POETAS
ANDALUCES EN LA MEMORIA
Fernando Quiñones Chozas
Chiclana de la
Frontera (Cádiz) 1930 - Cádiz 1998. Poeta, narrador, ensayista y autor de
varias obras de teatro. Ha sido uno de los escritores más brillantes del
panorama literario español de la segunda mitad del siglo XX.
Ampliamente
reconocido por figuras de la trascendencia de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy
Casares, Dámaso Alonso, Luis Rosales, Rafael Alberti o José Hierro, entre
otros. La Universidad de Cádiz le distinguió nombrándole Doctor Honoris Causa
en el año 1998. En su obra poética se distinguen principalmente dos épocas: la
primera, de corte más intimista en la que destacan obras como 'Ascanio o Libro de las Flores', 'Cercanía
de la Gracia' (Accésit del premio Adonais de 1956), 'En vida' (Premio Leopoldo Panero 1963), frente a otra de más
madurez, mucho más prolífica, donde el autor escribe en tercera persona,
describiendo lugares y acontecimientos pasados, que muchas veces se mezclan con
episodios contemporáneos. Pertenecen a esta época:
'Las crónicas de
mar y tierra' (1968), 'Las crónicas de Al-Andalus' (1970), 'Circunstancias y
acordes' (1970), 'Ben Jaqan' (1973), 'Las crónicas americanas' (1973),
'Memorandum' (1973), 'Las crónicas del 40' (1976), 'Las crónicas inglesas'
(1980), 'Muro de las Hetairas. Fruto de afición tanta o Libro de las putas'
(1981), 'Las crónicas de Hispania' (1985), 'Las crónicas de Castilla' (1989),
'Las crónicas del Yemen' (1994), 'Casa puesta en placeres o últimos pliegos de
la carta a Clori con otros poemas eróticos' (1994), 'Las crónicas yugoslavas'
(1997) y 'Las crónicas de Rosemont', por la que obtuvo el Premio Jaime Gil de
Biedma poco antes de morir.
Se le considera
como uno de los maestros en el género del relato de la generación de los 50. En
1961 gana el Premio de La Nación de Buenos Aires con los relatos que componen
'La gran temporada'. Jorge Luis Borges, miembro del jurado, a pesar de su
condición antitaurina, los premiará al advertir que "el único tema que
prima es la dimensión y la naturaleza del ser humano". Entre otros libros
de relatos figuran: 'Cinco historias del vino' (Premio de Prosa en las XII Fiestas
de la vendimia de Jerez), 'La guerra, el mar y otros excesos' (1966),
'Historias de la Argentina' (1966), 'Sexteto de amor ibérico' (1972), 'El viejo
país' (1978), 'Nos han dejado solos' (1980), 'Doce relatos andaluces' (1989),
'Legionaria' (1992), 'Viento sur', 'Con el viento sur' (1996) y 'El coro a dos
voces' (1997), uno de sus mejores libros según la crítica especializada.
Entre sus novelas
destacan: 'Las mil noches de Hortensia Romero' (finalista del Premio Planeta en
1979) y 'La canción del Pirata. Vida y embarques del bribón Cantueso'
(finalista del Premio Planeta en 1983). En la primera, Hortensia se presenta
como una mujer de la vida que narra multitud de historias en las que expresa
con libertad aspectos filosóficos sobre la tolerancia y el respeto a la
diversidad; resalta en este sentido ciertos rasgos de la idiosincrasia del
pueblo andaluz, aún más, del gaditano. El autor elige un lenguaje difícil y
comprometido, ya que la obra está escrita en andaluz con la intención de
otorgarle a su personaje la veracidad que solicita. 'La canción del pirata.
Vida y embarques del bribón Cantueso' es una novela ambientada en el siglo XVII
y describe las aventuras del pícaro Juan Cantueso. Queda patente un excelente
dominio de la novela histórica, picaresca y de aventuras. El título primigenio
es 'Vida y embarques del bribón Cantueso'. Por otro lado, 'La visita' (1998),
no es una novela tan conocida, pero sin duda brillante en la que el autor elige
un lenguaje culturalista. Narra un supuesto encuentro entre Marcel Proust y
Clarín. Entre las de menor extensión escribió las que siguen: 'El amor de
Soledad Acosta' (1989), 'Encierro y fuga de San Juan de Aquitania' (Premio de
Novela Café Gijón 1989) y 'Vueltas sin fecha' (Premio de Novela Breve 'Juan
March Cencillo' 1994). Desde 1994 hasta su muerte, Fernando Quiñones dejó
acabadas dos novelas; 'Los ojos del tiempo' y 'Culpable o El ala de la sombra'
(de su finalización quedó constancia en sus declaraciones al Diario de Cádiz el
27 de abril de 1997). La primera trata de las extrañas visiones de un pescador
gaditano con escasa formación, en las que vislumbraba secuencias históricas en
la ciudad más antigua de Occidente, Cádiz.
La segunda novela
es una historia de intriga en la que su personaje principal no cree ni recuerda
ser culpable de los delitos que se le imputan, es consciente que por donde pasa
ocurren desgracias... Las correcciones de estas novelas quedaban construidas en
una arquitectura manuscrita con lápices y bolígrafos de colores y fueron
transcritas por la profesora de Literatura de la Universidad de Cádiz Nieves
Vázquez Recio. Quedan ambas reunidas en una magnífica edición de Alianza
Editorial.
Como ensayista,
sobresale con su libro 'De Cádiz y sus cantes', según Félix Grande “un libro
imprescindible en el estudio del arte flamenco”. 'El flamenco vida y muerte'
(1971) y otros títulos.
Entre sus obras
de teatro destacan por orden cronológico: 'Tres piezas de horror' (1961),
'Andalucía en pie' (1980) y El grito (1983)
obras
Soneto a su
ciudad, Chiclana de la Frontera:
Cal encendida, léganos, redores
archibebes,
viñedos, plaza, río,
arena virgen de
tu playerío,
pico borracho de
tus ruiseñores.
Albinas, altas huertas,
resplandores
del levante por
julio, miel, trapío
del potro, luna
lánguida, hoy vacío
el sol antiguo de
tus matadores.
Ojos negros en ronda por la
vega,
Barrosa, salinar,
pinar, labriega
y pescadora tú,
de cara al viento.
Abierta madre siempre de la mano
contra el
incendio azul de tu verano,
vieja y muchacha
por mi pensamiento.
EL PAN ES LUZ
CAUTIVA…
El pan es luz cautiva y apretada
Cordilleras del pan, laderas, fuego
blanco de amor la miga, tajo ciego
la tórrida
corteza enamorada.
Quiero pan, dame
ya esa levantada
visita general y
áspero ruego
del pan, carta
del pan, hombro, sosiego
del pan y su
hermosura y su mirada.
Caballo que en la
lengua desordena,
desata el sol,
enciende el movimiento
acompasado de la
trigalía.
Pan, campana en
la sangre, ¡ay boca llena
de pan, de España
en llama y luz, oh aliento
con que la tierra
viene a ser más mía!
COMO UN RÍO de
ROSTROS…
de sucesos, nos
hunde y nos aleja.
Todo es ayer y
nunca ya. No ceja
el aluvión de un
tiempo, como un río.
Ultima gota tú,
ya el correntío
te deja atrás
también, te desmadeja
hacia delante
siempre. El sol maneja
tu entera
historia ya, tu paso, el mío.
Pero tú estás
ahora y aquí, tú alcanzas
el cielo con las
manos, determinas
la negación del
tiempo con tus ojos
y te toca llevar
las esperanzas
tuyas y nuestras,
y hoy por hoy fulminas
tanta sed y
pesar, tantos cerrojos.
MEMORIAS CORPORALES
Marta la que lloraba al despedirse.Mariana con un lucero en el muslo.
Paca la de Arcos, que se llevaba la noche en una cesta.
Antonia de ojos inviolables,
áspera María Luisa de Zamora
junto al silbido de los trenes,
¡ah Extremeña de bata roja y boca pálida,
Manolita la Verde tocando en la noche de los marinos
su desmedido acordeón carnal,
Rosa desnuda junto a un río,
jubilosa bandera, triste y brava bandera,
escuadrón lívido y hermoso
al que amamos largamente entre los dones del vino,
cuyas sólidas armas abrazamos
hasta los bordes de la aurora
en espera de aquello que aparecía a veces!
LOS POETAS
También tú, curtidor,
y tú, patán hermoso, arrancándole
al invierno terrones, empujando
en agosto el plostellum. Y tú,
herrero entre sombríos fulgores,
o tú, inocente
borracho sin oficio.
También vosotros sin saberlo
conocisteis alguna vez
no la mayor: la única gloria del poeta:
cuando en el prado, la curtiduría,
la taberna, la fragua, se os llegaron
casualmente a la boca aquellas tres, cuatro palabras
que no se habían juntado antes
o nunca habían sonado de aquel modo,
y que dejaban dicho algo,
sencillo acaso como ellas,
pero tan verdadero, tan nuevo y tan antiguo
que os suspendió y enmudeció un instante,
como a algunos de los que os escuchaban.
de su libro Las crónicas de Hispania, 1985.
También tú, curtidor,
y tú, patán hermoso, arrancándole
al invierno terrones, empujando
en agosto el plostellum. Y tú,
herrero entre sombríos fulgores,
o tú, inocente
borracho sin oficio.
También vosotros sin saberlo
conocisteis alguna vez
no la mayor: la única gloria del poeta:
cuando en el prado, la curtiduría,
la taberna, la fragua, se os llegaron
casualmente a la boca aquellas tres, cuatro palabras
que no se habían juntado antes
o nunca habían sonado de aquel modo,
y que dejaban dicho algo,
sencillo acaso como ellas,
pero tan verdadero, tan nuevo y tan antiguo
que os suspendió y enmudeció un instante,
como a algunos de los que os escuchaban.
de su libro Las crónicas de Hispania, 1985.
Aquella tarde se lo dijo.
Fresco el
viento, tranquilo, y Joaquín despacio, con el hombre, por el gastado camino del
arrecife, de la Puerta Vieja de La Caleta al faro de San Sebastián.
La marea media
abofeteaba las rocas desganadamente, y en la luz de las cuatro, plateando en
las distancias, se oía su batir bajo los pequeños y espaciados puentes del
camino ai faro, que sólo ellos estaban recorriendo.
Al fondo de La
Caleta, a sus espaldas, se curvaba como una herradura el blanco balneario fin
de siglo, y ante sus ojos, lejano e inaccesible tras las almenas del viejo
fuerte militar, el faro metálico se levantaba al sol igual que una
estilográfica flamante, disonando en la antigüedad del paisaje, del agua alegre
y los roquedales negruzcos. Esa tarde fue cuando el hombre se lo dijo.
_Es bueno el viento éste,
pero para bañarse no _había hablado Joaquín primero.
El hombre bajo y fornido, que vestía de negro y
siempre llevaba un libro en el bolsillo, se detuvo entonces y extendió un brazo
a la redonda. En seguida habló con aquel acento onvencido y algo solemne, con
su caluroso pero nada cargante énfasis de costumbre, capaz de dar interés y
sentido a cualquier cosa. Su corbata blanca flameaba en el aire.
_Sí, es un buen
viento _dijo_. Y raro en este
tiempo porque es viento del Noroeste. Mira cómo pone verdosa el agua.
La ciudad tendía tras ellos su decaimiento y su
belleza. Al otro lado de la bahía, más allá de los anchos llanos marinos, un
pueblo blanco se agazapaba en el horizonte, como bajo el gran peso del cielo, y
el Noroeste acumulaba polvo y pajuelas en los baches del camino sobre el
arrecife.
Y Joaquín se
quedó mirando al hombre cuando éste le añadió que, no ya
a aquella hora,
sino incluso a la de almorzar, se escapaba hasta allí algunos días para estar a
solas consigo, pretextándole a la hermana que lo habían convidado a comer y
arreglándoselas con media botella de vino y un plato de pescado frito en alguno
de los añosos bares inmediatos a La Caleta. Se quedó Joaquín mirando al hombre
contra el mar rielante, con una mirada entre azorada y fija, porque entendió
que el hombre le hablaba ahora de una cosa y de una manera triviales en
apariencia pero verdaderamente íntimas y como plagadas de algo, quizá de una
soledad inabarcable, algo que no estaba en las palabras mismas sino por detrás
de ellas, algo oculto y muy fuerte.
Y Joaquín
presintió que, aunque nada tuviera que ver con ellas, aquellas palabras del
hombre podían dar paso inesperado _como en efecto lo dio_ a que le dijese lo
que él nunca hubiera querido oír, y al «ten cuidao» de alguien que ya
había avisado a Joaquín con una tosquedad burlona y breve, segura y cruel, que
justamente utilizó Joaquín para repudiar aquel aviso, sin embargo cierto: el
aviso de aquello que cambiaba de pronto el modo de mirarlo del hombre, y que
devolvía la conversación del hombre a los temas de siempre cuando ya parecía
irle a hablar a Joaquín de algo que no era lo de siempre (como si aún no se
decidiera o no pudiera hacerlo), para hablarle otra vez de libros, músicos,
cantaores y reveladores lances de la guerra civil.
Pero ahora sí
se lo había dicho. Ahora se lo había dicho, así que el hombre se iba a quedar
otra vez solo, y los dieciiete años de Joaquín debían volver a vagar solos por
la ciudad bullente y, para él, otra vez vacía sin aquel amigo mayor, sin verlo
ni oírle hablar de Shakespeare, de Picasso, de Mozart, sin sus orientaciones
sobre el arte de Galdós, o el de Enrique El Mellizo, o el de Stendhal, o
de los prohibidos, inasequibles Alberti, Neruda, Lorca. Es decir, sin cuanto era ya el entero, antiguo
y recién nacido destino de Joaquín, para el que en ese rnomento no le servía ninguno de los
amigos de su edad y para el que había encontrado alimento y apoyo en el hombre
maduro, bajo y fornido, con el que se veía casi a diario desde hacía tres meses
y que tan comprensivo y afectuoso se mostraba con él.
El hombre del
que ya tendría que alejarse, como de otros antes, porque ahora sí se lo había
dicho, tocándole el brazo con una mano temblorosa:
_Te amo.
(Del libro Viento del sur)
No hay comentarios:
Publicar un comentario