RESEÑAS DE OBRAS DE POETAS ESPAÑOLES
DE BARES Y DE TUMBAS de MANUEL GARCÍA
De excelente
cosecha
Sobre DE BARES
Y DE TUMBAS de MANUEL GARCÍA.
Hiperión.
Madrid, 2011
Manuel
García (Huéscar, Granada, 1966), es editor, poeta, profesor y bibliófilo. Como poeta ha publicado: Estelas (1995), Sabor a sombra (1999),
Cronología del mal (2002), La mirada de Ulises (2006), Poemas para perros
(2008) y Manuel de cordura (2008). Ha versionado en romances castellanos el
Epitafio de Yannis Ritsos (2009), así
como poemas del renacimiento italiano. De bares y de tumbas es un libro que el propio autor, en
declaraciones a Europa Press, ha definido
como “muy autobiográfico”, ya que
todo lo que en él se contiene “está
basado en cuestiones personales”. En él,
el poeta narra la vida celebrada en los bares
y el recuerdo de los amigos, reales y de
ficción. Sin duda ha elegido como protagonistas de este poemario los dos lugares
en los que se hace más patente la expresión libre del corazón del hombre, uno
ámbito de alegrías y tristezas, de reencuentro consigo mismo en la soledad del
mostrador, de espejo y compañero, y otro, el lugar donde encalla la vida y
donde el silencio absoluto, la nada, adquiere la condición de espacio de dolor,
de pérdida, de constancia de la ausencia.
Consta
el libro de tres partes: De Bares, un intermedio denominado Entre los bares y las tumbas y De
tumbas. La primera parte, dedicada a
los bares, constituye una elegía a esta institución de la que el poeta asegura que “nuestra vida son los bares, ya que desde pequeños hasta que morimos
pasamos en ellos varias épocas, según la evolución personal de cada cual”
y “a veces, son para nosotros el sitio
de la verdadera intimidad, más que nuestras casas”. El intermedio, la parte
central de su obra, que une ambas temáticas, tiene un sentido distinto, neorromántico, incluyéndose en ella un poema de Lord
Byron' que se titula “Versos inscritos en una copa hecha con una
calavera”. La tercera parte, De
tumbas, es un homenaje al Tombeau,
ese género elegíaco, dedicado a los difuntos queridos.
En
la primera parte, el poeta recuerda el vino del país, el gin Larios o el ron
Bacardí, las ventas de carretera, el bar de la plaza del pueblo, los bares de
copas, la bodega del pueblo, el bar de la estación… en una elegía merecida
porque “… nuestra vida es la
memoria de los bares", como dirá en el poema que abre el libro
denominado precisamente Memoria de los
bares. Ese hondo
carácter personal toma fuerzas en los siguientes versos: “Yo vengo de un silencio largo antiguo, / de unas manos anónimas, de
los / que no heredaron nada ni tampoco/ otra cosa dejaron sino un surco/ regado
de sudor…”, del poema Vino del país, subtitulado Huéscar, (su pueblo), al que invita a beberlo con estos
versos finales: “Ven a beberlo: beberás
la sangre/ remota de mis muertos…”. En
esta memoria revivida en los bares hay homenajes como el que dedica a Pedro
Garfias en el poema Ron Bacardí, cargado con toda la nostalgia amarga del desterrado: “… Porque he perdido la tierra/ mis manos ya
no trabajan/ y yo le he entregado al ron/ mi sueño de casa honrada,….”/…/Póngame,
mozo, otra copa/ porque la muerte me aguarda/ para llenarme la boca/ rota de
tierra de España". Y momentos de tristeza en los que vuelve a lugares
de hondas vivencias. Así en el poema Aguardiente
de Alosno, dirá: “ …cuando ando
desheredado y sin dueño como perro antes del atropello, vuelvo a Alosno a
identificarme sorbo a sorbo con el campo fértil y la tierra entrañable, a una
tasca popular donde hombres curtidos consumen lentamente los tragos de su
vida.” . O lugares de los que hay que huir, con la ayuda del Bourbon: “...cuando sabemos / que tiene aristas finas
el amor/…/ más vale huir,…/…/llevándote lo puesto: / la mochila, algún libro,
la petaca/ de Bourbon, y llegar / a donde nadie sepa que estás muerto.”. Al
músico Carl Friedrich Abel, gran bebedor,
enterrado con su vieja viola, dedica el poema Vino del Rin, en el que dice:
“Mientras tocó la viola, en sus manos tuvo la divinidad sin dejar de ser el
hombre y el borracho empedernido de siempre…”.
En, la parte central de su obra, a modo de síntesis y de charnela que une las dos partes principales, incluye dos poemas: uno de Omar Jayyam (en versión de Zara Behnan y Jesús Munárriz) y otro de Byron que se titula “Versos inscritos en una copa hecha con una calavera”, en traducción de Jesús Munárriz.. Si en el primero se dice “De aquel jarro de vino, que a nadie perjudica, / llena tu copa y bebe, y sírveme a mi otra, /…”, en el segundo se dice: “Viví, amé y bebí, igual que lo haces tú; / al morir entregué a la tierra mis huesos;…”
La tercera parte, De tumbas, es también un homenaje a la música y, concretamente, al Tombeau, ese género elegíaco para laudistas y violinistas de gamba, dedicado a los difuntos queridos, de acuerdo con la antigua leyenda gala que inicia esta parte, según la cual la viola sería el instrumento idóneo para expresar el dolor más profundo y de ella surgiría el Tombeau como sepulcro o elegía musical. . Algunos de los poemas de esta parte están escritos escuchando esta música como “La Reveuse” de Marin Marais en la viola de gamba de Fahmi Alqhai en un recuerdo querido, escribiendo: “Bajo las altas hierbas descansas para siempre,/ surcas aguas profundas de rama y mineral./ ¿Qué ocasos habrá allí donde resides?/ Y el alba, ¿ a qué sabrá?/…”: o el adagio de la suite en fa menor para viola del “Manuscrito Drexel”, de Carl Friedrich Abel, en la viola de Paolo Pandolfo, al escribir el Tombeau por Claudio Sánchez Muros: “…ahora que/ la carcoma recorre los rincones / ocultos de la carne/ y sigue habiendo arena en el reloj/ y olor en los rosales;/…”.En esta tercera parte incluye hasta un Tombeau para los perros de Peggy Guggenheim en Venecia y termina con un autotombeau en Spon River, en el que no exento de esperanza dice: “ Viví, bebí./ Como las cosechas de la uva/ son las generaciones de los hombres/ que tan pronto reverdecen/ como darán el jugo a la próxima cosecha.”
Pese a lo recurrente del tema de la muerte, de la memoria y la nostalgia, sale el poeta victorioso de esa lid al tratarlo de una manera original, imaginativa, no exenta de culturalismos que resuelve con una escritura ágil, en una rica variedad compositiva que va desde la prosa poética al verso libre pasando por romances, perfectos endecasílabos y alejandrinos, coplas, etc…que en su rica dispersión constituye un estímulo para la lectura, fácil, amena, con una facultad de trasladar la emoción al lector que a nuestro juicio hace que sea un poemario que cumple cuánto un lector de poesía requiere.
Un libro que como la mejor uva, es fruto maduro, sabiendo combinar los mejores sabores de la tierra en orgía frutal al par que deja un retrogusto que permanece en su delicada intensidad durante mucho tiempo tras su amena lectura. Una excelente cosecha…
©F.Basallote
Papel Literario,
29/04/2011
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