POETAS
ANDALUCES. JOAQUIN ROMERO MURUBE II
JOAQUIN ROMERO MURUBE , (Los Palacios y Villafranca (Sevilla), 18 de julio de 1904 - Sevilla, 15 de noviembre de 1969), fue un articulista y poeta de la Generación del 27. Nació en el municipio actual de Los Palacios y
Villafranca, en la calle Real de Villafranca (para los palaciegos "Calle
Real"), en el actual número 25.
Funcionario del Ayuntamiento de Sevilla
y custodio de sus Reales Alcázares, desde su puesto como redactor-jefe de la
sevillana revista poética Mediodía se vinculó a las Vanguardias poéticas
relacionadas con la Generación del 27, de la cual formó parte. Impulsó la
revista El Ala del Sur de Pedro Garfias, uno de los puntales del Ultraísmo. pero también perteneció a la generación de 98.
Obra
Entre sus libros poéticos destacan Prosarios
(Sevilla, Imprenta Gironés, 1924), Sombra Apasionada (1929), donde el
autor alterna el Creacionismo, el Surrealismo, el Neopopularismo y el Clasicismo. La crítica ha señalado también el
influjo de Ramón Gómez de la Serna, Valle-Inclán, José Bergamín
y Pedro Salinas. La impronta de Federico García Lorca es visible en su segunda etapa poética, integrada por
Siete Romances (Sevilla, 1937), Canción del Amante andaluz
(Barcelona, Luis Miracle editor, 1941) y Kasida del olvido (Madrid,
Editorial Hispánica, Adonais, 1945), continuado y ampliado en Tierra y
Canción (Madrid, Editora Nacional, 1948).
De sus ensayos destacan Dios en la ciudad, de 1934, incluido
luego en Sevilla en los labios (Sevilla, Colección Mediodía, 1938); Discurso
de la mentira (Madrid, Revista de Occidente, 1943), Memoriales y
Divagaciones (Sevilla, Gráficas Tirvia, 1951) y Los cielos que perdimos
(Sevilla: Hermandad... Soledad, 1995). Investigó además sobre la figura de Francisco de Bruna y Ahumada (1965). En el género narrativo, iniciado muy pronto
con novelas como La tristeza del Conde Laurel (1923) y Hermanita
amapola (1925), hubo un largo paréntesis inactivo que se cerró con.Ya es
tarde (Sevilla, Gráficas del Sur, 1948) y Pueblo lejano (Madrid,
Ínsula, 1954).
Joaquín
Romero Murube
En Memoriales
y Divagaciones, Romero Murube afirmaba que la vida del sevillano emergía en dos
medidas puras: la luz y el horizonte. Claridad -visión- interior y espacio
universal y trascendente marcan -a su vez- la personalidad de este autor y
ateneísta que entendió a Sevilla como ámbito inigualable donde viven reunidos
los ángeles, las musas y los duendes, rectores dulces y abismos claros de la
eterna Andalucía.
La
trayectoria humana y literaria del que fuera redactor-jefe de la revista
Mediodía está vinculada a las vanguardias (fue de los primeros en apoyar El Ala
del Sur, del ultraísta olvidado Pedro Garfias), a la visión artística y
meditativa de un nuevo Edén recobrado y a la dimensión ética e histórica de una
singular geografía literaria (Sevilla y, por extensión, el ámbito meridional).
Temprano escritor de La novela del día con La tristeza del Conde Laurel (1923)
y Hermanita amapola (1925), sus inicios narrativos y líricos tienen como
referencia a Prosarios (Sevilla, Imprenta Gironés, 1924), una obra traspasada
por ese ideal juvenil de silencio y pureza de alma, que él mismo dejó traslucir
en el prólogo: Seamos humildes, sinceros, fervorosos. Amemos nuestro amor con
el más exaltado de los delirios. Y nunca olvidemos que si junto al rayo de sol
la perla quedó oscurecida, no por eso deja de ser la más preciosa entre las
piedras. Impresiones y visiones de fondo juanramonianas y d'orsianas, con
amores campesinos, alternan con estampas familiares, jardines de ensueños y
sendas urbanas traspasadas por la melancolía y el amor, según la norma de Amiel
(Diario íntimo), recogida coma epígrafe: Cualquier paisaje es un estado de
alma. Estas reflexiones -que incluyen incluso un poema como "Coplas de mar
amargo"-, no esconden -por contra- la crítica sobre la ciudad falseada:
Desacertadas normas edificias, afán de seudosevillanismo, o, las más de las
veces, inopias de gusto, tanto en particulares como en corporaciones, van poco
a poco, así material como espiritualmente, despojando a Sevilla, a nuestra
Hispalia, de su gracia natural, fina e ingenua. La muestra primera tendrá su
continuación lógica en Sombra Apasionada (1929), libro mosaico -dedicado a
Gabriel Miró- donde su autor alterna prosas sensitivas y
creacionistas-surrealistas con aforismos de estética, poesía clasicista
(décimas) y neopopularismo (canciones, romances). Todo traspasado por la visión
de la 'ciudad a distancia' que será característica asimismo de Cernuda en estos
años. Las influencias de Ramón Gómez de la Serna (greguería), de Valle-Inclán
(esperpentos), José Bergamín (aforismos, El cohete y la estrella) y Pedro Salinas
(prosas, Vísperas del gozo) son evidentes en esa colección de textos, de los
años 1925 a 1927, publicada como 5º Suplemento de Mediodía y que responde -como
el poeta dejó escrito- "a la tesitura entonces desusada de que el fenómeno
lírico no necesita para su expresión del receptáculo cristalino tradicional del
verso y de la rima".
En 1934, el
también funcionario del Ayuntamiento sevillano dará a la luz José María
Izquierdo y Sevilla (Sevilla, Imprenta Municipal), fruto de la concesión del
"Premio Izquierdo" de dicho año, otorgado por el Ateneo Hispalense.
La investigación realizada supone una perspectiva de la "universalidad y
excelsitud" que el abogado, profesor y responsable de varios ensayos
-Izquierdo- quiso para la ciudad que le vio nacer. El ensayo nace como un reto:
cómo explicar a los mismos sevillanos los conceptos fundamentales -con
biografía incluida- del autor de Divagando por al ciudad de la Gracia, con el
objetivo de universalizarlos: El divagar es artizar sin artificio, hacer sin
técnica, expresar sin forma; es traducir una sensación por otra, una imagen por
una idea, una idea por una emoción, una emoción por un ensueño...divagar es
sentirse crítico en la creación y artífice en la contemplación. Por otra parte,
en ese mismo año, de 1934, publica su ensayo Dios en la ciudad, más tarde
incluido en Sevilla en los labios (Sevilla, Colección Mediodía, 1938). Es éste
uno de los libros centrales de Romero Murube: y no sólo por la filosofía
expuesta en sus páginas, sino por las líneas estéticas apuntadas, que serán
después ampliadas en entregas posteriores: vitalismo sevillano, con sus mitos y
leyendas; recuento de vida y literatura en torno a maestros (Bécquer) y al
grupo generacional (Mediodía); recreaciones de jardines y de la gracia misteriosa
y secreta de los bailes; el temblor de campanas y oraciones que supone la
emoción religiosa, etc. Todo ello, con la huida del narcisimo localista y la
exposición directa de las limitaciones de una geografía tópica: Queremos una
Sevilla universal, dentro de esas normas propias y características que hacen de
las ciudades valores apartes y comunes como rosas de distintos aromas y
colores. Creemos que, literaria y artísticamente, los sevillanos deben
esforzarse en lograr expandir esa enorme fuerza centrífuga que contrae la
sugestión de la ciudad al encanto de un patio, al primor de una página, o al
círculo mínimo y cordial de una copa de vino. Hay que hacer Sevilla para el
mundo, ya que también sabemos hacérnosla- recreación- para nosotros. Así, en
esa dirección creativa, en lo concerniente a la prosa, nueve años más tarde se
imprime Discurso de la mentira (Madrid, Revista de Occidente, 1943), y -de
nuevo- Sevilla trasciende su propio mito -vuelven a reproducirse páginas ya
dedicadas a Izquierdo de 1934-, ahora en encuentros con Europa, con esa
construcción armoniosa de la ciudad a la que se refiere Ortiz de Lanzagorta, en
1985. A lo largo de tres décadas, el autor publica Alcázar de Sevilla-Guía
Turística (Patrimonio Nacional, 1943), Pregón de la Semana Santa (Sevilla,
Católica Española, 1945), Memoriales y Divagaciones (Sevilla, Gráficas Tirvia,
1950, colofón 1951), Lejos y en la mano (Gráficas Sevillanas, 1959) y Los
cielos que perdimos (Gráficas Sevillanas, 1964). Los tres últimos forman una
trilogía sobre los espacios de la memoria, donde la divagación alcanza a
ángeles, musas y duendes andaluces, al gozo dionisíaco de la ciudad -realidad
inmedita, hondura vital-, y al cuerpo y espíritu de jardines y escritores
evocados, sin olvidar el tiempo de Dios y la propia poética. Una última obra de
investigación, con la que consiguió el "Premio Ciudad de Sevilla", en
1964 (Sevilla, Publicaciones del Ayuntamiento), se centra en los avatares y
logros de Francisco de Bruna y Ahumada, responsable durante 42 años (1765-1807)
-como el mismo escritor, dos siglos más tarde- de los Reales Alcázares de
Sevilla.
Romero Murube recoge además tres narraciones "novelísticas" en ...Ya es tarde (Sevilla, Gráficas del Sur, 1948), y -seis años después- compone -al modo juanramoniano- una hermosa elegía de su pueblo, visto a través de los ojos de la niñez, bajo el título de Pueblo lejano (Madrid, Ínsula, 1954).
Como
contrapunto a la labor narrativa y ensayística, la creación poética fue
acrecentándose con el paso de los años. A Sombra Apasionada sucedió Siete
Romances (Sevilla, 1937), dedicados a Federico García Lorca, sin nombrarlo:
"¡A ti, en Vizna, cerca de la fuente grande, hecho ya tierra y rumor de
agua eterna y oculta". Desde la bailarina, el enamorado, el jardín, el torero,
hasta el Gobernador de Sevilla Cruz Conde o el famoso "Romance del
crimen", publicado anteriormente en el n. 14 de Mediodía ( febrero 1929),
como "Aleluyas del crimen", que bien podría aplicarse a la muerte del
poeta granadino: "Los niños llevan a casa/ pistolas, bombonas, guantes.//
La sombra quedó cosida/ con el cuchillo, a la carne.// Por el asfalto resbalan/
serpientes de verde sangre.// En Tokio y en Marsella/ en Liverpool y en el
Havre.// Y en todo el mundo la prensa/ llevará con gran detalle// a los hogares
honrados/ cinco columnas de sangre". Pasados cuatro años, Canción del
Amante andaluz (Barcelona, Luis Miracle editor) significa la vuelta del jardín
interior, espacio de soledades y sueño, bajo una polifonía de claridad y
misterio. "Libro que pone orden, aclara confusiones y fundamenta
certidumbres", y donde se encuentran secretos del taller de los maestros,
"refrescan las mejores gracias de nuestros primitivos del Cancionero de
Baena y los geniales prosaísmos de Villón", según anotó su compañero de
grupo, Rafael Porlán. Un nuevo testimonio poético supone Kasida del olvido
(Madrid, Editorial Hispánica, Adonais, 1945), continuado y ampliado en Tierra y
Canción (Madrid, Editora Nacional, 1948). En el primero, la reescritura de la
poesía arabigoandaluza delimita otras líneas ya apuntadas en los años veinte;
en el siguiente, se amplian los registros -tonos-, con recuerdos portugueses y
florentinos, logrando su autor -una vez más- esa inmensa elegía del recuerdo
que constituye el espejo de su obra. Muy significativo es que -en el poema
final de dicho poemario ("En el Cementerio del Suroeste en
Barcelona") y por tanto al final de toda su obra lírica publicada- Romero
Murube oponga la muerte a la Sevilla de sus sueños: "¡La muerte, aquí,
frente a esta augusta calma/ del mar antiguo, en soledad sonora!.../Pero algo
bulle en mi raíz de tierra/ que opone, dulce, su repulsa leve.../¡Sin mares ni
colina, allá en la dura/ tierra caliente, en mi Sevilla eterna!".
En una
conferencia leída en el 'Club La Rábida', de Sevilla, en el ciclo 'Poetas
vistos por ellos mismos' (Los cielos que perdimos), el que fuera amigo de Paul
Morand exponía las esencias, la razón, de su obra poética, referidas a su
infancia: Sí, la soledad como algo denso y palpable que nos une y relaciona con
el fondo de la vida y con el universo. (...) Había descubierto la soledad que
nos une con las entrañas misteriosas de todo lo creado. (...) La soledad que
nos funde con el alma de todo lo existente. El misterio tangible del mundo como
creación y como belleza. Y el amor.
De esa
soledad radical que enlaza vida con universo -conocimiento y belleza- nace la
conciencia de su creación poética, la trascendencia de toda su obra literaria.
JOSÉ MARÍA
BARRERA LÓPEZ
POEMAS
De Canción del amante andaluz.
Sin saber por qué he venido.
Esta es mi alcoba y mi cuarto.
En la ventana el herraje
eterniza el mismo cuadro.
Se adivina, negra, el agua
en el pozo ensimismado.
Entre las ramas del cielo
tiembla el sueño de los pájaros.
La casa grande, esterada,
mata mi voz y mis pasos.
¡Soledad de mi niñez
por el pueblo y por el campo!
¡Yo nunca supe tu nombre
ni nunca te di la mano!
Esta es mi alcoba y mi cuarto.
En la ventana el herraje
eterniza el mismo cuadro.
Se adivina, negra, el agua
en el pozo ensimismado.
Entre las ramas del cielo
tiembla el sueño de los pájaros.
La casa grande, esterada,
mata mi voz y mis pasos.
¡Soledad de mi niñez
por el pueblo y por el campo!
¡Yo nunca supe tu nombre
ni nunca te di la mano!
Soneto
en honor de Federico
He subido las calles de Granada
para buscar tu voz y tu gemido
y en fría soledad ya voy perdido
por muro blanco y tarde desolada.
Mudo el rumor del monte y la llanada.
Sin flores ni canción, sin luz, tu nido.
Busco jardines altos que has vivido
y sólo encuentro pena soterrada.
¿Y aquel caudal de vida, aquel potente
ritmo de voz humana poderoso
hecho yema del mundo y luces bellas?
Ya no te ve Granada ni te siente.
Tu sangre es caño de agua silencioso.
Tu luz y tu temblor, de las estrellas.
LUGAR
La luz agria de tu barrio
me ronda con tus cristales.
Por entre mis manos fluye
el agua añil de la tarde.
El aire queda vencido
en la pared de mi carne.
Las esquinas giran locas
alrededor de mi talle.
Pájaros perdidos cantan
porque mi lengua no hable.
La llama de mis cabellos
negra se tuerce en el aire.
Por el cielo va deshecha
la flor de mis voluntades.
¡Ay, se me corta la vida
en el cristal de esta tarde!.
A Sevilla
( De Tierra y Canción)
Sevilla, cuando yo muera
no quiero ser tierra tuya.
Aire fino de tus barrios.
Soledad de tus clausuras.
Vuelo y canto de campanas
que suben a Dios su música.
Luz de la tarde dormida.
Jazmín de novia. Ternura
de madre joven, contenta.
Caridad dulce y oculta
que besa llagas y heridas
y no pregona sus luchas.
Casta de tu señorío.
Claridades sin penumbras.
Aroma, canto, saeta,
júbilo, oración, profunda
sabiduría sin norma.
Sencillez que nada oculta.
Sevilla, cuando yo muera
quiero ser tu gracia pura
no quiero ser tierra tuya.
Aire fino de tus barrios.
Soledad de tus clausuras.
Vuelo y canto de campanas
que suben a Dios su música.
Luz de la tarde dormida.
Jazmín de novia. Ternura
de madre joven, contenta.
Caridad dulce y oculta
que besa llagas y heridas
y no pregona sus luchas.
Casta de tu señorío.
Claridades sin penumbras.
Aroma, canto, saeta,
júbilo, oración, profunda
sabiduría sin norma.
Sencillez que nada oculta.
Sevilla, cuando yo muera
quiero ser tu gracia pura
SEGUIDILLAS DE MONJAS
Quisiera ser monjita
de
Santa Clara.
Y
subir a la torre
-
cara tapada -.
Y
ver el río
cómo
abraza en sus ondas
al
cielo mío.
Quisiera ser monjita
de
Santa Inés.
Una
rosa de fuego
la
Coronel.
Si
yo pudiera
por
vencer al demonio
mi
vida diera.
En el jardín los pájaros
guardan
silencio.
Las
novicias contienen
hata
el aliento.
Y en
la cancela
-
¡Sor Ángela dormida! -
un
ángel vela.
Quisiera ser monjita
de
San Clemente.
En
el patio de mármol
cuatro
cipreses.
La
fuente llora,
si
esta triste y callada
madre
priora.
Desde el mirador
en
el conventito
de
la Encarnación
las
monjas han visto,
al
ponerse el sol,
cómo
su Eminencia,
triste
y solitario,
cerraba el balcón.
GIRALDA
Veinticuatro campanas
repican
altas.
Veinticuatro
campanas
dentro
del alma.
¡ Ay
quien lograra
ser
de plata y de música
en la Giralda !
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