POETAS
ANDALUCES EN LA MEMORIA
MARIO
LOPEZ
Mario López López (Bujalance, Córdoba, 1 de agosto de 1918 - 1 de abril de 2003), poeta y pintor
español perteneciente al Grupo Cántico.
Tras realizar los primeros estudios en Bujalance, marchó a
Madrid, donde ingresó en el Instituto Escuela de la Institución Libre de
Enseñanza.
En 1942 entró en contacto con los poetas con los que más tarde, en 1947,
fundaría la revista cordobesa de poesía Cántico, aun cuando se estima
que su inclusión en el grupo no obedeció tanto a razones estéticas y temáticas
como de amistad personal con sus integrantes. Es autor de una decena de libros,
entre los que destacan Garganta y corazón del sur, su primera obra,
publicada en 1951, así como Universo de pueblo (1960), Siete
canciones (1968), Del campo y soledades (1968), Antología poética
(1968), Cal muerta, cielo vivo (1969), Universo de pueblo. Poesía
1947-1979 (1979), Museo simbólico (1982) y Antología poética de
Bujalance (1985). También los cuadernos poéticos El alarife (1981), Memoria
de Málaga (1992) y Versos a María del Valle (1992). Es autor también
de las antologías Córdoba en la poesía (1979) y Fuentes de Córdoba
(1987).
Eligió desarrollar su actividad literaria y cultural en su
pueblo natal de Bujalance. Allí fundó los Cuadernos de Arte, Historia y
Literatura en 1958 y organizó los Juegos Florales de Primavera. Dio nombre
al Premio Nacional de Poesía "Mario López". La Diputación de Córdoba
reunió toda su lírica en el volumen Poesía.
Colaboró en las más prestigiosas publicaciones literarias
españolas y fue miembro de número de la Real Academia de Córdoba. Ha recibido
numerosos homenajes y premios; como muestra, el Internacional de Poesía del
Círculo de Escritores Iberoamericanos de Nueva York en 1963 o el de Andalucía
de las Letras en su apartado de poesía, en 1997.
Publicados en Cántico
LEJANÍA DE CÓRDOBA
(Paisaje de otoño)
Los árboles azules de la raíz desnuda
se volvieron de oro. La tarde fue muy larga
con su luna menguante llorando en los arroyos.
En los surcos un ala nada más, escondida
y en su confín, las torres enjoyadas de niebla
cruzando los cambiantes cielos de la Campiña.
Un rumor de agua oculta ya hecho
brisa en guitarras
coronaba la testa de los bustos romanos
-cadáveres de mármol naciendo de la tierra
feraz, desentrañando la verdad más profunda.
Y al bisel del crepúsculo, más allá, al horizonte,
donde los ríos no acaban y las tardes se olvidan:
Córdoba humo de sueño lejano, deshojando
sus hondas campanadas como un árbol de siglos...
AQUELLA
Por el sabor de la hoja
del limonero mordida
despiertas en mi garganta
con perfume de arriates
bajo la lluvia.
Y recuerdo
que te conocía.
Yo
estuve
contigo en lejanas tardes
y tú dejabas mis labios
besar tu frente y mis ojos
quedarse en ti...
Sí... recuerdo
que te conocía...
Tú eras
aquella y yo te pintaba
mi corazón en los vidrios
con niebla de tus balcones...
Los ubi sunt
UBI SUNT DE MUCHACHA LEJANA
«Perpetuidad. Aquí yace la señorita
F.L.A. que perdió la vida
a los dieciséis años de edad y pasó a
otra mejor
el 31 de Octubre de 1862. R.I.P.»
(Epitafio. Patio Romántico del
cementerio de Bujalance. Córdoba).
De tu existencia apenas si nos queda el recuerdo
de un segundo apellido condenado a extinguirse
y esa fotografía de niña lejanísima
que paulatinamente va enturbiando el olvido.
Pienso en ti -en estas cosas que poco se meditan,
siendo, a pesar de todo, cuestiones importantes-.
Pienso en tu breve estancia terrenal, pasajera,
tal la brisa o la niebla o el verdor de los campos.
¿Qué quedó, pues...?. ¿Qué aroma de qué flor
permanece
disecada entre páginas amarillas de libros...?
¿Qué canción detenida...?. ¿Qué corazón latiendo...?
¿Qué ríos nuestras vidas que en Dios no
desemboquen...?
Sólo nubes que pasan... El árbol de tu sangre
con pájaros risueños embriagando tu cuerpo
de viva primavera, tu sonrisa, tus ojos,
tu voz, ya cercenadas las raíces del eco...
Espejos sin memoria donde tú te miraste
con adelfas de fiebre o amor en las mejillas
esa brillante víspera de tu baile más pálido
cuando rojos violines ya gemían por tu nuca...
Oh labios que no existen después de haberte dicho...
Pienso en amigas tuyas de bellísimos nombres
y delgada cintura cuyos rostros quedaron
en aires de familia o acaso sólo en versos...
Laura, Beatriz, Ofelia, Ernestina o Elvira,
desde mil ochocientos, recordadas en cintas
de sombreros antiguos guardados en roperos
donde aún se agita un viento con sol de naftalina...
SIETE CANCIONES (1968)
LA SAL
La sal
por el aire iba,
como sin ir,
hacia donde
la conversación quería...
(La sal
iba por el aire,
paloma de gracia herida...).
Sal andaluza
en los labios
azules del Mediodía
disuelta
en espuma
o alas
de abanico
o de sonrisa...
(La sal
iba
por el aire...).
LOS PUERTOS
(homenaje a R.
Alberti)
Mirad
un toro de espuma
desmandado
en La Marina.
Un
toro
de mar y luna
embistiendo
a las salinas.
Un
toro
«loco de atar»
a favor
de la marea.
Por Dios
que el toro no crea
que Cádiz es Gibraltar...
¿Quééé...?
¡Un toro bravo de mar!
CAL MUERTA.CIELO VIVO...
(1969)
172
ÚLTIMA GEÓRGICA
Y en el mes de Diciembre a la comarca
te asomabas también. No desde aquellos
señoriales balcones de los hierros
labrados que arreboles de crepúsculo
doran y sus heráldicas de piedra.
Al pueblo te asomaba diluido
en algo tan de todos como el aire
cuyo temblor al mediodía es ala
del más dulce cristal quebrado en éxtasis.
Ala de sol para la geografía
de la provincia. Mapa de silencios
invernales. La escarcha. El labrantío.
Las perdices. Las liebres. Los olivos
con su mágica fronda entre la niebla,
apenas eco, pulso en lejanía...
Fríos, desnudos cielos a horizontes
de ignoradas candelas al ocaso,
sueltas, flotando como cabelleras
nostálgicas de humos ya deshechos.
Caminos de herradura hacia los pueblos
de solitarias calles melancólicas
donde la hierba crece junto al hondo
rumor que los molinos aceiteros
insinúan tras sus tapias encaladas.
Trigales en agraz junto a las eras
del ruedo ya en penúltimas esquinas.
Puertas al campo de las almazaras.
Los montones de orujo con su aroma
de cálido regazo inexpresable.
NOSTALGIARIO ANDALUZ (1979)
LOS «PORTFOLIOS»
Recuerdas aquel libro que contenía crepúsculos sobre
el Bósforo: desoladas columnas de Luxor emergiendo
de las aguas del Nilo; los brahmánicos templos de
Angkor-Vat, sus gopuras, reflejadas en sagrados estan-
ques...
Eran hermosas vistas de países exóticos: Persia,
Indostán, Arabia, Afganistán, Egipto... Y también
aquellas otras del periplo mediterráneo, orladas de
cipreses y clásicas ruinas: Constantinopla, Atenas,
Venecia, Alejandría..., fabulosas ciudades con gentes y
costumbres, melancólicamente fotografiadas a finales
del siglo XIX, muertas ya o detenidas en aquel mismo
instante del que precisamente tu vocación partía.
Amarillos «portfolios» que tu abuelo guardaba en
aquella alacena de su pulcro despacho junto a los
viejos tomos de «El Mundo Ilustrado» o «Biblioteca de
las Familias». Cerrada y misteriosa alacena donde
estaban los sueños encuadernados, quietos en la oque-
dad del muro, brindándote, en tinieblas de húmeda
cal, propicia ocasión de sustraerte a toda realidad
circundante. Aleph maravilloso de tu infancia, cuando
el orbe inefable de tu imaginación de entonces segura-
mente coincidía con algún otro punto de la dicha
absoluta...
(...Confusamente unidos a tal tiempo y sus días de
sol ya desvaído, otros varios paisajes de nuestra geogra-
fía más entrañable -olivares con lluvia o dulcísimas
nieblas de Navidad andaluza- bajo las almohadas de
tus sueños de niño igualmente quedaron insomnes de
nostalgia...)
LOS FUEGOS ARTIFICIALES
El último día de feria los fuegos artificiales ponían
fin al verano, agrandando la noche, cambiándola,
adornándola de irreales jardines incandescentes, gran-
des ruedas de azudes o palmeras fantásticas sobre los
abrasadores terrones del rastrojo... Lluvia de plata
líquida, derretida en cascadas de cegador magnesio y
honda melancolía tras el deslumbramiento fugaz y su
rescoldo, aún crepitante en oros de extinguibles diade-
mas temblorosas...
Y así aquellos instantes, su intensidad, su huella: tal
la borrosa imagen de una fotografía «revelada al minu-
to», ya con el tinte amargo de lo perecedero o la nos-
talgia acaso de unos lejanos ojos, sentidos o entrevistos
durante la corrida de toros, al crepúsculo...
Quedabas por entonces frente a la más palpable
sensación de vacío, de soledad abierta frente a la tierra
absorta y desnuda del año. Sólo, frente al otoño que
llegándote iba, día por día, quedamente bajo las pri-
meras nubes viajeras hacia quien sabía dónde...
Nubes que te invitaban a dejarse ir con ellas por
cielos ya distintos o a quedar contemplándolas junto a
nuestras humildes y cotidianas cosas, amables y hasta
tristes, con la ilusión de algo, inefable y envuelto
dulcemente en Septiembre...
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