EL TACTO DE LA NEGRA DAMA
La
poesía de la muerte o sobre la muerte es uno de los temas frecuentes en la
poesía de todos los tiempos. Desde el medievo y sus Danzas
de la muerte,- en las que había
una desesperada llamada a ese tiempo de ceniza que precede a todo fin-, a los
poetas de hoy día, la presencia de la Negra
Dama ha surtido a la
poesía de un nutrido material en el que el dolor y la elegía han dado lugar a una emocionante
creación.
Y
es que como dijo Rabindranath Tagore: “Como
un mar, alrededor de la soleada isla de
la vida, la muerte canta noche y día su canción”. Y ese canto, que en Jorge Manrique se manifiesta en “Las coplas por la muerte de su padre” , recordándonos : “cómo se pasa la vida,/
cómo se viene la muerte/tan callando,/…”, en Walt Witman, es una invocación : “Ven, muerte hermosa y consoladora/Ondula
alrededor del mundo, llega serena, llega/De día, de noche, para todos/Tarde o
temprano, muerte delicada/…” y en el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”: “Lo demás era muerte y sólo muerte/a las cinco de la tarde” será para
Federico García Lorca elegía .
En otras ocasiones es sola descripción, como Gabriela Mistral en “Los sonetos de la muerte”: “Del nicho
helado en que los hombres te pusieron, /te bajaré a la tierra humilde y soleada…”.,
o Pablo Neruda en “Sólo
la muerte :” “Hay cementerios
solos,/tumbas llenas de huesos sin sonido,/…”o el surrealista, Andre Bretón, que en su obra “Muerte Rosa”, describirá el tránsito : “Los pulpos alados guiarán por última vez la
barca cuyas/velas están hechas de ese solo día hora a hora/Es la velada única
tras la cual sentirás subir por tus cabellos/el sol blanco y negro…”.
Mientras, Cesare Pavese, nos dirá que "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.”.
En la poesía española actual, tan diversa en su riqueza, es
lógico que un tema como éste esté presente en la voz de los poetas y, con la certeza de Cesare Pavese, los ojos
de la Negra Dama miran desde sus obras. Si la voz de Ricardo
Bellveser (Valencia, 1948), tan medida y tan profunda, nos ha llegado siempre como un análisis
personal del mundo, en Las cenizas del
nido, su palabra se hace conmovedoramente reflejo de un desleimiento
íntimo, de la deslumbrante iluminación de su propio expolio:: “He de escribir un mensaje en un papel/
meterlo luego en una botella y tirarlo/ a un contenedor para que se lo lleve/
el camión de la basura a la hora del reparto/ y flote en la inmensidad del
estercolero/…/ Un mensaje en una botella flotando en la hez/ de lo que en otro
tiempo fue gloria y fama,…”.Manuel Jurado ( Sevilla, 1942) escribe en “Huesos de pájaro”, “ entre
el resplandor y la muerte” como dice Antonio Gamoneda, a la espera del ángel final: “Aguardo la visita/ cordial del enemigo,/ a que encienda su fuego/ y
prenda en mi mirada/ su disparo de luz.”. En “Cuatro noches romanas”, Guillermo
Carnero (Valencia 1947) nos ofrece una especie de meditación final, y
el hallazgo del vacío tras el tiempo en un diálogo en cuatro fases con la Muerte . A través de esos
encuentros en los que surge una especie de batalla dialéctica , se van
planteando las cuestiones constantes de la poesía en un juego de atracción y repulsa, “-Ya no me ves hermosa en la luz griega.”
dirá la Muerte
y el poeta contestará: “ –Nunca lo
fuiste; yo no te busqué / por hermosura…” , “ –Me encontraste/ cuando eras casi
niño, y desde entonces/ siempre he estado contigo…” terminando el
poeta y el libro con la siguiente petición
: “ En medio de mi noche/ envuélveme en el manto de la tuya,/ y sabré que por
fin no duermo solo.”
Si en estos poetas maduros, es hasta cierto punto lógico
esta reflexión sobre el constante tema,
nos llama la atención cómo en los jóvenes está asimismo presente, demostrando
que el desgarro del tacto de la
Dama es capaz de producir sentimientos que se traducen en la
emoción poética: Saray Pavón (Sevilla, 1984), en Grisicitudes. dirá trágicamente : “Y se murió de pronto y sin motivo/ el grito que pende en la
garganta, sin dejar escapar ni un
suspiro…”. En “¿Estamos todos
muertos?” de Sandro Luna ((L´Hospitalet de Llobregat, 1978) se nos muestra
poéticamente el rito exequial, el escenario simbólico y accidental de la
muerte, ese tiempo muerto en el que tanto las flores como los cantos son el
trapantojo que quiere disimular la
certeza final: “Recogí pétalos del suelo/
y al juntarme en su piel me fui sumando, con mis cuatro cadáveres de lirios…”
, “ Le llevan las canéforas/ sus elevadas
flores, todo vuela alrededor del muerto.”
©F.Basallote
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