GOTAS DE LLUVIA: LA POESÍA COMO ALQUIMIA EN LA NOCHE
METAFÍSICA
Cada vez que leo un poema de Francisco Basallote disfruto
del lirismo de sus versos. Suponen una bocanada de belleza, elegancia y hondura,
un impulso necesario para resistir y combatir la prosaica realidad.
Quienes conocen a Francisco saben de su amor por los haikus, en su blog: http://labibliotecadebashir.blogspot.com.es/
podemos encontrar varias entradas que profundizan en la naturaleza y las normas
del haiku. Él mismo se considera un aprendiz del haiku y esta inclinación
estética, este modo de escribir, pero también de mirar y de vivir, tienen un
gran calado en su poesía. En este poemario no encontramos precisamente sus
haikus, pero sí su influencia en ciertos rasgos, como la constante presencia de
la naturaleza y sus elementos, la
actitud contemplativa, el estilo sugerente y estético, el deseo de aprehender
la instantaneidad.
Este libro se inicia con un haiku del maestro japonés
Ueshima Onitsura, un haijin heterodoxo contemporáneo de
Basho, pero que murió sin dejar escuela y al que Francisco le ha querido rendir
homenaje.
Se estructura en tres capítulos: El retorno de los ánsares, La
lluvia de los montes y Alquimia. Títulos relacionados con los poemas de autores
clásicos japoneses citados al inicio de cada capítulo, y a su vez, íntimamente
vinculados con el tema -o temas- predominante en cada uno de los capítulos.
Existe una coherente unidad
temática en todo su recorrido: el paso del tiempo y sus estragos, la
memoria como arma de batalla a su transcurso, el ocaso y la decandencia.
Normalmente la temática se identifica con un elemento de la naturaleza.
Se inicia con un canto y celebración a la vida y sus
misterios, a pesar del invierno, cuyo sujeto poético- en primera persona del
singular- se entrega al goce de la contemplación. Extiende en sus versos una atenta mirada a los
objetos, a la naturaleza y a todo cuanto le rodea, y través de ellos expresa y transmite su sentir y su
pensamiento.
Podríamos comparar su poesía con la de Antonio Machado o
Verlaine y los simbolistas. Encuentro cierta semejanza entre el simbolismo y el haiku. Los simbolistas
huían del confesionalismo exagerado de los románticos y usaban una técnica de representación
indirecta para reflejar sus emociones, en muchas ocasiones a través de descripciones
de la naturaleza y del paisaje o creando cierta atmósfera que evocara su estado
emocional, sus ideas o quien quiera llamarlo su alma, el llamado “paisaje
sentimental” de los románticos ingleses. Esta técnica
iniciada en el romanticismo se desarrolla y renueva con el simbolismo. La
lluvia empapada de tristeza de los poemas de Verlaine, por ejemplo, el valor
simbólico del invierno, la noche, el ocaso, la niebla, la luna. Son términos
literarios con resonancias románticas igualmente. En el haiku clásico tampoco
puede aparecer la subjetividad, el yo poético, y consiste normalmente en
instantáneas o sugerentes descripciones de paisajes. La sutil sugerencia la
comparten ambas estéticas.
La creación poética de Francisco Basallote supone un
meticuloso ejercicio de búsqueda de belleza,
pero también de exactitud y precisión.
No cae en un superficial y huero
esteticismo. Es de elogiar conseguidas y hermosas expresiones poéticas, el buen
uso del lenguaje al servicio de un hondo contenido, y la demostración de tener
ejercitada la mirada creativa, como cuando dice: salvo el tiempo que nos engaña/ en el terciopelo del musgo/ y en las
briznas perladas/ de la hierba, mientras late/ en el débil reloj de nuestro
pulso; o la imagen de las cimas de los cipreses en su verde ballet: … juega / con las cimas delgadas/ de los
nuevos cipreses/ que en su verde ballet/ ensayan una música/ encerrada en el
ritmo/ oculto de este viento/ que sabe a mar.
A pesar de todo lo indicado, encontramos igualmente versos
melancólicos, elegíacos, que sufren el paso del tiempo y su brevedad y sienten un
tempus detenido y rutinario: Todo está
quieto/ esta tarde de invierno/ salvo el tiempo que nos engaña. En el
siguiente poema concibe que sólo en los nuevos brotes de la hiedra estará el
esplendor naciente de unos días distintos.
Recrearse con la belleza efímera del vuelo de un pájaro, con
el deslumbrante resplandor del sol en sus alas, decir ese gozo. Tal vez el
pájaro signifique altura, trascendencia o la belleza efímera de la vida que se ofrece a nuestros ojos.
A veces el sujeto poético se lamenta y busca desorientado la
luz de antaño… sustituida por este magma
gris/ donde la claridad/ es un concepto físico. Nostalgia elegíaca del
pasado, porque la luz es la vencedora de la vida y él, el pino que no puede
resistir los embates.
El viento parece representar la fuerza de la naturaleza, la
amenaza, la muerte a la que teme y espera. Sin embargo, en el segundo capítulo
le evocará su infancia, aquellas tardes de su niñez de viento y lluvia.
La estación invernal le oprime y encarcela entre el gris y
la niebla que día a día se repite desde su ventana, ventana que está presente
en varios poemas y que acentúa la sensación de encierro, y más cuando se
compara con el gorrión que se posa en la misma y vuela libre, contrastando el
interior carcelario con la libertad del exterior.
A la noche la define como oscuro desprendimiento de seda o presentido instante de sueño, tal
como la entendían los románticos o Novalis, la noche ensoñadora y propicia para
vuelos metafísicos.
Su segundo capítulo, La
lluvia de los montes, recoge poemas sobre la memoria, una memoria evocada
siempre por la naturaleza: el cielo gris le trae su infancia, o la lluvia, las
nubes o el viento: cómo grita ese viento/
en la memoria. Un acto de recordar que agrede y duele- felino que hunde sus garras
en la sensible piel de los recuerdos- pues representa lo que ya no está, lo
que el tiempo nos ha robado: cuando un
dolor se cierne/ tan cercano como piedra/ que palpabas, / como agua/ que pulía/
corriente, / la jabaluna de esas/ cuestas que ahora bajas/ mirando en ti, /
aquel tiempo. Y el firme deseo de aprehender aquella vida para que no se
escape, luchar contra el olvido, detener
un rastro de luz que permanezca, la intención de buscarse para reconocer
su sombra, traer a su presente jirones de su pasado, un pasado que vuelve a
revivir en el recuerdo.
Hay una idea sobre la identidad referida en varios poemas,
la del sujeto como una sombra rodeado de niebla o incertidumbre. Se alude
igualmente con el término de sombras a los recuerdos del pasado, lugar cuyo
regreso es imposible.
En Alquimia el
atardecer es un grito angustioso y nihilista, donde impera el vacío y la nada.
Destaca la noche, alquimia de azabache,
en ella se ha perdido la luz y el goce, representa la oscuridad, el final del
día y de la vida, el silencio, el olvido, la muerte y también el misterio.
En mitad de la desolada noche la luna es un consuelo, una
alquimia de luz, mágica, ella ostenta el poder de convertir lo negro en blanco.
Y para terminar os dejo con uno de tantos hermosos poemas:
Alquimia de azabache
la transmutación del
ocaso,
como si la sangre del
día
cuajara en negro
vidrio,
cárcel para la luz
perdida
ya,
como el goce efímero
de los instantes
muertos,
pétalos encerrados
en el espejo oscuro
del olvido.
©Ana Isabel Alvea Sánchez, España, 2014.
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