POESIA DE LA AUSENCIA
Está el mundo de la poesía
lleno de hermosos versos de amor, así como de las distintas maneras de
manifestarse su contrario, la negación del amor, el desamor, especialmente en
esa consecuencia trágica que es la ausencia del ser amado en la que ha
cristalizado una rica
poética con hitos deslumbrantes. Ya Juan
Boscán en su soneto La
Ausencia, decía: “Quien dice
que la ausencia causa olvido/ merece ser de todos olvidado./El verdadero y
firme enamorado/ está, cuando está ausente, más perdido./...”. En su desgarrada obra poética, Gabriela Mistral
abunda en el tema, así en su poema Ausencia,
dice: “Se va de ti mi cuerpo gota a
gota./ Se va mi cara en un óleo sordo; /se van mis manos en azogue suelto; / se
van mis pies en dos tiempos de polvo./ ¡Se va todo, se nos va todo!/…”. Y
Jorge Luís Borges en Tu ausencia dirá: “.¿En qué hondonada esconderé mi alma /
para que no vea tu ausencia / que como un sol terrible, sin ocaso,/brilla
definitiva y despiadada?....”
Será Julio Mariscal, el hondo poeta de Arcos, el que dedicará
todo un libro a este tema.Es “Poemas de
ausencia”, editado en 1957, un libro
que según Pedro Sevilla : “ supone
un repliegue vital del poeta, que deserta de su condición de amador y opta por
tenderse en el agridulce lamedal del recuerdo” y que según el mismo puede ser un libro de
transición entre amores: “Posiblemente (“ya no eres tú quien-niña
me sostiene:/ quien –abril- me florece al costado…”) aquel otro amor a
contra-sociedad había irrumpìdo violentamente enervante y le había hecho
sucumbir.”. Fuese cual fuese la causa que lo originó, no cabe duda que es,
dentro de la poética de Julio Mariscal, uno de los libros más homogéneos. Él
mismo me decía en noviembre de 1958: “ Poemas de ausencia es, para mí, mi
mejor libro…” . Con él así lo creo, aunque Tierra, fuese la máxima expresión de su obra, y creo que lo es por
la homogeneidad antes mencionada y la plástica expresión del sentimiento de la
ausencia como límite, como frontera, dando quizás razón a cuanto decía Pedro
Sevilla. En el siguiente poema del libro podemos apreciar ese desgarro, y sobre
todo ese regusto en lamerse la herida, esa reconstrucción del tiempo, a la vez
que una cierta aceptación, que bien podría ser la otra orilla vislumbrada… “Te quería, lo sé./Lo supe luego, cuando tu
ausencia reposó mi sangre./Pero andaba la lepra del deseo tan aína en el labio
/ que iba a decir -estrella-/y se trocaba en madrugada de coñac y sombra.../Y
ahora que vuelve el viento de las cinco/ a levantar castillos en mi frente,/y
las nubes de otoño arremolinan tu recuerdo/en el cuenco de mi mano,/necesito
vestir mi voz de tarde/con citas y alamedas de domingo,/para decirte, amor,
cómo te quise,/ cómo te quiero todavía,/aunque sé que mi voz ha de perderse/en
el largo sahara de tu olvido.../”.
Doce años más que Julio, tenía Luis Rosales, que en 1976, un año antes de la muerte de Julio,
escribía Diario de una Resurrección, que en el entorno de las conmemoraciones de su Centenario , (Granada, 1910-Madrid, 1992), Visor ha tenido
el acierto de reeditar este libro que es ,
quizás la obra más peculiar del gran poeta
y un libro de amor esencial en la poesía española del siglo XX,
según Félix Grande “ uno de los
libros más hermosos de la poesía amorosa,…” .
La historia de un amor intenso que como todo amor lleva dentro de si
las larvas de su propia corrupción o de su fracaso. Así hay en él una presencia
letal, el latente miedo a la pérdida, en el que la ausencia es una especie de
escalón inferior; pero doloroso: “La
ausencia pesa tanto que es preciso convertirla en espera…”. Y ese miedo le hace decir al poeta: “…no es posible que sea real esta ventura/
infinitiva, / que tenemos…” y “Quizás en toda plenitud hay una forma de
terror…”. . La ausencia como constante presencia pavorosa.
Mas esta presencia sí es constante en la poesía,
desgarradoramente presente en muchas obras de
la poesía actual como analizaremos en otra ocasión.
F.Basallote
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