RESEÑAS DE OBRAS DE POETAS ESPAÑOLES
DIARIO DE UNA RESURRECCIÓN,LUIS
ROSALES
DIARIO DE UNA RESURRECCIÓN
LUIS ROSALES
Prólogo de Luís García Montero
VISOR. Madrid, 2010
“Para mí ha sido, el poeta vivo más importante en mi país, uno
de los hombres más sabios en el sentido imperecedero de la palabra sabio y uno
de los hombres más buenos en el buen sentido de la palabra, como diría Antonio
Machado.”
Félix Grande
Dentro de las
conmemoraciones del Centenario de Luís Rosales (Granada, 1910-Madrid, 1992),
Visor ha tenido el acierto de reeditar Diario
de una resurrección, quizás la obra más peculiar del gran poeta y un libro de amor esencial en la poesía
española del siglo XX, según Félix Grande “ uno de los libros más hermosos de la poesía amorosa, en el que la
palabra resurrección queda unida a este poeta que ahora sale del purgatorio”,
en clara alusión a los sucesos
históricos que gravitaron sobre su persona y que el poeta extremeño, íntimo
colaborador de Rosales, atajó contundentemente con La calumnia.
La catarsis española
afectó personalmente a su poesía que, iniciada en los alegres
esplendores del 27 bebiendo en los poetas
“puros” desde Juan Ramón Jiménez a Guillén y a Aleixandre, se tornó intimista y angustiada, perteneciendo
a la "poesía arraigada", como
llamó Dámaso Alonso a aquellos poetas que se expresaban "con una
luminosa y reglada creencia en la organización de la realidad.". Poetas
que vuelven sus ojos a Garcilaso; pero que en el caso de Luis Rosales se queda
como etapa superada, como dice Félix Grande:"acabó encontrando una forma poética que entrelaza la iluminación
verbal, la reflexión filosófica, y la narrativa, lo que hace que su poesía en
los últimos de su vida fueran las puertas de entrada a la poesía del siglo
XX".
“Quiero –escribe Rosales-
decir una cosa tan sólo, que creo en la poesía, y lo diré, y lo seguiré
diciendo”. “Si es que algo queda –continúa escribiendo Rosales-, en la ceniza
de mis palabras será también poesía. Vivir es ver volver. El tiempo pasa; las
cosas que quisimos son caedizas, fugitivas se van. Y esto es morir: borrarse de
sí mismo”. Cita
Francisco Arias Solís estas palabras del poeta quien en una entrevista a J. Julio
Perlado dice: “Yo he sido un hombre
sumamente alegre, ligado a la vida, con una capacidad de vivir la vida desde
sus aspectos más pequeños, más cotidianos y recónditos, y vivirlos con
intimidad, con deslumbramiento. … Y es curioso que una persona tan alegre como
yo durante años haya escrito una de las poesías más desengañadas que se han
escrito en nuestro tiempo….”
Y ese hombre que durante tanto tiempo escribió esa poesía logra
en Diario de una resurrección una
difícil y magistral combinación de lirismo íntimo y modernísimo enfoque
narrativo, alcanzando cotas de extraña, deslumbrante y desasosegante emoción, y
consiguiendo uno de los mejores libros de amor de la poesía española.
En Diario de una resurrección ese hombre “sumamente alegre, ligado a la vida,” manifiesta con una voz clara
esa energía vital de una manera verdaderamente poderosa, derramando en su
existencia ese vitalismo oculto; esa alegría hasta entonces contenida en los
márgenes de la cotidianeidad, se desborda como un torrente de sorprendentes
caudales en un amor radical, capaz de resucitar una vida, una forma de
existencia, resurgiendo un hombre nuevo , resucitado en esa primavera profunda
del poema de Jorge Guillén que encabeza la obra : “Tú, tú, tú, mi incesante/ primavera profunda…”
En todo amor hay un deslumbramiento primero: “ Como la ausencia en un cristal que no se
empaña/ estoy viendo tus ojos cuando cierro los míos/…/ y me miraban ya con ese
mandamiento que es igual que una esponja,/…/
Y recuerdo también que aquella noche/ -creo que era el 29 de septiembre-
/tus palabras eran de lluvia,/ y/ sin embargo/ en ellas pude ver hasta la
sombra de tus huesos./…/ y tus ojos me miraban lavándome/ el estupor a tientas
que es la vida…” . Deslumbramiento que se produce curiosamente a las
puertas de la muerte, en un Hospital: “…te voy a recordar que estábamos entonces
en el Sanatorio/Puerta de Hierro, / en la planta primera a la derecha, /
viviendo cada cual una postrimería/..,/Esa
muerte contigua que nos acompañaba sin conocernos/ ha sido el arco iris del
dolor,…”. Momentos para siempre decisivos: “…yo recuerdo que la primera vez que hablamos/ me mirabas con tal
intensidad/ que te quedabas añadida a mis ojos…”. Los ojos, la luz cierta,
la ventana no sólo del alma sino del tiempo no compartido y del tiempo futuro: “…te quiero tanto que cuando sigo tu mirada
puedo llegar hasta tu niñez/ pero también hay veces, muchas veces, que al
mirarte te estoy profetizando…”
Y hay una conciencia de
este resurgimiento: “ depende de saber
que nuestro amor pudo resucitarnos/ -esta fue su misión y la ha cumplido-…”,
nacimiento del amor : “ …si tu me lo
pidieras / en ese instante mismo nacería.”, “…quien no vuelve a nacer todos los días en las manos de alguien es
indudable que descansa en paz…”, donde el descubrimiento de la persona
amada es continuo: “…a mí me gusta verte andar,/…/a mí me gusta hablar contigo,/ que a mí
me gusta oírte/ cuando tu claridad se convierte en dureza lo mismo que el
carbón cristaliza en diamante.,/…/.me gusta mirarte como si regresara de vivir/
…/·” Y una plenitud : “…siento ya bajo la lengua la miel
anticipada…”, “ …tú eres/ el corazón que he olvidado de cerrar,/ mi sed,/ mi
sangre aparte,…”. Plenitud en el deleite de los cuerpos: “El tacto es como el mar/ y el cuerpo amado
es de agua despacísima que no se muere sino hacia adentro,/…/...y el agua de tu
cuerpo está muy junta y muy temblada/ ascendiendo de la sombra a la luz/…”, “…y
tu cuello de miel agonizante, / y tu cintura que es de agua/ y recorro, una vez
y otra vez el corto territorio de tu vientre…”. Y plenitud del instante, el
gozo de lo efímero: “Tú, mi
instantaneidad, mi únicamente/ la lluvia que vino a vivir conmigo…”, “Tal vez sólo
es posible que podamos amarnos/ mientras que dura un beso/…/ pero/ sólo puede
durar/ mientras que dure un beso.”
Hay sin embargo una presencia letal, el latente miedo a la
pérdida, en el que la ausencia es una especie de escalón inferior; pero doloroso:
“La ausencia pesa tanto que es preciso
convertirla en espera…”. Y ese miedo le
hace decir al poeta: “…no es posible que
sea real esta ventura/ infinitiva, / que tenemos…” y “Quizás
en toda plenitud hay una forma de terror…”. Mas lo cotidiano construye la
vida: “…y nuestros corazones suben una
vez más, / con esfuerzo testarudo y discípulo, / un amor/ o un andamio, / un
andamio de huesos que nos lleva a esa altura donde la mesa se hace pan…”, a
pesar de
que en ella puede introducirse como una serpiente una voz por teléfono que dice: “Puta, lo habréis pasado bien,..”
Y esa conciencia liminar del tiempo, sus plazos ineludibles…: “Y cuando llegue el fin, /
amiga mía, / cuando llegue
la noche transitable,…”, “Ya he empezado
a morir para aprender a verte/ con los ojos cerrados, y pienso que es mejor, /
para toda la vida no basta un solo amor, / tal vez el nuestro sea para toda la
muerte.” , último verso
verdaderamente estremecedor y claramente indicativo de la intensidad del amor…
Leer este Diario de una resurrección
es una experiencia única no sólo desde el punto de vista del sentimiento tan
bien transmitido, esa emoción lectora que construye de verdad la poesía, sino
desde la perspectiva de la palabra, del verso construido con elementos tan
modernos, tan experimentales que parecen
que traen la frescura de lo recién escrito, muestra evidente de su
perennidad.
©F.Basallote
Publicado en Papel Literario, 19/09/2010
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