POÉTICA DE LO COTIDIANO
Lo que denominamos
poesía de la cotidianidad es una corriente que poco a poco va infiltrándose en
una parte de la joven poesía española, corriente que hace algún tiempo emergió
en la América Latina
donde, en algunos de sus países, ha
obtenido un excelente arraigo. En Venezuela surgió como oposición a una cierta
poesía consolidada, la crítica Gina Saraceni la define: “… el reconocimiento de que en el espacio de
lo ordinario —la
casa, el baño, la ducha, la calle, el gato, el parque, el desayuno, la pareja,
los hábitos del día a día—
aparece una dimensión extraordinaria, ese asombro que causan las
"ocasiones" poéticas y que conduce a diversas exploraciones: de la
propia identidad (individual y/o colectiva)”. En Perú, la obra de Willy
Gómez Migliaro se distingue por la descripción
del ritual cotidiano. Según el
crítico García Martín esta corriente poética “no desdeña la métrica tradicional, ni
siquiera el benemérito y para tantos caduco soneto. Participa también del
realismo, pero de otra manera: no el realismo sucio, sino el intimista. “.
En Argentina, según Rodrigo Galarza, está radicada en las ciudades del interior
y representa apenas un 10% de la poesía
argentina, concentrada en su mayor parte en el área de Buenos Aires. De ella
dice el poeta de esta corriente Pablo Anadón en Señales de la nueva poesía argentina, que “...utilizan lenguajes cotidianos con la incorporación de vocablos
vinculados a la contemporaneidad y la exclusión de todo término que pudiera
tener algún relumbre de la tradición literaria, que hay actualización,
renovación del punto de vista, perspectivas diferentes, inmediatez,…”.
El sólo título de la
obra Diario de un ascensor en un bloque
de dos plantas con azotea, de Elena Román, nos introduce en un texto de un contenido limitado a los elementos de
la vida cotidiana en el que su autora va construyendo un mundo, reflejo de su
mundo interior, representado por la vivienda, la casa, la domesticidad,
característico de esta poesía de lo cotidiano. En el poema en prosa
Ding-dong, dirá: “Si me ibas a
llamar, no hace falta que lo hagas, voy en camino. Y si no me ibas a llamar y
ya estoy llegando, por favor, haz mucho ruido: tumba el armario, revuélcate en
una alfombra….”, en Nota rápida dirá:
“Cariño, te he dejado en la nevera un poco de pavo/ y una metralleta por
si lo notas crudo, /…”, mientras que en La
lluvia que dejó de ser pretérita dirá: “Recuerdo
con cariño la lluvia y las croquetas, tu voz junto al vino, / los billetes de
tren invisibles, el cabezal ruidoso, la maleta suicida, / los calamares…”.
El ya citado poeta
argentino, Pablo Anadón, en su reciente Estudios de la luz, se detiene en la oscura elementalidad de lo
cotidiano, insistiendo –como él mismo dice en la presentación del libro- “ en el intento de extraer un poco de
materia luminosa incluso de la más compacta opacidad.” .En dicho poemario
se detiene en las cosas a su alcance, en lo inmediato, como en el primer poema
del libro: Traduciendo a Robert Frost, “
Con mi libreta y mi lapicera/ Jugando al juego de la poesía…” o en otras más elementales, como el rito del
café: “ Mientras espero que suba el café/
Pienso en la cafetera, ahí, sobre la hornalla/…/ Aquí está, servicial,
práctica, hermosa./ Ayudando a servir cada jornada,/…/ Sólo habla/ Ahora cuando
asciende el café a borbotones….”, así meramente descriptivo y trasladando
la lenta emoción de las cosas, como el ruido de la segadora “…Que
nos ensordecía .Y entreoímos/ En la mente el latido de esta hora/ silenciosa
del campo…” al disfrute resultante.
Decir casa es nombrar
el espacio de la intimidad del hombre, el ámbito de su más sagrada
cotidianidad, el lugar de la luz y de la sombra, el sitio del amor, el
principio y el fin. Nada hay más parecido al hombre que la casa, ella es de
alguna manera la réplica material de ese mundo interior que habita en el
corazón del hombre. En Alguien empieza a hablar en una
casa, Antonio Mochón escribe
al amor de la lumbre: ”lumbre/
que ofrece su calor como una casa/…/Vayamos, pues tú y yo, dejándonos decir/
por entre ramas húmedas, por el hollín cansado/ de lentas chimeneas, por platos
que hemos rotos./ persianas que no bajan a la noche…”, la vida en el pueblo: “…Los
junios en el pueblo, los telones/ colmados de aceituna por la vara/ caída, el
cielo azul, los nombres./…”, la normalidad de los días en
la casa : “
Bajé. La puerta daba hacia esta casa/ que cada día empieza. Cada día/ bajo sus escaleras, miro fría/ la
habitación, su voz, lo que pasa./…”, los
quehaceres :
“Mis ojos te están viendo en estos cuatro tiestos/ cambiando día tras día la
tierra pobre,/ gris, seca,…” ,
también la memoria ,“
Porque yo tenía una casa/ que llamaba/ infancia, padre, soledad, camino...”…
Para José de María Romero “…la
belleza es un hecho irrepetible. O mejor, es algo bello porque es irrepetible.
Y es esa cualidad única la que perpetúa en la memoria, en una imagen inmutable,
a la que mis palabras acuden en busca de consuelo”, y ese suceso único, o mejor dicho la sucesión
de sucesos similares, cada uno de ellos dotado de su unicidad inmutable pero
finita, es lo que constituye la esencia de su poemario Resurrecciones,
denominación en plural de ese infinitesimal de instantes que en su
belleza llevan la simiente de su fin y de un nuevo y constante principio. En
realidad no hace sino reconstruir la historia de la belleza instantánea de lo
cotidiano, una forma ontológica en la que cada uno de ellos es la resurrección
del anterior. Así nos hablará que “Leía a Ferrater en trenes que encuentran /
a otros trenes a su paso,…” y poco después recordará un invierno y un suceso trivial aparentemente: “…Tu madre me había dado/ un par de guantes,
algo de café/ para ti….”, pero que instalado en el poema adquiere una
categoría emocional, sobre todo cuando se construye con la materia del
recuerdo. Como así ocurre en ese rasgo propio de lo cotidiano de la toma de
decisiones en busca de la felicidad: “Que
también tengo derecho, pensé,/ a ser feliz, así que compré aquel/ billete y fui
adonde tú estabas…”.
Si como decía Teresa de
Jesús “Dios andaba en los pucheros”, no
va a ser menos la poesía para que, saliéndose de sus escenarios más habituales
por no decir constantes, revolotear en el perímetro de la vida diaria, al fin y
al cabo es en ella dónde se encuentra el corazón del hombre, su diaria
obsesión.
F.Basallote
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