POETAS
ANDALUCES EN LA MEMORIA
JULIO MARISCAL
Julio
nace en Arcos de la Frontera (Cádiz) un 18 de noviembre de 1922, en 1949 forma parte del grupo poético
Alcaraván, del que está considerado como el más valioso exponente.
En 1950 obtiene el título de Maestro
Nacional siendo su primer destino el colegio “Primo de Rivera” de Cádiz, y dos
años más tarde es trasladado a la localidad de El Bosque, donde coincide con el
también maestro Antonio Luis Baena.
Julio formó parte de la llamada
“Generación de los cincuenta”, junto a Caballero Bonald, Fernando Quiñones,
Ángel González, Claudio Rodríguez, Gil de Biedma y otros.
Fue colaborador o fundador de las
revistas, Alcaraván, Platero, Arquero de Poesía, Alcántara, Ágora, La
isla de los ratones, Caracola, Cal, Caleta, Capitel, Alor, Ixbilian, El
gorrión, Torre Tavira, Alfox, El Cobaya, Rocamador, Anaconda, Bahía, Floresta
de varia poesía La Venencia, Liza, Arcilla y Pájaro, Litoral, Güadalquivir,
Álamo, Aljibe, Pliego, Pleamar, Madrigal, Llanura, Cumbres, Atzavara, La luna
negra, Última poesía religiosa, Punta Europa, Estafeta literaria y varias
hispano-americanas.
En 1953 ve la luz su primer libro Corral de muertos. En 1955 aparece el
segundo Pasan hombres oscuros, y tras el van apareciendo Poemas de
ausencia, Quinta palabra, Tierra de Secanos, Tierra, Ultimo
día, Corral de muertos edición ampliada 1972, Poemas a Soledad, y Trébol
de cuatro hojas. Años después de su temprano fallecimiento se publicó una
recopilación de poemas inéditos creados en 1974, Aún es hoy.
Julio consagró su vida a la enseñanza, la
poesía y el flamenco. En sus poemas le canta al amor y a la tierra, a Dios y al
hombre, a la madre y a la mujer, al trabajo duro y a la muerte. Poeta triste y
melancólico, sus méritos intelectuales y humanos no le fueron reconocidos
durante su existencia, sufriendo la marginación de la sociedad de la época.
Muere el 29 de noviembre de 1977. Un día
más tarde, "...bajo una lluvia sublime copiada de los ojos de sus
amigos", según relata Pedro Sevilla, Julio volvió a la tierra, donde
encontró la paz, y descansa en el Cementerio de San Miguel de su pueblo
natal.
Ciprés.
(Del libro Corral de muertos)
A
Felipe Sordo Lamadrid
AQUÍ, donde los hombres se han tendido
para olvidarse dentro de su muerte,
tú sigues vertical, sin ofrecerte,
limpio y sonoro al último latido.
¿Qué manos que ya fueron se han unido
en tierra cruda para sostenerte?
¿Qué talle de otro abril vino a traerte
ejemplo en las cenizas de su olvido?
Bocas sin risa, senos, cabelleras,
se mezclan en tu sangre, envenenada
por el terrible empeño de la altura.
¡Qué loco derrochar de primaveras
en el tapete verde de la nada
para que se cumpliera tu hermosura!
I
(Del libro Pasan
hombres oscuros)
TE nombro fuente, atardecer, locura,
jazmín, recuerdo, corazón o estrella;
y no encuentro palabra que te alcance,
elemental y mía como eres.
Digo entonces mañana, selva, espuela,
horizonte o nostalgia, río, espuma;
y aún no me llegas toda, aún te resbalas
de entre mis manos como agua esquiva.
Y sigo loco: rosa, niña, aurora,
lumbre... ¡Qué vanas todas las palabras, todas!,
y tengo entonces que apretar los labios
y miniar tu figura de silencios.
XV
(Del libro Pasan
hombres oscuros)
TÚ mirabas el río,
la flor recién abierta,
el pequeño morir de los boyeros...
Yo miraba tus ojos.
¡Y ya eran mías todas estas cosas!
Y me iba preguntando:
¿Cómo es posible
que en esta cabecita de alfiler de tu pupila
quepa todo el baldío que es el mundo?
¿Cómo es posible?... Y me iba preguntando...
Pero volví los ojos hacia fuera,
rompiendo las amarras de los tuyos,
y al ver las vacas con enormes ubres
que rumian lentamente su tristeza,
y el olivar umbrío, y la alta torre
cimbreada por vientos rondadores,
comprendí que sin verlo
prendido, desdoblado en tus pupilas,
era mundo, era un terrible ático vacío,
un polvoriento surco que nos va consumiendo.
Y desde aquí me supe,
abrazado a tus ojos para siempre,
que el quererte era más que una moneda
lanzada al “cara o cruz” del desearte.
XIII
(Del libro Poemas de ausencia)
DIJISTE: ¡Para siempre!...
Y te marchaste, breve, entre los pinos.
Y yo - ¡Dios mío! - me iba preguntando:
¿Qué haré con tanta tarde entre las manos?
¿Qué haré cuando me enrede entre las horas?
¿Cuando la estrella clave en mí su nombre?
¿Qué harás, corazón mío?
Y ahora - ya el tiempo alfanje entre nosotros-
me sigo preguntando:
¿Qué haré con tanta tarde, con tanto corazón,
con tanto barro,
si no tengo tus ojos para alzarme?
LA TIERRA
(De TIERRA DE SECANO)
La tierra elemental, partida, sola,
cansada de parir, de acomodarse
con duros agujeros, con cansinos arados;
la tierra horizontal, hembra y desnuda
para el afán del buey y la pisada;
la pobrecita tierra de estameña
con cilicios de agostos y aceituna.
Cruza la tarde el agua viajera
del río violador de naranjales,
el perro perdiguero; lento, el carro;
las cuadradas pezuñas de las vacas...
Hay un nogal achaparrado, un vivo
cabrillear de fuente entre las peñas;
todo se agita y viene y va, y se pierde
en el claro horizonte de un deseo.
Pero la tierra no. La tierra tiene
ese destino de achatarse siempre,
de ser espalda, yunque de galopes,
surco para el maíz y la saliva.
La tierra elemental, partida, sola,
cansada de parir, de acomodarse
con duros agujeros, con cansinos arados;
la tierra horizontal, hembra y desnuda
para el afán del buey y la pisada;
la pobrecita tierra de estameña
con cilicios de agostos y aceituna.
Cruza la tarde el agua viajera
del río violador de naranjales,
el perro perdiguero; lento, el carro;
las cuadradas pezuñas de las vacas...
Hay un nogal achaparrado, un vivo
cabrillear de fuente entre las peñas;
todo se agita y viene y va, y se pierde
en el claro horizonte de un deseo.
Pero la tierra no. La tierra tiene
ese destino de achatarse siempre,
de ser espalda, yunque de galopes,
surco para el maíz y la saliva.
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