estéril,”, “Salitre y sangre, muere la ola y yo nazco/ de un ojo mustio,…”, poeta vivo, que en su dolor arrastra la grandeza de su herida y la enseña absoluta de la verdad: “Vomitaré escorpiones a la herida/ en una oblicua agonía…”

Ha escrito Sandro Luna (L´Hospitalet de Llobregat, 1978) un libro  ¿Estamos todos muertos? (Pre Textos, 2010) que trata de modo casi exclusivo sobre la muerte y un sentimiento de pérdida en el que está presente el rito exequial, el escenario de la muerte, ese tiempo muerto en el que tanto las flores como los cantos son el trampantojo  que quiere disimular la certeza final: “Recogí pétalos del suelo/ y al juntarme en su piel me fui sumando, con mis cuatro cadáveres de lirios…” , “…Ahora dos crisantemos se descuelgan/ del menudo racimo de una lágrima.”, “ Le llevan las canéforas/ sus elevadas flores, todo vuela alrededor del muerto.”, hasta tal punto de ofrecerse como alternativa a Caronte:  “Caronte tiene sueño, está cansado,/ ponedle la moneda hoy al barquero / y ya la llevo yo su barca mía…”.

Actuales y contemporáneos danzantes de la muerte en la ceniza de estos poemas, frutos de la emoción creadora  en la voz de estos poetas emerge un transfondo antropológico y social importante. ¿Estamos todos muertos? se pregunta Sandro Luna, y persistiendo en el contenido de la pregunta y en el análisis posterior ¿no habremos llegado a un punto donde la ceniza sea lo único importante que nos queda…?

F.Basallote

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