Natsume Soseki.
Sueño de la libélula.
Edición de Fernando
Rodríguez-Izquierdo.
Satori. Gijón, 2013.
Sueño de la libélula, de Natsume Soseki, es uno de los libros que
inauguran la bellísima colección Maestros del Haiku que ha empezado a
publicar Satori, la editorial gijonesa especializada en la cultura del Japón. Publicado a la vez que las Sendas de montaña
de Basho, los dos volúmenes inaugurales –se anuncian otros títulos de
Shiki o Akutagawa-, editados en un delicado y manejable formato en
octavo menor, han sido preparados por Fernando Rodríguez-Izquierdo, que
se ha ocupado de la selección, traducción, introducción y notas de dos
títulos que resumen el canon del haiku.
La mirada espiritual a la naturaleza, el paisaje como proyección de los
estados de ánimo, la concentración expresiva, la sugerencia sutil, la
leve melancolía hacen de estos haikus una de las manifestaciones más
estilizadas de la poesía universal.
Poco importa ante la fuerza de estos textos saber que Basho vivió en el
XVII, porque parece un contemporáneo en su ironía autocrítica o en la
contemplación de la naturaleza, o que Soseki, más conocido como
narrador, abandonara este tipo de literatura cuando se le diagnosticó
una úlcera gástrica que acabaría deteriorando su organismo. Lo
importante, lo que queda para siempre, es que en estos haikus se sigue
oyendo el ladrido de un perro en la noche lluviosa y el ruiseñor sigue
cantando en un sauce dormido en una fiesta en la que se unen los
sentimientos y las sensaciones para crear una poesía imperecedera.
Dos características destaca Fernando Rodríguez-Izquierdo en su
introducción a la antología de setenta haikus inéditos en español de
Natsume Soseki: la progresiva depuración de su estilo y la disolución de
su identidad personal en la naturaleza.
La estilización de su mundo lírico y la interiorización del paisaje dan a
los haikus de Soseki un intenso contenido conceptual o metafórico que
muchas veces es resultado de una elipsis:
Cayeron hojas,
y el viento las encumbra
sobre las torres.
El otoño, la niebla, la cellisca, la lluvia desdibujan en estos textos
el contorno de las cosas, los perfiles del propio poeta y de su
identidad borrosa:
Por la ciudad me muevo,
entre ocres de neblina:
mera silueta.
En muchos de estos haikus se solapan la mirada exterior y la meditación
en un simbolismo del paisaje que expresa el interior del que lo mira.
Una aguda conciencia del tiempo fugaz en la contemplación del agua que
fluye, en la fuerza destructiva del granizo, en la sucesión de las
estaciones o en esa flauta que se despide entre la indefinición de los
puntos suspensivos y de la bruma:
Yendo va ..., yéndose...;
y entre brumas, su flauta
de despedida.
Santos Domínguez
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