POETAS ANDALUCES EN LA MEMORIA- JUAN BERNIER
Juan Bernier (La Carlota,
1911
- Córdoba,
1989),
poeta y arqueólogo. Fue uno de los fundadores de la revista Cántico,
en torno a la cual se unieron un grupo de artistas conocidos como Grupo Cántico.
Fue
cofundador de la revista Ardor, en la que colaboraba Ricardo Molina,
y uno de los miembros fundadores de la revista Cántico
(1947).
El grupo Cántico (así llamado
por la revista) compartían la idea de otorgar la primacía a la estética antes
que al «mensaje».
Escribió
un duro y claramente autobiográfico Diario, que la revista de poesía
"Antorcha de Paja" en el nº 13-14 de marzo
de 1980
publicó varios fragmentos que van desde julio de 1938 hasta
febrero de 1947.
Sus
poemas se caracterizan por la riqueza expresiva y sensorial.
Pero
sobre todo nos hallamos ante uno de los poetas andaluces más puros, más
descontaminados y más sinceros de la posguerra española. Para Bernier la poesía
nunca se cumple en sí misma sino como expresión de una forma de ver el mundo y
de situarse frente a la realidad. El Sur como raiz y vocación está en su obra,
junto a un amor telúrico por el hombre y su entorno social.
El
más social de los poetas del grupo Cántico
mezcló un paganismo iberorromano a una cierta y contenida intención social más
que política. Contrario a todo sistema y a toda norma, pidió permiso a Ortega y
Gasset para este plagio: "Yo soy yo y mi disidencia".
Entre
su obra poética, no muy extensa pero sí intensa, destacan 'Aquí en la tierra, Poesía en seis
tiempos, En el pozo del yo'.
CANTO DEL
SUR
Tu letra,
oh! Sur clavada sobre la cal blanca de las espadañas
junto a
la bota de un férreo arcángel enmohecido,
tu letra
bajo el paralelo 38 con una aguda flecha cortante
desde las
torres de Córdoba a la azul espuma de Cnosos,
faja de
plata y oro en el triunfal pecho del mundo,
mar donde
los delfines juegan o desierto donde los esqueletos brillan,
verde y
amarilla bandera desplegadas hasta las palmeras de Tombuctú;
dos mares
de agua y arena por el mismo sol cauterizados,
sol que
chorrea su oro sobre los limoneros y naranjales de Tarsis,
blanco
como un cuchillo de plata para herir la gruta en sombra de las higueras
espesas,
sol del
Sur, gladiador entre el agudo acero de los setos,
donde las
moreras deshacen la esmeralda densa y dulce de su sangre,
y las
vides salvajes retuercen el estéril himeneo sin fruto de sus pámpanos.
Tu
nombre, oh Sur, en los fustes inmóviles o en las rotas cariátides del Olimpo,
en la
altiva pereza de las veletas donde las campanas gritan su nupcial exhalación de
alegría,
Sur, inmenso
Sur, con el mismo rostro en los huertos del Hedjaz
donde el agua es como una muchacha a quien cuida un
amante
donde cada gota es como una moneda de oro que el
avaro guarda en su cántaro de barro.
El mismo en los jardines de Granada donde sólo se
oye la líquida voz de las fuentes,
en los parques de Sevilla entre cuyas sombras crece
el hormigueo burbujeante del sol,
y más allá, en la tentación desnuda del seno azul y
lechoso de Nápoles,
en el que las sirenas y las estatuas yacen
sepultadas bajo el abrazo verde de las algas,
donde no hay brumas ni tristezas y aún los
cementerios son blancos;
rostro del Sur cuyo color es el de un brazo desnudo
que recoge conchas entre la espuma y la cal cegadora,
moreno como la entera desnudez de los pequeños pastores
que se bañan cuando no suena sino una insondable
vibración de silencio,
en la siesta sin límites, cuando el oído escucha el
rumor de la vida en la caracola infinita del espacio
sobre el mar y el desierto; entre los olivos y los
naranjales el canto estival de la chicharra
como el ruido de una sangre que hierve a
borbotones: sangre del Sur, mosto que cuece su embriaguez de luz y de oro;
sangre e
los hombres del Sur, sin cualquier sombra en sus almas
ni otro
paraíso que este de la tierra caliente donde maduran los frutos,
la melada
aspereza de los dátiles, las higueras y las granadas escarlata,
donde
crece y madura también el más maravilloso fruto de la tierra,
el druto
moreno y tostado de los hombres, de las mujeres y los niños,
de los
seres del Sur, como estatuas de húmeda arcilla dorada que empapa el soplo seco
del levante o la brasa viva del simún;
y que
como palmeras al mediodía no tienen sombra en sus almas,
sino una
aspiración profunda para llenar sus pulmones de la densa voluptuosidad de la
tierra,
de la
brisa de sus montañas, de sus mares o de sus ciudades sin tiempo, fundidos con
la alegría de las terrazas blancas o de las cúpulas de oro,
almas sin
sombra, sonrientes de cualquier metafísica sin perfume,
porque no
hay ningún deseo que no pueda satisfacer aquí abajo,
en el
huerto inmenso, en el paraíso del Sur, donde los ríos para la sed son setenta
veces siete.
JUAN
BERNIER
CÁNTICO
nº 1. Octubre 1947.
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