UNA POESÍA DE LA LUZ
Existe una poesía de la luz, denominación que en la
poesía contemporánea tiene el más claro
ejemplo en la poesía de Elytis: “En el principio la luz y la hora
primera”. La luz es un elemento fundamental en su lírica basada en la raíz esencial del arte griego: “los europeos y los occidentales, hallan siempre el misterio en la oscuridad,
en la noche, mientras que los griegos lo hallamos en la luz, que es para
nosotros algo absoluto…”, dice el poeta. En nuestra poesía están y estarán
siempre presentes los versos de Juan
Ramón: “Y en esa luz está tú;/pero no sé
dónde estás /no sé dónde está la luz.” o “ Luz vertical,/ luz tú/ alta luz tú,/
luz oro;/ luz vibrante, luz tú./ Y yo la negra, ciega, sorda sombra
horizontal”, recogido en La estación total con Las canciones de la nueva luz, un libro fundamental en la trayectoria poética de Juan Ramón
Jiménez en su "
anhelo creciente de totalidad".
Su poema: “Luz vertical, /
luz tú/ alta luz tú, / luz oro; / luz vibrante, luz tú. / Y yo la negra, ciega,
sorda sombra horizontal” nos conduce directamente al último libro de Andrés Sánchez Robayna, “La
sombra y la apariencia”,(Tusquets, 2010) , sin luz no hay
sombra; sin sombra, no hay luz humana:
“Donde incluso la sombra/ tiene luz, / allí el verano/ se dice. // Donde la
oscuridad/ te dice, / palabra, / aún dices luz”. Un poeta de la esencialidad que en la luz realiza su visión poética, en un cierto
parecido juanramoniano en el camino de
la totalidad. .
En El umbral,(Pre-textos,
2011), María Victoria Atencia ,
manteniendo las coordenadas esenciales de su ubicación poética, muestra una
disposición a incluir algunos aspectos
si no nuevos, si con otro sentido- de ahí el nombre del poemario- , un
sentimiento liminar en el que el tiempo delimita espacios elegíacos con una pretendida intención de
evocaciones aunque sin dejar de lado esa
pureza del presente tan propia de su poética , “ el fulgor del instante”.
Siempre la luz, la belleza de la
naturaleza: el agua, los pájaros, las flores, los árboles …en una presencia
que, dual, se manifiesta al mismo tiempo en meditación, como el íntimo envés
del mismo espejo trascendiendo la realidad al canto o al ensimismamiento: “ Los pájaros también, los pájaros que eran/
como una reflexión que mantuviese/ suspensa de las alas su respuesta,…” o “¿
Pues qué podría yo testificar de mí, al margen/ del silencio preciso, para que
se cumpliese/ la perfección de un lirio que se alzara en su tallo,/…” ,
para llegar a la necesidad de la soledad: “
Necesito sentirme a solas de algún modo/ para poner mi nombre en los labios del
agua,/…” y a una entrega luminosa
que trasciende de sí hasta la más bella estancia de la belleza: “ Puedo
entregarme a ti, ruiseñor de lo alto y tan ajeno/ a ti que eres un yo que
estuviese cantándote,/ sucesiva hermosura que un instante en el alba /se atreve
a detenerse/ sobre una tierna rama ya suspensa en la luz/…”
En Oír
la luz, (Tusquets,2009) de Eloy Sánchez Rosillo
es dentro de su inconmovible esencia elegíaca un paso más en la
senda que él mismo definía en cierta ocasión: “El poeta, en su caminar,…debe despojarse de todo lo que
no le es absolutamente necesario…”y en función de ello, adelgaza
mucho más la línea en una aproximación al esquematismo temático, sin dejar de
lado su alianza perpetua con la luz, combinando certeramente elegía y cántico,
memoria y celebración.
El
retorno es pues una reinterpretación del gozo, incluso de los más elementales: “Por eso es muy hermoso y tiene
tanto/ que ver con la alegría/ que, inesperados y resplandecientes,/ hayan
querido regresar ahora…”, nos dirá el poeta en la evocación
de los cantos matinales de los gallos en el pueblo lejano, o la evocación de la
casa de sus padres:
“ Tenía dos balcones que daban a una plaza./ El sol de la mañana entraba allí a
raudales/ y todo lo encendía./ Ahora, en mi corazón lo noto entrar./ Y enciende
estas palabras.” Retornar, es reencontrarse con la luz
primera: “He vuelto a este
lugar del corazón, y hay/ una luz semejante a la que había aquí /en mis años
primeros…”, hasta tal punto que “Siempre es nueva la dicha de los ojos/ cuando vuelve
la aurora...”. La dicha, que a veces es en su elementalidad tan
grande que hace decir al poeta: “Ojalá
que esta tarde, tan amarilla y dulce/ como un topacio que se va apagando/
no se pierda del todo cuando acabe.”
En
este retorno a esa luz hay un reencuentro consigo mismo y “ ...me pregunto aún quien soy/ y
por qué todavía/ al mirarme de cerca en el espejo/ sigo viendo un enigma,..” reencuentro
en el que surge un cierto descubrimiento
“Me aproximo al que acaso soy, a ese/ que intuyo o sueño y se me desdibuja/ en
confusos afanes todavía.”..
En Aluvial (Poemas 2007-2008),(Pre-textos,2010) de Tomás Segovia, hay una presencia luminosa de la naturaleza, - en la que se
adivinan trazas del paraíso de Aleixandre-
tratada de una manera casi franciscana. Dirá: “Las hojas allá arriba están
danzando/ Balancean sus ágiles racimos/ de indolente minucia…”, y al modo
de Issa Kobayashi le hablará al viento: “No
te quedes allí en esa media altura/ leve viento indeciso…” o “ Tendré que poner
algo de mi parte/ Este tímido soplo embebecido…” y gozára con los árboles
en primavera: “ Están los chopos ya
metiendo la cabeza/ En este limpio sol tan de primera agua…” y con los
pájaros: “Los pájaros saltando
revolviéndose/ Dentro del blando seno del follaje/ Que traspasa un sol aúreo…”
.
La trascendencia ontológica de la poesía de Enrique Barrero (Sevilla,
1969), se nos muestra en Instantes de luz (Ateneo Jovellanos, 2011) de forma metafísica, y hondamente humana
en la sincera expresión de una intensa e
incesante inquietud que se derrama en estos poemas transidos de “ la luz alta de mi propio extravío…”. Y , es que
la luz de estos instantes es una luz interior, personal, dócil al pensamiento
del poeta, así dirá en su primer poema La luz en las vidrieras : “ Sólo con la caricia/ que hasta el tacto elevara el pensamiento
/ viene la luz a las vidrieras solas,/…” , es una luz que “…Acude mansamente a nuestro encuentro/ sin alumbrar apenas,
Ignorando/ que el corazón la aguarda…”, luz que en su inmaterialidad carece de la alegría tangible de las cosas
y en la perspectiva que impone la distancia es a veces tenue destello en lo sombrío: “ He visto en estos campos/ la tristeza
abatida de la luz como un silbo/ sobre el cansancio ocre/ de la tierra…” , una luz del mundo que difiere de la que en su corazón espera: “ He visto sin
quererlo la pobre luz de cieno/ que entre las calles oscuras esculpe la miseria…” . Porque el poeta sólo vive para una luz pura, así
dice claramente: “Si entre todas las luces yo pudiera/ elegir una luz os
pediría/ la eterna luz del agua…”
Facetas de la luz, como reflejos de un diamante que a través de la voz
de los poetas, nos llega desde la rotundidad vertical al segado vuelo rasante
de su brillo.
F.Basallote
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