EL PAISAJE EN LA POESÍA DE JOSÉ
ANTONIO MUÑOZ ROJAS
LAS FUENTES PRINCIPALES
Dos son las fuentes principales de
la concepción del paisaje como elemento interiorizado del poeta, una en verso y
otra en prosa poética, sin radicalizarnos en esta clasificación que admite
muchos matices, pero que son fundamentales como núcleos de ese concepto de
paisaje que José Antonio Muñoz Rojas nos transmite, especialmente en su
acepción de paisaje rural, del paisaje del campo de Antequera: Una en verso,
nucleada en Cantos a Rosa, y otra en
Prosa poética en torno a Las cosas del
campo .
En Cantos a Rosa , y en el lenguaje poético el paisaje se muestra más
íntimo, más dulcificado y totalmente humanizado, asumiendo esa postura del
poeta de comunión con la tierra, como vemos en el poema XIV y último de Novísimos a Rosa , incorporados en
1998:
Sólo
eso: pisar, sentir la tierra
por
la mañana con la fresca; que el rastrojo
cruja
bajo tus pies cuando lo andas;…
Es en Las cosas del campo donde la humanización del paisaje se acerca a
la sublimación, donde el campo respira a través del poeta con su profundo ensimismamiento
en las raíces de las que no se desprende, desde las que surgen los poemas más
intensos, la respiración acompasada de quien sabes de los ocultos sortilegios y
misterios de la tierra que nos desvela en un acto de reivindicación de su
profundo enraizamiento. Como señor rural, desde La
Casería del Conde, su privilegiado observatorio y retiro, el mayor
asombro se lo produce lo que la naturaleza nos depara cada año. Desde las
cosechas hasta el misterio de las yerbas silvestres innominadas.
“Sé
algo de la tierra y sus gentes. Conozco aquélla en su ternura y en su dureza,
he andado sus caminos, he descansado mis ojos en su hermosura. Los cierro y la tengo ante mí. Tierras duras, alberos y
polvillares, breves bugeos, largos cubriales; aquí se riza una loma, allá se
quiebra una cañada, se extiende una albina, tiembla un sisón de vuelo alto.
Todo el campo vuela pausadamente. Las herrizas se coronan de coscojas, aquí una
encina huérfana anta una historia….”
LAS
COSAS DEL CAMPO
EL PAISAJE RURAL
En Las cosas del campo describirá el paisaje del campo como sólo puede
hacerlo quien es su propia carne, empezando por los lugares más humildes de los
que extrae su profunda verdad, como son
las herrizas:
“Refugios
de la hermosura, herrizas, únicos lugares donde la Naturaleza hace de las suyas
bellísimas. Da gloria tras tanto campo arado, tras tanto olivo compuesto, tras
tanto surco ordenado, tras tanto habar sin libertad, este puro reino de la
libertad y la hermosura que son las
herrizas…”
Así el terreno seco, tras el verano
gozoso:
“La
sequía lo va agostando todo. Apenas cae un hilillo de agua en la alberca. El
campo comienza a recogerse. Los tordos vienen a los higos tardíos y a las uvas
primeras…”
Los rastrojos, cuyo incendio anticipa el otoño y dejan la tierra
pelada. Un espectáculo singular con los frentes encendidos corriendo veloces o
lentos, según la densidad de los trigales,
es genialmente descrito en toda su plasticidad:
“ Estas
hogueras de los rastrojos, se me antojan el sacrificio final al terrible dios
del verano. Se alargan los festones de llamas
por el atardecer, acendrándose en la oscuridad, estallando donde el
forraje tuvo más cuerpo, atenuándose donde la mies estuvo mermada…”
Asimismo en la II parte – añadida
en 1990- de Cantos a Rosa, Póstumos a
Rosa, describe el incendio nocturno de
los rastrojos, con metáforas únicas, excelentes imágenes:
“…anoche
ardieron
los
rastrojos, una hermosura
de
fuego que en festones se corría
de
gozo, dando saltos, crepitando,
la
llama daba brincos, le ponía
un
rostro diferente a los contornos,
sorprendida
la noche en sus silencios
por
la herida que abría en sus costados
la
navaja de las llamas…”
Y, la tristeza del invierno donde:
“Todo se
está quieto. Los caminos perdidos con las lluvias últimas y el agua
derramándose sin uso y sin tasa, por zanjas y regueras, hace más solo el campo
con su rumor. Bella, mineral y fría…”
El paisaje fluvial, la exaltación
de los ríos, como protagonistas de la dicha , como canta en el poema III de Cantos a Rosa:
“:::Las
formas
de
la dicha nacieron en los montes
y
bajaron al llano con los ríos,
hacia la mar segura con las aguas.”
Otras veces el protagonista del
paisaje es un árbol, como el olivo y sobre todo los sabios y profundos
olivos viejos:
“
Todavía en medio de los ordenados olivares de hoy, aobresalen a veces restos de
olivos viejos de casta distinta, lechines, manzanillos, injertos algunos en
acebuches por las cercanías de montes y cañadas, rebajados otros, hijos de mala
madre, sin orden en su conjunto, tan libres, altivos y desgreñados, tan
pródigos y llenos de poesía…”
O los álamos blancos, con su luz
clara en los veranos:
“Alegría
de envés de plata y haz de verde, juego en el viento y en la luz, marecilla de
frescor en la calina, ligereza que el verano echa sobre los días…”
Y los olmos junto al río, como
vemos en Las sombras:
“Va
el río tranquilo. Altos los olmos, altas las cornejas que los visitan.
Dulcemente desvaído el cielo o cargándose de nubes, o bajando mantos de neblina
a cubrir los campos de alazores, paz tendida, tendidos los ojos en la paz. Como
el río en su mansedumbre…”
O el punteado de las viñas sobre
las colinas, también en Las sombras:
“Esta
colina de viñas, rodeada de tierras rojas , apuntando ya al sarmiento, saca al
campo de su lecho, lo yergue, lo trasplanta al aire…”
Y su presencia en la huerta, en el
poema X de Cantos a Rosa:
“…Y
las viñas
y
los olivos y los romerales,
y
las abejas y las siempre hermosas
caracolas…”
La capacidad transformadora de los almendros,
en Las cosas del campo :
“
Y donde hay un almendro hay un poquito de luz que es un temblor. ¿Un temblor?
¿Una música? El aire está delicado alrededor del almendro. Dentro de unos días,
cuando menos se espere, temblará. Ahora solo abriga la sierra unos colores increíbles,
hondos, morados, verdes, un vaho de
ternura que la ciñe…”
O los tilos, emocionante sensación
, en el poema XVII de “Cantos a Rosa”:
“…Mira
los tilos, mira las gayombas
volcándose
en el aire. Tú no sabes
lo
que se siente cuando se derrama
un
tilo en las espaldas…”
Y el triste ciprés, del Convento en
“Las Musarañas”:
“:::Subía
el ciprés alto y prieto por cima de las
tapias de su patinillo, negro contra lo azul y lo blanco…”
El color se expande en numerosos
poemas y textos como éstos de Cosas del
campo, tan hondamente plásticos y definitorios de unos paisajes luminosos,
absolutamente impresionistas:
El esplendor de los narcisos y lirios,
entremezclados sus amarillos y azules :
“…allí
una tierra increíble donde crece el narciso silvestre, amarillo y aromoso, y el
lirio blanco y azul, casi ángel de las flores.”.
El verde intensivo de los trigales:
“…Aprovecha
el sol la menor rajilla entre las nubes para colar una lanzada de luz y calor
sobre los verdes que a él solo esperan para amarillear.”.
El azul del cielo en “Las anchas tardes” de “Las Musarañas”:
“ Estaba
el cielo alto sobre el patio, o el jardín, la tarde, como el mar en los mapas,
llenándolo todo de azul…”
O el blanco de las nubes:
“
Es un ligero humo blanco primero, tenue,
casi invisible, un algodoncillo sobre la sierra que se confunde con la nieve, y
luego unas manos inmensas que van
palpando el azul, estrujándolo, ciñéndolo en grandes lagunas por donde se
escapan los ojos…”.
Y el mismo poeta habla de la
pintura, impresionado por el amarillo de los jaramagos:
“…Parece
como si un inmenso pintor con una brocha anchísima se hubiera entretenido en ir
pintando de amarillo las camadas de los olivos, punteando de amarillo zanjas y
lindes, cercados y senderos, dejando en claro los redondeles de los olivos…”.
Y de los violetas del ocaso:
“
:::Vamos por el rastrojo y cruje. La sierra se avioleta y con el sol último
incendia su perfil…”, “ La tarde
bellísima…la sutil línea de las montañas, las maravillas del morado, del gris
más encendido, más opaco, de su color;…”
En el soneto VII de “Abril el alma”, hay una descripción del
huerto en el que emerge el color con la misma fuerza, en este caso el verde de
los granados, el blanco de los olivos y el amarillo de los sembrados y de las
gayombas:
“Aquí tienes, amor tu antiguo huerto,
con su doblada hilera de granados
que abril dejó de vede coronados,
y junio con sus flores ha cubierto.
Y donde en flor segura y fruto incierto
se muestran los olivos blanqueados,
y van al amarillo los sembrados,
y al calor las gayombas se han abierto….”
Además el huerto, unida a él, la
casa conforma el punto en que se hace
enormemente fuerte el enlace de la intimidad de tierra y hombre, constituyendo
el punto material , como hito, de esa íntima comunión. Un símbolo en el
paisaje.
En el poema VIII de Coplas en el “Cancionero de la Casería”, leemos sobre
la Casería del Conde:
“¡Y
esta casa tan bella!
Cuando
vengo de lejos
a
caballo, entre olivos,
me
parece a lo lejos
un
barco en estos mares
de
olivos, empujado
por
olas de olivares,…”
Y en el poema 8 de “Consolación y lugar el corazón”, de
nuevo la casa y el huerto:
“El
agua aquella, alhaja, mi Alhajuela,
y
huerto (el agua corre) de granados,
y
sierra ( el agua loca) de ganados,
en
donde mi nostalgia se consuela…”
La Alhajuela, tan bien cantada en “Las musarañas” donde le dedica un
capítulo:
“…El
agua corría y corría, estaba fría, daba gloria hundir en ella las manos los
estíos, oler en el jardín la yerbabuena, ver el culantrillo tras su limpio
cristal…Estaba allí la Alhajuela entera, para nosotros,…Nunca se quedó allí la
Alhajuela, sino que nos siguió siempre….A cada uno le es dado y arrebatado una
vez en la vida el paraíso. El nuestro fue siempre la Alhajuela.”
En “Los lugares del corazón” escribirá sobre
ella:
“El agua aquella, alhaja, mi
Alhajuela,
y huerto (el agua corre) de granados,
y sierra (el agua loca) de ganados,
en donde mi nostalgia se consuela,
de tu memoria (¡0h! agua) centinela.
F.Basallote
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