EL PAISAJE URBANO
No
solo el campo y su extensa multiplicidad de paisajes en las que el poeta, como
decía López Estrada en el prólogo de la
segunda edición de “Antequera, norte de
mi pluma”:
“El
poeta vinculado y entrado en el mundo a través de su tierra nativa”
Sino
la ciudad, por antonomasia para él,
Antequera, como concreción en el ámbito ilimitado del paisaje del campo, se nos
manifieste como un aspecto más del concepto de paisaje como estado envolvente,
como parte de la realidad tangente; pero al mismo tiempo como expresión
emocionada de su realidad. Dos de sus libros en prosa: “La gran musaraña” y el antes citado “Antequera norte de mi pluma”, encierran los testimonios más claros
del concepto de paisaje urbano, que en ese sentimiento no se limita solo al
aspecto físico, sino que se adentra como decía Marías en el espíritu de las
cosas.
En
“La gran musaraña” y especialmente en
su capítulo I se detiene en el embrión de lo que puede constituir su paisaje
urbano: La casa, la calle, las iglesias…
Así de la casa dice:
“ Lo nuestro era la casa
con su patio de columnas, sus habitaciones grandes y artesonadas, los
corredores relucientes, arriba y abajo, que separaba una escalera de suave
ascensión, los cuartos abiertos y los
cerrados, sus rincones, los muebles conocidos, aquella silla que sabía nuestras
posturas, el jardín con sus flores inaccesibles
y sus insectos amigos, el lugar de nuestro sueño y nuestro condumio…”
Y
la casa de enfrente, el otro mundo del que
la calle era frontera:
“ Enfrente era otro mundo
del que nos separaba la calle, unos cuantos metros, con dos aceras y una calzada…tenía una cancela muy
grande al patio, unos suelos de mármol que daban algún frío; al entrar, a la
izquierda, estaba el despacho de mi padre,…”
La
calle, con sus aceras, y las casas enfrentadas:
“Abajo y arriba, en la calle, seguían interminables las casas,
aunque ninguna era igual a la nuestra, que tenía dos torres, una fachada muy
larga con un escudo en la puerta, no tan grande como el del conde de abajo, que
tenía escudo; pero no tenía conde…”
“La calle se quedaba muchas
veces solitaria y como muda, sin ruido alguno, parecía encerrarse en sí misma,
nunca por mucho tiempo,…”
Además
las iglesias, que dan un empaque fundamental al paisaje de la ciudad, a ese
trozo de espacio humanizado, profundamente sensorial:
“ Estaba la iglesia, las iglesias, las muchas y
variadas iglesias que constituían otro descubrimiento, recordadas continuamente
por sus campanarios, esto era otra cosa, las campanas tocando, las campanas
dando la hora, las campanas doblando, repicando, advirtiendo que tras sonido
había algo que pesaba…”
La
Antequera barroca se manifiesta con
exaltada exuberancia en ellas:
“Desde el gran templo
extradecorado y rico, desde estos retablos en movimiento donde los ángeles
tocan o danzan, los santos marchan o se retuercen, las columnas vibran, hasta
estas iglesias parroquiales quietas y blanqueadas, pobrecitas pero tan ricas, y
ya en los límites temporales, desde monumentos renacentistas y reminiscencias
góticas y mudéjares, hasta las más movidas complicaciones del barroco, se
hallan aquí. Pero el sello de la ciudad es el barroco…”
“Cualquiera que se asome a
Antequera, advertirá lo mucho que el siglo dieciocho ha dejado en ella en el sello barroco que la caracteriza y
que a veces oculta huellas anteriores y que, por desgracia, en ciertos casos,
han borrado los posteriores…Todavía nos admira esa explosión de arte que llenó
Antequera de figuras de barro, en yeso o madera, obras en gran parte de artistas
locales ….”
En
su descripción casi se ofrece de guía de tan hermoso lugar:
“ Un paseo por la parte
antigua os llevará, entre ruinas de muralla y restos de industrias
tradicionales –tejidos y tenerías- a la capillita de la puerta e Málaga en una
de las torres árabes conservadas de los antiguos lienzos, a la casi venerable
ruina de Santa María. Desde el pretil que accede al Arco de los Gigantes, la
ciudad tendida abajo y la vega extendida hasta los confines, os explicarán su
historia, levítia y labradora, seria y recogida…”
“…Esta Antequera recostada
y extendida, de las muchas iglesias y tejados blanqueados, húmeda y algo
esquiva, tejedora un tiempo en su ribera, olvidada ya de sus moraledas, y
tenerías, labradora en su vega, sólo a veces viva en el alegre repique de sus
mil campanarios, recogida en sus patios y compases, limpia y reluciente en sus
calles…”
Y
una vez más, explícito, nos hablará del paisaje:
“Desde Antequera misma se os ofrecerá el
paisaje de la vega sin esfuerzo,…El paisaje os dará el gozo de su olor en
cualquier sazón. Si acertáis a pasar en otoño o en primavera lo harán más resplandeciente unos nublados de
contraste, un entreluz que le pone mechones de sombra….”
Y
, a modo de guía de nuevo, nos hablará del rico acerbo megalítico:
“…El Romeral os traerá a
las mentes recuerdos micénicos: dice que es la más antigua cúpula de occidente.
En la de Menga os creeréis en una catedral megalítica. En pocos sitios se
siente tan fuerte la huella de las generaciones anteriores como aquí a las puertas
de Antequera…”
Y
en este concepto de paisaje urbano entra por pureza emocional y vivencial,
Málaga, la ciudad de la juventud y de los primeros pinitos literarios,
acercándose a ella desde la distancia antequerana, que es solo perspectiva,
transportando emociones en la descripción:
“ …Los montes, altos montes
de mil metros, avanzan mucho sobre la costa, y sólo donde el Guadalhorce y el Guadalmina fuerzan el paso al mar, se abren un poco para
darle asiento a la ciudad. A un lado del valle queda, lejana, la serranía de
Ronda, al otro Sierra Nevada y sus estribaciones.”
Y
adentrándose en la malla urbana, habla de sus calles, de sus rincones, de sus
plazas:
“…sin asomarse a sus calle
o pasearse por la Caleta y los paseos
que a ella descienden, Limonar y Miramar, no tendríamos su conocimiento cabal. Habríamos de penetrar un momento en el
jardincillo del Palacio Episcopal y sorprenderlo en su dieciochesco encanto.
Habríamos de recorrer las callecitas estrechas, Fresca de Santa María, o las
que suben a la Alcazaba para adivinar algo de la Málaga medieval…”
“…Cualquier plaza de éstas,
cualquier calle han sido abiertas sobre los recintos de los conventos o
monasterios que la ciudad fue pródiga en construir a partir de la conquista y
más pródiga todavía en destruir en el afán progresista del siglo pasado. Así
esta preciosa plaza de la Merced, tan romántica en su concepción y su historia,
con el monumento a Torrijos y tan afortunada por nacer en una de sus casas el
mayor pintor de todos los tiempos…”
Y
una mirada final a los pueblos de tan rica provincia:
“En esta región hay pueblo
costeros y pueblos serranos, aquellos repartidos entre el mar y el campo,
pescadores y labradores, barcas hacia la playa y huertas hacia la tierra, hoy
cediendo ante el turismo que les compra la tierra y el sol…”
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