LOS ESPACIOS INMUTABLES
Cuando hablamos de
poesía de la memoria amalgamamos en el mismo concepto los ámbitos espaciales y
los temporales del suceso recordado, cumpliéndose en ello paradójicamente la Teoría de la Relatividad, y en concreto la
definición espacio-tiempo que recoge la noción de que el espacio y el
tiempo ya no pueden ser consideradas entidades independientes o absolutas. Y
en realidad así sucede generalmente en el poema, en la emoción recordada que
aunque esté producida por el recuerdo de un instante o al revés, de un lugar,
arrastra irremediablemente consigo al otro parámetro.
Sin embargo eso no se produce siempre y, salvo en la poesía intensamente
intimista, prevalece en el recuerdo la presencia de los lugares donde se cobija
la emoción. Dice
Juan Carlos Mestre: “Siempre se regresa al paraíso perdido. Lo
cierto es que uno vuelve al territorio de la infancia, a los “loci memoria”, a
los lugares de la memoria. Son los espacios donde tuvo uno por primera vez
conciencia de la palabra árbol, de la palabra río; donde vio por primera vez
una mariposa, un relámpago…” Y
Borges dirá: “Se que he perdido tantas
cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío
… No hay otros paraísos que los paraísos
perdidos.”. Es decir se canta lo que se pierde, pero esas pérdidas tienen
un espacio…Todo paraíso estuvo ubicado en ese ámbito físico de la dicha. Tomás Segovia escribe en sus Diarios: “Cuando evoco
alguna época mía, tengo la sensación de que esa época no está en el tiempo,
sino en el espacio…”.
Cuando Juan Cobos
Wilkins dice en Biografía impura: “Un niño mira sombras
en la pared. Ignora/ aún qué es sombra…/…/ Es su relámpago, el inicio de su
memoria/…” está definiendo el proceso de transformación de un fenómeno que
se produce en el espacio en la raíz emocional de la memoria y cuando Coriolano
González en el poema de Códice de la ciudad de su libro
Otra orilla,
se pregunta: “¿Dónde aquel
banco en el que fui besado/ por vez primera/ y el tiempo se detuvo?, ¿Dónde
están aquellas plataneras/ que desbordaban de luz y olor/ la travesía por el
barranco…”, no hace sino reconstruir esas
emociones sobre la planta real del espacio recordado. Y si Víctor Jiménez en El tiempo entre los labios desciende a la
memoria lo hace al espacio ineludible de sus emociones: “Puente aquel de San Bernardo,/todavía pasa el tren/ de mi infancia por
debajo.”. A veces el espacio, el
“loci memori”, es la propia carne, la inmediatez de la emoción es tan
profunda que la memoria tiene argumentos para su recuerdo:“ La piel tiene memoria. Cada rayo/ de sol, cada caricia, cada
brizna/…/ Piel con piel, en la tuya/ redescubro esas páginas / que el terco
tiempo escribe/…/”dice en Intermedio Juan
Lamillar.
La mirada del poeta hacia
el pasado no es hacia algo perdido, ya que permanece en el corazón, emoción
reconocida en el sueño de un mar, en las imágenes recobradas de una luz que
viene de nuevo desde un cielo topacio, desde unas nubes, desde las montañas
lejanas en los húmedos alisios, una vida que se hace dolor y presencia. : “Soy poeta de la distancia. Escribo
hacia el pasado. Miro a mis islas desde ese mito inaprensible, desde esa
inaccesibilidad que trastoca mi alma…” dirá el poeta canario José Carlos Cataño en Lugares que fueron tu rostro y en
Penúltimo mar del también canario Miguel Martinón , la nostalgia se hace
palabra esencial: “La voz quisiera a
veces/ revivir pura/ aquella vibración del bosque,/ decir la luz, la luz
desnuda,/…”, detener el paso del tiempo: “ A veces quiere la palabra/ que
todo quede detenido,/ que no cambien las cosas, / para escuchar más claro el
tiempo, / el silencio del mundo…” .En Mañanas
de Añaza, la memoria se hace
presente: “Trae la hora toda esta
luz/ al espacio naciente de la página,/ y presiento mañanas ya vividas, mañanas
ya escritas,/ que regresan tan veloces huyendo hacia el olvido./…”. Cualquier
incidente es evocación, tiempo regresado: “Un
vuelo alto de palomas/ despliega el tiempo, eleva las palabras/ sobre el mar de
los días./…”.. Y el tangible lamento
del muecín le devuelve a Encarna León en
Lluvia de Aljófar unos espacios de la tierra que la memoria aviva: “El
muecín me trae otras tibiezas calmas/ de amigos que se fueron,/ amantes,
ellos, de minaretes/ acequias, escarcha y palacios. De jardines de té, de
hierbabuena/…”.
En La casa que habitaste Jorge de Arco en un lento proceso de retorno un tiempo
perdido se hace presente: “Regresas hoy a
lo que fuera tuyo/…/ al río extenuado de esta casa./…/ Han pasado los años y
las sombras/…/ Giras el pomo y arden/ los ojos y los labios/ al cruzar las
heridas de una puerta silente/…” , y esa es una presencia lacerante : “Ahogas una lágrima –o un grito-/ de
ausencia en la garganta/…” , en ella
“Resbala
el alba/ por tu melancolía y amaneces/ con un puñado / de soledades rotas/…” y vive lo perdido regresando en el tiempo : “…y atrasa el corazón cuando memoras/
la albórbola irredenta de los pájaros, /
el olor de la harina molinera,…”, al fin y al cabo los instantes de la
dicha que se fue y que en esta casa se hace dolorosa
herida: “ Y nada duele tanto/ como la
certitud de tantas soledades/ aún por recorrer,…”.
Y momentos de tristeza en los que vuelve a
lugares de hondas vivencias. Así en el poema Aguardiente de Alosno, de su poemario De bares y de tumbas dirá Manuel García: “ …cuando ando desheredado y sin dueño como perro antes del atropello,
vuelvo a Alosno a identificarme sorbo a sorbo con el campo fértil y la tierra
entrañable, a una tasca popular donde hombres curtidos consumen lentamente los
tragos de su vida.” .Momentos en los que el recuerdo va fijado a un estadio
del día, como dice Jesús Cárdenas en La
luz entre los cipreses: “…Mientras contemplo los atardeceres/ repaso –privado
casi del juicio-, / el instante en que íbamos sentados/ en el mismo vagón/…”
A veces el retorno a los lugares de la memoria produce
un redescubrimiento. Pedro Sevilla en Todo es para siempre dirá: “ A veces, de la mano, salimos a la plaza/
y el calor de la sangre, por cima de la piel, me trae a la memoria, qué
curioso, recuerdos de otro niño. Y mucho más curioso, me trae unos recuerdos que
yo desconocía…”,aunque permanezcan intactos otros instantes de la vida en
el pueblo :”Crepúsculo de agosto./ La tarde cae en el huerto/ demorando su oro en
los rosales,/en la bíblica higuera, en los dulces planetas del membrillo…” Y otras veces es el retorno con el que
culmina la ausencia, como canta el poeta
chileno Pedro Lastra en Baladas de la
memoria: “Mientras espero tu llegada/
las aves sobrevuelan el jardín silencioso/ ellas también te esperan/…/ y te veo
venir por un claro del bosque/ junto al agua real…” , dándole al jardín
silencioso el espacio inolvidable del amor.
En el recuerdo de lo
inmediato, de los lugares donde se estructura la memoria de la sensibilidad, es
bastante frecuente y además es el primer estadio en la elaboración de esa
emoción que permanecerá para siempre en el poema, al margen de que cohabite con
el recuerdo del tiempo; pero el tiempo pasa, quedan intactos los lugares de la
memoria…
©F.Basallote
Libros mencionados
J.Cobos Wilkins. Biografía impura. F.Lara,. Sevilla. 2009.
Coriolano González. Otra orilla.
Baile del sol.. Tenerife, 2008
Víctor Jiménez. El tiempo entre los
labios. Renacimiento. Sevilla, 2009.
Juan Lamillar. Intermedio. F. Lara,
Sevilla, 2009.
José Carlos Catano. Lugares que
fueron mi rostro. Ed. Bruguera, 2008.
Miguel Martinón. Penúltimo mar. Ed.
Idea., Tenerife, 2011.
Encarna León. Lluvia de alfójar.
Zumaya, Granada, 2010.
Jorge de Arco. La casa que habitaste.
Rialp, Madrid. 2009.
Manuel García. De bares y de tumbas.
Hiperión, Madrid. 2011
Jesús Cárdenas. La luz entre los
cipreses. E.E.Huida, Sevilla. 2012.
Pedro Sevilla. Todo es para siempre.
Renacimiento, Sevilla. 2009.
Pedro Lastra. Balada de la memoria.
Pretextos, Valencia. 2010.
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