POETAS ANDALUCES.JULIO MARISCAL
JULIO MARISCAL
Julio nace en Arcos de la Frontera (Cádiz) un 18 de noviembre
de 1922, en 1949 forma parte del grupo
poético Alcaraván, del que está considerado como el más valioso exponente.
En 1950 obtiene el título de
Maestro Nacional siendo su primer destino el colegio “Primo de Rivera” de
Cádiz, y dos años más tarde es trasladado a la localidad de El Bosque, donde
coincide con el también maestro Antonio Luis Baena.
Julio formó parte de la llamada
“Generación de los cincuenta”, junto a Caballero Bonald, Fernando Quiñones,
Ángel González, Claudio Rodríguez, Gil de Biedma y otros.
Fue colaborador o fundador de
las revistas, Alcaraván, Platero, Arquero de Poesía, Alcántara, Ágora, La
isla de los ratones, Caracola, Cal, Caleta, Capitel, Alor, Ixbilian, El
gorrión, Torre Tavira, Alfox, El Cobaya, Rocamador, Anaconda, Bahía, Floresta
de varia poesía La Venencia, Liza, Arcilla y Pájaro, Litoral, Güadalquivir, Álamo,
Aljibe, Pliego, Pleamar, Madrigal, Llanura, Cumbres, Atzavara, La luna negra,
Última poesía religiosa, Punta Europa, Estafeta literaria y varias
hispano-americanas.
En 1953 ve la luz su primer libro Corral de
muertos. En 1955 aparece el segundo Pasan hombres oscuros, y tras el
van apareciendo Poemas de ausencia, Quinta palabra, Tierra de Secanos,
Tierra, Ultimo día, Corral de muertos edición ampliada 1972, Poemas a
Soledad, y Trébol de cuatro hojas. Años después de su temprano
fallecimiento se publicó una recopilación de poemas inéditos creados en 1974, Aún
es hoy.
Julio consagró su vida a la
enseñanza, la poesía y el flamenco. En sus poemas le canta al amor y a la
tierra, a Dios y al hombre, a la madre y a la mujer, al trabajo duro y a la
muerte. Poeta triste y melancólico, sus méritos intelectuales y humanos no le
fueron reconocidos durante su existencia, sufriendo la marginación de la
sociedad de la época.
Muere el 29 de noviembre de
1977. Un día más tarde, "...bajo una lluvia sublime copiada de los ojos de
sus amigos", según relata Pedro Sevilla, Julio volvió a la tierra, donde
encontró la paz, y descansa en el Cementerio de San Miguel de su pueblo
natal.
Cruel ley del deseo
Por Juan
Bonilla
Sería el 83 o el 84.
Las librerías de mi pueblo grande, dos o tres, eran todas de nuevo, pero por
entonces cualquier librería de nuevo tenía su ápice de librería de viejo:
libros que habían quedado varados en sus estanterías, compras en firme que se
hicieron en los sesenta y en los setenta esperando la mano de nieve que les
dijera: levántate, anda...Como conservaban, escritos a lápiz en una esquina de
la página de respeto, los precios de cuando salieron, se multiplicaban las
posibilidades de que te llevaras un par de piezas de aquellos entonces en vez
de alguna novedad del ruidoso ahora. Y fue así como se me apareció Julio Mariscal Montes,
en la librería Papel y Tinta, con un libro titulado Poemas a Soledad, publicado hacía siete u
ocho años, y empezó a hablarme una voz cercana, apagada, confiada, desdichada y
precisa. Para un adolescente que acababa de leer por exigencias de la autoridad
competente las rimbombancias de Vicente Aleixandre y se había anestesiado una parte del
cerebro desentrañando la Fábula de X y Z de Gerardo Diego,
aquella voz se parecía a un salvavidas. Bastaba abrir el delgado tomito por
cualquier parte y encontrarse, precisamente, las derivas de un amor adolescente, el
aroma de un vacío que, por no querer conformarse con el suspiro, se atrevía a
laminarse en versos suaves, sin estridencias, con alguna imagen poderosa que
parecía más de copla andaluza que de estrangulamiento de la retórica (si es que
la copla andaluza no es en sí misma un estrangulamiento de la retórica).
Este amor de nosotros nos seguirá los pasos,
aunque no lo queramos buscará las esquinas.
.
¿Quién sería aquel Julio Mariscal Montes,
poeta de Arcos, que, según averigüé un poco más tarde, había muerto en la misma clínica
donde yo había nacido? Era emocionante entonces ir sabiendo de
a poco de los autores que por alguna razón nos despertaban la curiosidad. Un
día te enterabas de una cosa y tres semanas más tarde de otra. Un nombre propio
se convertía en objeto de búsqueda, y qué bien rescatar de repente de una
estantería cualquiera el delgado tomito de Poemas
de ausencia o el pequeño adonais
Pasan hombres oscuros. Los
autores eran rompecabezas entonces, alcanzabas primero su penúltimo libro y su
primer libro se hacía esperar hasta sabía dios cuándo. Te
guiabas por las solapas de alguno de esos volúmenes finales para enterarte de
todo lo que te faltaba conseguir. Mariscal había publicado casi todos sus
libros -salvo el de Adonais- en ediciones
marginales, de provincias. Claro que como era de mi propia
provincia, algunos de esos tomos eran menos inalcanzables que otros (a pesar de
lo cual, por esas cosas que tienen los libros, el único de los suyos que me
falta es uno que se publicó en Jerez de la Frontera, de donde vengo y donde lo
buscaba).
En pocos meses te
habías hecho una idea de Mariscal: pertenecía a la Generación del 50, era un
desubicado, fue muy amigo de Gloria Fuertes,
algo le pasó que
escandalizó a sus vecinos con un amor prohibido y poco más. Por
entonces había en Jerez una colección de poesía que se llamaba como la plaza
principal: Arenal. Su director, el poeta Miguel Ramos, era vecino mío. Una
tarde me mostró seis o siete libros inéditos de Julio Mariscal que sus
herederos le habían confiado para que preparara la publicación de su Poesía completa. Eran
tomitos blancos, en papel verjurado, encuadernados de manera humilde y
elegante. El proyecto no cuajó y la Poesía Completa de Mariscal tuvo que
esperar hasta ahora, publicada por Isla de Siltolá en edición de Blanca Flores.
El volumen recoge los libros editados por Mariscal -más uno inédito y poco
significativo.
A pesar de haber sido
publicado en el año 75, Poemas
a Soledad, el libro en el que descubrí a Mariscal, fue el primero
que escribió. Es un
libro tierno, encantador, adolescente, donde suenan Antonio
Machado y Juan Ramón Jiménez, voces que amparan la capacidad del poeta para esquivar en todo momento la
cursilería a la que indefectiblemente se arriesga el joven
enamorado que necesita decir por escrito la extrañeza que se le ha instalado en
el alma. El libro que, sin embargo, primero publicó Mariscal fue Corral de Muertos, y su
tema esencial presidirá, con el amor, toda su obra: todos los poemas son
elegías con nombre propio, y en todos exprime, a manera de epitafios, unas
vidas para que de ellas quede algo más que un nombre y dos fechas: ¡Grita! ¡Grita tan fuerte para que
se derrumbe ese montón de olvido!, exclama en uno de los poemas. Y
eso son todos los poemas, gritos susurrados contra un montón de olvido.
Julio Mariscal no hizo
demasiados esfuerzos porque su poesía trascendiera más allá de la esquelética sociedad literaria
de su provincia y llegara a unas cuantas manos afectuosas y
amigas. Sólo con su segundo libro, Pasan
hombres oscuros, alcanzó algo de difusión: la difusión y el
prestigio que por entonces tenía la colección Adonais. Su nombre llamó entonces
la atención de un par de críticos y el libro obtuvo algo de reconocimiento,
pero no se vería prestigiado en las listas que empezarían a hacerse para
destacar lo más brillante de una generación: la de los 50, donde ciertamente
había gigantes como Gil de Biedma, Ángel González, Valente, Claudio Rodríguez.
La publicación de dos libros menores (Poemas
de ausencia y los sonetos religiosos de Quinta Palabra) no le ayudaron mucho, y sus
poemas, de tinte social y enrabietado -Tierra
de secanos, ya en los años 60-, parecían situarlo como un epígono
de la poesía social que para entonces empezaba a cansar hasta al mismísimo
Castellet. Pero en 1965 -aunque también en una colección de provincias-
Mariscal publica su gran libro, Tierra,
un libro además con "morbo". Destinado como maestro en Paterna, Mariscal vive allí una historia de
amor con un hombre y de esa historia salen unos poemas en los que la conciencia
religiosa del poeta, su culpa, su sentido del pecado, combaten contra el gozo y
la plenitud, la certeza de la imposibilidad de un amor contra
las propias posibilidades que ese amor le brinda. El resultado es un libro
lleno de poemas emocionados tanto en la celebración del amor escondido como en
el autoimproperio que el poeta se dedica por no ser capaz de desafiar a la
sociedad y a su tiempo y sacar a la luz esa pasión: cuando la saca es demasiado
tarde, en forma de autopsia versificada con rotundidad y pureza. El libro fue un pequeño escándalo
local y la historia que contaba perjudicó bastante el ánimo del
poeta, que apenas se repondría. Si en su primer libro juntó elegías dedicadas a
los otros, a partir de entonces se dedicaría a escribir su propia elegía. Su
familia corrió a salvarlo y lo devolvió a Arcos, su pueblo, donde se fue afantasmando.
Quiso titular su siguiente libro Juicio
final. No sé si para bien le hicieron cambiar el título por Último día. La
desolación, el pesimismo, la autocompasión empezaron a reinar en sus poemas
mientras el poeta caía enfermo. Encontró refugio en las cosas: su poesía se
empezó a llenar de cosas, una cómoda, una pared, una ventana, el patio...Porque sé que estoy solo/ que tú y
aquel y el otro no váis conmigo/ No estáis en mí siquiera/ En la inmensa/noche
del mundo Dios marcó unos surcos/ repartió unas parcelas de destino/ y a
mí me tocó ésta de mirar hacia atrás/ y no ver nada, escribe en su
último libro. Poco antes de morir consiguió publicar el primer libro que
escribió, Poemas a Soledad,
y un Trébol de cuatro
hojas donde está esta Rebeldía:
Nos decían: "Hay que ser generosos con los años",
"gastarlos y gastarlos como vengan,
estar dispuestos con la alegría cabalgando soles".
"Hay que ser generosos con el tiempo"
¿Pero es que el tiempo ha sido generoso?
¿Es que los días, como pordioseros
no han tenido la mano siempre alerta
para el zarpazo, el salivazo, el goce
de pisar y pisar nuestras entrañas?
No me conformo, no, no me conformo
con lo que a cambio me ofreció la vida,
no quiero un puñadito de alegrías
a cambio de una vida desolada
por cuya sombra asoma ya la muerte.
Vida desolada la de
Julio Mariscal, que
pugnó con los fantasmas del deseo y de esa pugna extrajo unos
cuantos poemas extraordinarios que apenas tuvieron suerte. En los 70, con las
aguas venecianas anegando la poesía española, su voz tenía un toque pueblerino que
se llevaba mal con el cosmopolitismo triunfante aquí. Más tarde -reivindicado
por Miguel d'Ors, García Martín, Francisco Bejarano, Pedro Sevilla- logró algo
de eco que sirvió para que se le catalogase como poeta menor de los 50. Tal vez
ahora, con esta Poesía
Completa en la mano, sea hora de reconocerle la personalidad y la
fuerza a una poesía a la que el tiempo, que tanta mella le ha hecho a muchos de
los grandes nombres de la generación del cincuenta, lejos de derribar, ha
potenciado gracias a su cristalina y honesta indagación en la vida de un hombre
que fue contándose a sí mismo los abismos a los que se asomaba, la vida tan
llena de mentiras del
bonito pueblo blanco, el hastío irremediable que debía
conformarse con un puñadito de alegrías.
Aire de pueblo
Julio Mariscal, La mano abierta (Antología), Renacimiento, Sevilla, 2007.
El
prólogo a esta antología es un texto emocionado. En él, Pedro Sevilla, paisano
y discípulo del poeta Julio Mariscal (Arcos de la Frontera, 1922-Jerez de la
Frontera, 1977), recrea varias escenas en las que se cruzó con su maestro.
Pero, como quien no quiere la cosa, también nos da los pocos datos necesarios
para encararnos con la obra antologada. Se nos avisa de que, aunque Mariscal
pertenece cronológicamente a la generación del 50, se mantuvo ajeno a los
requiebros del mundo literario; se nos informa de su firme fe cristiana, de su
homosexualidad, del conflicto entre ambas; y sobre todo se nos subraya la honda
vinculación con su pueblo natal, del que salió muy poco.
La
emoción del prólogo no es gratuita: sirve, sobre todo, para preparar nuestra
sensibilidad ante la descarga que se nos viene encima. La poesía de Julio
Mariscal es conmovedora. Si partimos de que la esencia de la poesía es la
emoción, tendremos que admitir que estamos ante una poesía de una extremada
pureza.
No
desnudez, ojo, que Mariscal es un retórico consumado. Con una fácil metonimia
asociamos la retórica con la mala retórica, tal vez porque la buena, por serlo,
resulta natural. Natural no siempre es invisible y no lo es en La mano abierta, donde
se la ve vibrar en forma de metáforas encendidas, de atinadas aliteraciones, de
comparaciones justas y de algún exacto hipérbaton. Si se me permite a mí
también una comparación, hablaría del olor del romero para definir esta
retórica a la vez agreste y exquisita. Lo importante es que contribuye a
transmitir una sensación de verdad, como el mismo Mariscal subraya al hablar de
las noches:
Si vieras cuántas
noches, Fernando,
noches de veras
con su luna y sus
grillos,
con su negra miseria de
ladridos y esquinas[…]
Julio Mariscal escribe
con los pies bien hincados en su circunstancia, y por eso abundan en sus poemas
fechas de calendario y horas de reloj y esquinas concretas y días de la semana.
Su realidad es su pueblo, y esa raigambre rural queda reflejada ya en muchos
títulos: Corral de muertos
(1954), Tierra de secano
(1962), Tierra (1965)
o Trébol de cuatro hojas (1976).
Todo se vive sin aspavientos, o sea, sin nostalgias urbanas por un lado y sin
el más mínimo esnobismo de alpargata por el otro. Resulta muy ilustrativo
compararlo con Miguel Hernández, gran poeta ostentoso de su origen. Lo que en
el de Orihuela es viento de pueblo, en el de Arcos es sólo un aire de pueblo.
Plenamente asumido y poetizado, desde luego. Para hablar, por ejemplo, de cómo
le duele el amor usa esta comparación en mitad de un pasaje muy lírico: como la coz de un mulo
(pág. 137); si mira el crepúsculo, descubre la
tarde, tan cansada, con tábanos de estrellas (pág. 81) y de la
primera adolescencia recuerda
la avispa de un ‘te quiero’ (pág. 179).
No
se recrea, sin embargo, en el estiércol puro y vivo de vacas. Sabe descubrir
también el sustrato clásico que alienta en la vida rústica. El pueblo solo y triste como un
verso de Heine (pág. 81), o se
espesaba la noche como un vino de siglos (pág. 81), o Agosto era un enorme Partenón de
trigales (pág. 150) son versos que ilustran ese legítimo orgullo de
quien se sabe fruto de una civilización antigua.
Esa
doble visión se recoge en un poema de Tierra
de secano del que se extrae —con mucho tino, porque la
identificación del poeta con su pueblo es total— el título de esta antología:
El pueblo, ya sabéis:
un puñado de casas, una
plaza, una fuente
una vieja rutina de
misas y rosarios
y luego un horizonte
cansado de olivares, eternos lutos, recuas y canciones;
tres días de verbena
para la Cruz de Mayoy el baile transparente del domingo.
Alguna vez también se
muere alguien,
viene el señor Obispo,
cambia el Cabo
de la Guardia Civil… En
fin, las cosas.[…]
La ambivalencia es
acusada en el trato con los demás, tan estrecho en los pueblos. Otro de sus
libros se titula Pasan
hombres oscuros (1955). Julio Mariscal siente mucho la mordedura de
la soledad, pero -con la excepción del poema que cierra la antología, no
recogido en libro y el único de la selección del que quizá yo hubiese
prescindido- nunca se rebaja a la queja desgarrada contra sus vecinos, al menos
en esta antología que recoge sus poemas más logrados, su perfil mejor. La
presencia constante de los otros está formalmente recogida en algunos
coloquialismos, en la frecuente introducción de diálogos en sus versos y en
aquellos poemas que se inician con un “decían” o similar. Unos “otros”
privilegiados son los miembros de su familia, especialmente su madre.
Me
decía mi madre:
Ahora los libros que
después tendrás tiempo.
Ahora los libros"
Y yo guardaba el
corazón sin estrenar, ileso,
por teoremas y
batallas.
Las tres, las cuatro y
a las cinco en punto
la merienda: su leche
con galletas
Mis hermanos mayores
perdiéndose en sus cosas
y el cartero de azul
galoneado.
Pero a las seis
cruzabas tú, el crepúsculo
te traía de la mano y
ya Pitágoras
se empolvaba en mi
olvido, y ya las rosas
la página y el río
como un lejano, muerto
crisantemo.(…)
La ambivalencia resulta
extrema en lo amoroso. En el último libro, el póstumo Aún es hoy (1980) se
escriben varios poemas en los que se suplica al amor, al dios-amor casi, que le
deje tranquilo. Recuerdan irremediablemente a los célebres versos de Baltasar
del Alcázar: Rasga la
venda y mira lo que haces, / rapaz; que en esta edad no es hecho honroso /
romperme el sueño y las antiguas paces; / desarma el arco, déjame en reposo.
Con el amante la felicidad nunca es completa, sobre todo en el estremecido
cancionero amoroso que es Tierra.
Se le necesita: ¿qué haré
con tanta tarde, con tanto corazón, / con tanto barro, / si no tengo tus ojos
para alzarme? (pág. 100) Pero se le necesita tanto como se le
disimula: que te pueda
esconder en un sollozo (pág. 129), tanto como se le rechaza: Tengo que desterrarte de mi voz
(pág. 134) y, finalmente, tanto como se le pierde: ¿Para qué, Mayo, dime, si estoy tan solo, tanto, / como
ese abandonado papel suelto en la tarde? (pág. 140).
La
solidaridad con los otros del pueblo no se limita a los vivos. Muy curioso es
su primer libro publicado, Corral
de muertos, donde se pasa revista a los nombres del cementerio. La
concepción es similar a Spoon
River Anthology de Edgar Lee Masters, esto es, un poema-epitafio
por cada lápida, titulado con el nombre del difunto, y dejando que la suma de
esos textos vaya restituyendo, a los ojos del lector, el tiempo pasado. A uno
le queda la curiosidad de saber si Mariscal tuvo como modelo al norteamericano
o no. Sea como fuese, en el libro del español hay más ternura, ningún cinismo y
mucha compasión y hermandad con los muertos.
Parece
justo acabar la reseña con el primer libro porque el poeta fue fiel durante
toda su obra a esa conjunción de sufrimiento (ajeno o propio, ajeno y propio) y
de serenidad trascendida, de dignidad. En buena parte por eso, lo mejor de un
libro puede decirse de La
mano abierta: cuando se lee, encontramos, ante todo, a un hombre.
Enrique García-Máiquez
"Julio Mariscal es la poesía verdadera"
La escritora Blanca Flores Cueto se ha encargado de prologar
esta colección de obras de uno de nuestros autores más olvidados
Julio Sampalo / Cádiz |
Julio Mariscal Montes. Poesía completa. Colección Arrecifes.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2014.
Maestro de escuela, referente de generaciones, represaliado,
irrepetible, desatendido, homosexual... A Julio Mariscal Montes (Arcos de la
Frontera, 1922) pueden atribuírsele mil adjetivos pero, sin duda, "quien
no lo haya leído no sabe lo que es la poesía verdadera". La autora
gaditana Blanca Flores Cueto se ha encargado de prologar un magnífico libro que
recopila la producción poética del autor . En ella convergen los escasos
estudios previos que hay sobre su trayectoria que conforma un corpus indispensable
para entender su alcance y contradicciones.
Porque Mariscal fue hijo de una época terrible, tiempo marcado por "los duros años de la posguerra, con posibilidades limitadas de difusión" y un contexto "que le condiciona" debido a sus circunstancias personales. Las señas de identidad de la poesía de Mariscal recorren las grandes temáticas de la literatura: el amor, la muerte o el paso del tiempo, pero desde "la perspectiva de un hombre que sufre, repudiado en su pueblo y que hoy es el gran poeta de Arcos". Coetáneo de nombres como Caballero Bonald, el autor arcense también fue culpable del olvido al que se ha visto confinado con el paso del tiempo. "Su falta de autoestima y dejación personal provocaron que haya quedado relegado. Se mató a sí mismo". En su obra, además, quedan patentes las "contradicciones personales que, por un lado, le llevan a escribir Quinta palabra, con prólogo de José María Pemán y todo lo que eso significa, y por el otro una obra como Tierra, donde aparece el 'amor oscuro'". Flores también pone en valor la "riqueza léxica, el uso del lenguaje del campo, de los pueblos de Andalucía", entre otras piezas de esta
Porque Mariscal fue hijo de una época terrible, tiempo marcado por "los duros años de la posguerra, con posibilidades limitadas de difusión" y un contexto "que le condiciona" debido a sus circunstancias personales. Las señas de identidad de la poesía de Mariscal recorren las grandes temáticas de la literatura: el amor, la muerte o el paso del tiempo, pero desde "la perspectiva de un hombre que sufre, repudiado en su pueblo y que hoy es el gran poeta de Arcos". Coetáneo de nombres como Caballero Bonald, el autor arcense también fue culpable del olvido al que se ha visto confinado con el paso del tiempo. "Su falta de autoestima y dejación personal provocaron que haya quedado relegado. Se mató a sí mismo". En su obra, además, quedan patentes las "contradicciones personales que, por un lado, le llevan a escribir Quinta palabra, con prólogo de José María Pemán y todo lo que eso significa, y por el otro una obra como Tierra, donde aparece el 'amor oscuro'". Flores también pone en valor la "riqueza léxica, el uso del lenguaje del campo, de los pueblos de Andalucía", entre otras piezas de esta
La obra de Julio Mariscal es una producción
"comprometida con la realidad, la oficial, la socialmente aceptada, y la
personal", explica la investigadora que asegura seguir sorprendiéndose a
cada paso: "para mí es un maestro; su forma de encabalgar los versos o de
rematar un poema. Tenía una especial habilidad para construir sonetos",
dice. En cuanto al estilo, Blanca Flores explica que "algunos de sus
poemarios pueden ser tratados de sencillos" pero encierran "una
técnica magistral". Para la escritora gaditana, sin duda, su libro
favorito es el mencionado Tierra, de 1965, en el que podemos leer: "Y aquí me tienes como un toro ciego,
corneando, furioso, inútilmente, el muro enorme de los prejuicios". Un
alegato "brutal", según Flores, que condensa "ese sinvivir"
del hombre atrapado en su propia esencia y que solo cuenta con el vehículo de
la palabra Asegura que hay aún parte de la obra de Mariscal "inédita y que
merece la pena sacar". También "se debe poner en valor su poesía
flamenca; escribe estupendas soleás y ayudó a revitalizar de manera académica
lo que el flamenco supone de forma popular". Flores admite que todo este
material que "no está en el lugar que se merece" saldrá en algún
momento a la luz. "Es cuestión de tiempo. Julio Mariscal ha sido
maltratado por la Historia de la literatura pero siempre alguien ha
reivindicado su obra". Esta Poesía completa es otro interesante
punto de partida para conseguirlo.
POEMAS
Ciprés.
(Del libro Corral de muertos)
A
Felipe Sordo Lamadrid
AQUÍ, donde
los hombres se han tendido
para
olvidarse dentro de su muerte,
tú sigues
vertical, sin ofrecerte,
limpio y
sonoro al último latido.
¿Qué manos
que ya fueron se han unido
en tierra
cruda para sostenerte?¿Qué talle de otro abril vino a traerte
ejemplo en
las cenizas de su olvido?
Bocas sin
risa, senos, cabelleras,
se mezclan
en tu sangre, envenenada
por el terrible
empeño de la altura.
¡Qué loco
derrochar de primaveras
en el tapete
verde de la nada
para que se
cumpliera tu hermosura!
I
(Del libro Pasan hombres
oscuros)
TE nombro
fuente, atardecer, locura,
jazmín,
recuerdo, corazón o estrella;
y no
encuentro palabra que te alcance,
elemental y
mía como eres.
Digo
entonces mañana, selva, espuela,
horizonte o
nostalgia, río, espuma;
y aún no me
llegas toda, aún te resbalas
de entre mis
manos como agua esquiva.
Y sigo loco:
rosa, niña, aurora,
lumbre...
¡Qué vanas todas las palabras, todas!,
y tengo
entonces que apretar los labios
y miniar tu
figura de silencios.
XV
(Del libro Pasan hombres
oscuros)
TÚ mirabas
el río,
la flor
recién abierta,
el pequeño
morir de los boyeros...
Yo miraba
tus ojos.
¡Y ya eran
mías todas estas cosas!
Y me iba
preguntando:
¿Cómo es
posible
que en esta
cabecita de alfiler de tu pupila
quepa todo
el baldío que es el mundo?
¿Cómo es
posible?... Y me iba preguntando...
Pero volví
los ojos hacia fuera,
rompiendo
las amarras de los tuyos,
y al ver las
vacas con enormes ubres
que rumian
lentamente su tristeza,
y el olivar
umbrío, y la alta torre
cimbreada
por vientos rondadores,
comprendí
que sin verlo
prendido,
desdoblado en tus pupilas,
era mundo,
era un terrible ático vacío,
un
polvoriento surco que nos va consumiendo.
Y desde aquí
me supe,
abrazado a
tus ojos para siempre,
que el
quererte era más que una moneda
lanzada al
“cara o cruz” del desearte.
XIII
(Del libro Poemas de ausencia)
DIJISTE:
¡Para siempre!...
Y te
marchaste, breve, entre los pinos.
Y yo - ¡Dios
mío! - me iba preguntando:
¿Qué haré
con tanta tarde entre las manos?
¿Qué haré
cuando me enrede entre las horas?
¿Cuando la
estrella clave en mí su nombre?
¿Qué harás,
corazón mío?
Y ahora - ya
el tiempo alfanje entre nosotros-
me sigo
preguntando:
¿Qué haré
con tanta tarde, con tanto corazón,
con tanto
barro,
si no tengo
tus ojos para alzarme?
LA TIERRA
(De TIERRA DE SECANO)
La tierra elemental, partida, sola,
cansada de parir, de acomodarse
con duros agujeros, con cansinos arados;
la tierra horizontal, hembra y desnuda
para el afán del buey y la pisada;
la pobrecita tierra de estameña
con cilicios de agostos y aceituna.
Cruza la tarde el agua viajera
del río violador de naranjales,
el perro perdiguero; lento, el carro;
las cuadradas pezuñas de las vacas...
Hay un nogal achaparrado, un vivo
cabrillear de fuente entre las peñas;
todo se agita y viene y va, y se pierde
en el claro horizonte de un deseo.
Pero la tierra no. La tierra tiene
ese destino de achatarse siempre,
de ser espalda, yunque de galopes,
surco para el maíz y la saliva.
La tierra elemental, partida, sola,
cansada de parir, de acomodarse
con duros agujeros, con cansinos arados;
la tierra horizontal, hembra y desnuda
para el afán del buey y la pisada;
la pobrecita tierra de estameña
con cilicios de agostos y aceituna.
Cruza la tarde el agua viajera
del río violador de naranjales,
el perro perdiguero; lento, el carro;
las cuadradas pezuñas de las vacas...
Hay un nogal achaparrado, un vivo
cabrillear de fuente entre las peñas;
todo se agita y viene y va, y se pierde
en el claro horizonte de un deseo.
Pero la tierra no. La tierra tiene
ese destino de achatarse siempre,
de ser espalda, yunque de galopes,
surco para el maíz y la saliva.