RESEÑAS DE OBRAS DE POETAS ESPAÑOLES
EL
UMBRAL de MARÍA VICTORIA ATENCIA
EL NECESARIO TOQUE DE LA GRACIA
A propósito de EL UMBRAL de MARÍA VICTORIA ATENCIA
PRE-TEXTOS. Valencia, marzo 2011
A los
seis años de la publicación de De
pérdidas y adioses, María Victoria Atencia
(Málaga, 1931) , nos ofrece su última obra, El umbral , que aparece a los cinco meses de la concesión del Premio Internacional Ciudad
de Granada-Federico García Lorca, con el que culmina el palmarés de esta poeta,
Hija Predilecta de Andalucía y Medalla
de Oro de Málaga. Siempre unida a La Ciudad del Paraíso, suena esa unión en las
palabras de Vicente Aleixandre: ¡Cuántas
veces en mis horas de sombra me ha ayudado María Victoria desde su presencia
invisible pero cercana! Y cuántas, en la lejanía, me ha enseñado con su verso sobre el dolor y sobre su
entrañamiento, sobre la traspasada pureza de la vida y sobre la turbiedad más
reveladora, que en ella tiene siempre un signo de superación. Gracias, María
Victoria. Málaga se alegra contigo del bien que tú eres y agradece a su destino
tu nacimiento entre sus espumas.”. Otra voz de la alta alcurnia literaria andaluza, María
Zambrano, diría de ella: “La perfección,
sin historia, sin angustia, sin sombra de duda, es el ámbito —no ya signo, sino
el ámbito— de toda la poesía que yo conozco de María Victoria Atencia. El
presente, pues, es el único tiempo propio para esta poesía, sin pasado. No diría sin futuro, porque el futuro está
ya embebido por sí mismo.”
La poesía de María Victoria Atencia llega cargada de símbolos, entre
los que destaca siempre el jardín como
evocación o nostalgia de una aprehendida naturaleza, así como un cierto equilibrio entre
contrarios. A este respecto citaremos las palabras del
crítico Ángel L. Prieto de Paula: “Sorprende
en María Victoria Atencia el equilibrio inestable entre una serenidad armoniosa
y clasicista, y un tono siempre a punto de distensión o ruptura, que la vincula
a la dicción romántica. … Es raro encontrar una intimidad tan preñada de vida;
una vida, por otro lado, escindida en dos propensiones contrapuestas y
simultáneas: la del abismamiento en el yo, que la conduce a la raíz telúrica
del origen, y la de la exaltación uránica, que la convoca al séptimo cielo al
que tiende, de suyo y desde siempre, la mejor poesía.
Es El umbral, pese a su brevedad – sólo
veinte poemas - un poemario en el que, manteniendo
las coordenadas esenciales de su ubicación poética, muestra una
disposición a incluir algunos aspectos
si no nuevos, si con otro sentido- de ahí el nombre del poemario- , un
sentimiento liminar en el que el tiempo delimita espacios elegíacos en los que
la función de la memoria participa de una manera más intensa o al menos con una
pretendida intención de evocaciones
aunque sin dejar de lado esa pureza del presente tan propia de su
poética , “ el fulgor del instante”. Y están grabadas en estos poemas las huellas de un tiempo, que
se hace memoria, elegía sentida, noción de pérdida y lamentos por la
inevitabilidad del cambio. En Este hilo
de vida, poema que abre el libro y que gravita con su peso
definitorio, dice: “Ahora que tantas horas van quedándose atrás/ y olvido ya su hechura y
pertenencia, / vuelvo a sentirme en un aletear tras de los vidrios/…/ como si,…/…/viniesen
…a avisarme / de que aún no ha cambiado más de lo que es preciso/ este hilo de
vida…”. Consciente, pues de que hay
una permanencia de la belleza que
requiere del olvido de esa sucesión por cuyo umbral atraviesan los designios
del tiempo, así en Los vencejos, dirá:
“Cuando alcen los vencejos, cenital, su
desorden/ y la tarde se ponga de tan insoportable-/ mente bellas, del color de
la lluvia, / dale a la desmemoria su espacio suficiente, y olvida…/”. Mas la
memoria es cada vez presencia
ineludible, a veces lacerante: “Se
demoraba el alba y yo quería/ abarcarte, y se me abrían las venas, se me abrían
los brazos tendidos hacia donde/ tú no eras aún sino una sombra…”, suceso
revivido: “Y yo te iba siguiendo y
persiguiendo y te iba/ rebañando los pasos para saber de ti, /…”. Y late en
esa búsqueda el ansia de posesión de ese fragmento de tiempo: “Qué puedo hacer en lo que va de instante/ de
un tiempo sucedido y ya hueco de ti/…/ qué puedo/ hacer sino inventarte…”, y se preguntará: “Y cómo he de nombrarte, hallazgo mío, /…/…fulgor de ese instante/ en
que fueses haciéndome y rehaciéndome…”. ´Siempre
la luz, la belleza de la naturaleza: el
agua, los pájaros, las flores, los árboles …en una presencia que, dual, se
manifiesta al mismo tiempo en meditación, como el íntimo envés del mismo espejo
trascendiendo la realidad al canto o al ensimismamiento: “ Los pájaros también, los pájaros que eran/ como una reflexión que
mantuviese/ suspensa de las alas su respuesta,…” o “¿ Pues qué podría yo
testificar de mí, al margen/ del silencio preciso, para que se cumpliese/ la
perfección de un lirio que se alzara en su tallo,/…” , para llegar a la
necesidad de la soledad: “ Necesito
sentirme a solas de algún modo/ para poner mi nombre en los labios del agua,/…”
y a una entrega luminosa que
trasciende de sí hasta la más bella estancia de la belleza: “ Puedo
entregarme a ti, ruiseñor de lo alto y tan ajeno/ a ti que eres un yo que
estuviese cantándote,/ sucesiva hermosura que un instante en el alba /se atreve
a detenerse/ sobre una tierna rama ya suspensa en la luz/…”
Hemos
traspasado en este poemario el umbral de la más pura poesía en la música
luminosa de estos versos que, alejados quizás en su purismo de las estructuras
formales usuales de la autora aunque no de sus métricas, nos adentraran en un mundo en el que “como si muchos años de luz tomasen cuerpo y
yo estuviera/ siendo su vuelo y tiempo y sitio, hasta que me alcanzase/ el
necesario toque de la gracia.”
©F.Basallote
Publicada en
Papel Literario, 10/05/2011
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