UNA POÉTICA DE LA
CONTEMPLACIÓN
“…brota el arco iris:/
entre las malvasías/ y el misterio/ de las nubes rasgadas por el aire./ Desde el pueblo he venido/ a contemplar/ la
muerte luminosa de los trigos./ …
Alejandro López Andrada
Dice Azorín de Campos de Castilla: “La característica de Machado(...) es la objetivación del poeta en el paisaje que
describe(...) Hace tres siglos un poeta contemplaba el paisaje y lo describía
impersonalmente...Ahora no, paisaje
y sentimientos son una misma cosa; el poeta se traslada al objeto descripto, y
en la manera de describirlo nos da su propio espíritu”, y esa innovación seguida por todos los poetas
del 27 llegaría a establecer en la lírica española contemporánea una relación
de contemplación en la que se da la doble compenetración de poeta y mundo con
una intercomunión que trasciende poéticamente.
Susana Benet en “La
durmiente” nos muestra un poemario de la
contemplación de la belleza más pura: “Solo yo que contemplo/ la rama, el fruto,
el pájaro, / me enfrento con temor/ a la mudable vida, / a la frágil belleza.”,
en la que la poeta desea para sí: “Que el último gesto fuera/ sencillo y
sosegado, ofrenda de silencio, ligero como niebla sobre el aire. /…”. Tan sencillo, silencioso y sosegado como
este hermoso discurrir por estos poemas en los que el mundo se abre a nuestro
paso con su más bello presente: la de un corazón sensible a la “mínima violencia con que un pétalo/ marchito se desprende/…”
Francisco
Mena Cantero en “Escrito en tierra”, tiene
una parte, volcada al exterior, al
espectáculo de la
Naturaleza en la que “…El
día y su insistencia/ alzarán un altar para liturgia/ de quien aún siente que
el tiempo/ está llegándonos de pronto.”,
“…para huir, cuando el alba al exilio dulcísimo del campo/ y borrar la ciudad
de su memoria.”en clara manifestación de ese canto a la felicidad de lo
simple, de ese retorno a la tierra que culmina en el poema Elogio del campo, en el que
con toda su claridad dice: “Aquí
las cosas/ poseen nombre propio: / árbol el árbol, luz/ la enorme claridad como
enceguece; / o montaña, el latido distante de la tierra; / y amor esto de del
hombre/ de consumirse en otra vida./ Aquí la eternidad se agranda…” , en
una intensa emoción y goce en “ Esta vida del pájaro y la flor/ como si no
acabara nunca/ la creación del mundo.”, en la que “ Las aves –totovías,/ alondras, estorninos,/ alcaudones,
zorzales…/…tienden su canto azul sobre la siembra y el mundo es diferente…”/
.Un mundo luminoso en el que “El espacio/
parece que se incendia/ forjándose en la luz…”
En “Itálica
revivida”, Francisco Vélez, se detiene
en el mundo sensorial de la vieja ciudad romana , y Roma se transforma
en su imagen, Itálica sentida y vivida , desde “…el ruiseñor cantando/ a Venus su amor diario” al recuerdo de un tiempo: “En estas calles fue posible escuchar/ amor
y odio, las risas y las lágrimas/…/también la ira desatada de los dioses…”,“…paseo recordando,/ aquel pasado en
vuelto en mármol grana…”, pasando,
sensorial, en primavera por “Las
amapolas,/ margaritas y lirios blancos/ coronan el Anfiteatro…”, admirando
el duelo de las diosas: “Desde su bosque Diana/Eterna a Venus
contempla…” o el mosaico de los pájaros que le hace decir: “Si en esta tarde sonara la voz de
Virgilio…tal vez estos pájaros levantarían el vuelo…” o la danza de la
náyade, a la que pedirá: “ Huye del frío
mármol de Carrara,/ baila, muestra danzarina/ tus placeres y pasiones/…”..
Llegando en su contemplación del
atardecer en el Anfiteatro a ese punto culmen en el que el poeta asume el peso
del tiempo: “Es con el sol de la tarde ya
inclinado/ cuando la vestidura gris del Coliseo/ asume la pátina de la historia
“.
Cerca de
Nagoya, en la llanura de Nobi, los ríos Kiso, Nagara e Ibi, se unen en el
parque Kiso de los Tres Ríos, constituyendo un paisaje donde el tiempo se
detiene en la propia contemplación de su quietud. A esa confluencia nos conduce Ventura
Camacho en su poemario “Los tres ríos de Kiso”:
“Todo lo que éramos/ lo dejamos
frente a los tres ríos de Kiso/.../ Aprendíamos/ el noble arte de la elección/
y sus afluentes/…” dirá en el poema que abre el libro y contemplando el discurrir de su agua :“La verdad, decía mi maestro frente al
acantilado, / pierde todo su prestigio, /toda la admiración milenaria, / muda
la piel cándida y sencilla, / cuando te deja solo, apartado, / cuando sin
orilla, / nadie es más duradero que la espuma…” dirá, confrontando la
aparente solidez de la piedra con la efímera duración de la espuma, símil de la
vida. Hablará de la humildad del árbol, su independencia: “Porque el árbol no exige que reparemos en él/ hay que celebrar su
humildad/…/ porque el mundo sin nosotros es mundo/ y nosotros sin el mundo
apenas nada.”.
Desde los
albores de la humanidad la literatura está llena de viajeros que no dejan de
buscarse a sí mismo en la manifestación del mundo que hallan. Mas, ese sendero no conduce a certezas, sino
al mismo corazón del hombre, así Basho, el poeta japonés conmovido por el
paisaje de Shirakawa, escribió: “Imposible
pasar por ahí sin que fuese tocada mi alma”. O sea, es imposible tocar las
viejas piedras de las ciudades sin impregnarse de emociones, hasta el punto de
que el viajero llegue a decir con Antonio Machado: “ni sé si voy conmigo a solas viajando”, es decir, me acompaña la
emoción continua del camino. Y eso es lo
que hace Luís Artigue en Los lugares
intactos dejar plasmadas las
emociones que las ciudades han ido dejando en su camino . Muestra un cierto sentido del descubrimiento en las
grandezas aparentes de la humanidad, como dirá en el Machu Pichu: “buena cuenta del éxito, del poder, de la
vida/ y del amor eterno/da/ asomarse a las ruinas de un imperio.”o en los
lugares escondidos como: “La oscuridad de
una pequeña ermita/ es la de todos esos poemas que expanden el entendimiento”, en
Aveiro. En Una ilusión de continuidad, dirá desde la capital del mundo: “Me siento como el árbol que se mira en un
río desde que estoy en lo alto/ de Nueva York.” .Y desde las alturas del
Duomo de Florencia: “…El trémulo/ entramado de nubes. / La villa
inmortal enardecida con cierta luz de ficción/ que han tomado prestada a
crédito los cuadros del Cinquecento.”
Llegando a “Jerusalén, la ciudad cuarteada
por las apropiaciones de Dios.” y terminando en Roma: “la ciudad cuya belleza aún es un edicto de alegría
A veces la
contemplación es compenetración con el mundo como sucede en el poemario de
Vicente Gallego “Mundo dentro del claro” Hay
en todo el poemario un tono celebratorio, una especie de canto al mundo y a sus
elementos: “Suavidad de este aire,/ beso
audaz de la tierra,/ perdón claro del fuego,/abismo de la luz,/ murmullo de las
aguas,/ ¿no ha de alzarse mi estrofa?/…”
y al mismo tiempo una clara intención de depuración poética: “ ¿Se puede con el hueso del poema/ -pelado
del decir, servido en blanco- / convidar su pulpa, darlo pleno?/…”, para
llegar a decir: “descárname, palabra, y
abre mundos.”, como sistema de profundización en este territorio de la
pureza del poema, que se ciñe al misterio de lo sencillo y de lo instantáneo,
para la mejor interpretación del mundo: “En
este eterno instante/ todo está comprendido, lo grueso, lo sutil,/de la cósmica
noche y de su día.”. Y al mismo tiempo una comunión con él: “ Bajo la dejadez del cielo azul,/ a orillas
del mar, cumplido el día,/ arena entre mis dedos, sal de amor/ en esta
intimidad de la ola blanca”, tan hermosamente definida y tan contundente: “ En el pecho sufrido de la noche,/ la plata
del lucero.”, bajo el poderoso
influjo del instante luminoso: “…Antes, antes, entero y vivo, un destello –la avispa-/ prendió fuego a
los mundos.”.
©F.Basallote
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